𝟐𝟗. 𝐓𝐚𝐫𝐭𝐚

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|EVE|

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|EVE|

A las siete y veinte de la mañana el día ya parecía acabar.

Al fin, después de tanta fiesta, de haber parado en un Food Truck de churros y de haber llevado a cada polluelo a su nido, Ian y yo nos dirigimos a casa, acompañados de un dicharachero Kaleb que no dejaba de hablar por los codos, como si alguien le hubiese dado cuerda igual que a una de esas muñecas antiguas.

—... No veo normal que me deje tirado para irse a dormir con una chica —protestó con voz arrastrada, molesto.

—Y yo no veo normal que tenga que aguantar esto —gruñó Ian.

Kaleb paró el paso en mitad de la calle, listo para gritar, no sin antes señalarse el pecho, toqueteando con el dedo la enorme mancha de chocolate caliente que se hizo un rato atrás en pleno desayuno.

—¡Yo! —vociferó— ¡Yo no tengo que aguantar esta infidelidad!

Ian y yo compartimos una mirada en la que ambos encogimos el rostro y apretamos los labios, controlando un par de carcajadas.

—Anda, tira —animó, colocando una mano en la espalda de Kaleb para guiarle— Que vas más pasado...

Efectivamente, a Kaleb se le había ido la pinza con tanto alcohol. Y no se notaba solo en las tonterías que decía, también en lo brillante y rojos que tenía los ojos (los cuales no podía casi ni abrir), en cómo arrastraba las letras al parlotear y en lo mucho que se tambaleaba con riesgo a caerse en cualquier momento.

—¡Hazme caso! —exigió el chico alcoholizado, dirigiéndose a Ian— ¡Se supone que eres mi amigo!

—Te escucho, Kaleb, te escucho. Pero llevas contándonos lo mismo todo el puñetero camino y ya estoy harto de oírte decir tonterías.

—¿Te parecen tonterías?

Cabeceó, quedándose dormido un microsegundo, caminando al mismo tiempo.

Ian tuvo que sostenerle, abrazándolo por el costado para evitar que se cayera de bruces contra el suelo.

Jamás había visto a Kaleb tan sobrepasado como esa noche. O tal vez siempre se pillaba esos pedos y yo no los veía hasta el final porque me marchaba a mi casa mucho antes de que la fiesta acabase para evitar romper mis rutinas y no salirme de mis planes.

Para mí, seguir su ritmo, adaptarme y disfrutar de los planes que a ellos les resultaban fascinantes, era tarea difícil por numerosos factores que no compartíamos.

Sin embargo, esa noche no sufrí en absoluto al conocer que iba a hacer algo nuevo como el no dormir e ir a comer los famosos churros con chocolate de los que tanto hablaban siempre mis amigos.

Porque ellos sí que estaban acostumbrados a quedarse deambulando por ahí después de las fiestas, yendo a comer kebabs o cualquier otra cosa antes de volver a casa, pasando más tiempo juntos.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora