𝟐. 𝐄𝐥 𝐛𝐚𝐫

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|EVE|

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Todo comenzó, se formó y empezó a sanar allí... En el bar. Desde mi llegada al barrio hasta mi amistad con Val, que más tarde me presentaría a sus amigos de toda la vida, y que ahora eran también los míos: Ari y Kaleb.

Ese fue el comienzo fuera del traumático pasado que dejamos en el anterior barrio. Fue el salvavidas que yo necesitaba, el que mi madre me brindó sin importarle cambiar su anterior vida en cuestión de semanas.

Se dejó arrastrar, se mudó y creó un lugar seguro para mí. Al menos lo intentó entre esas cuatro paredes que compró con sus ahorros con la esperanza puesta en formar un negocio ganancioso.

Eran muchas horas las que empleaba tras la barra sirviendo copas, cervezas, refrescos y raciones de comidas que le llevaban lo suyo preparar. Era mucho el esfuerzo que empleaba para sacar ganancias de aquella loca apuesta que hizo al jugarse todo en el local.

Madrugaba y luchaba como la que más para sacarnos adelante a mi hermana y a mí. Y eso era de agradecer y admirar.

Ella solita, sin ayuda de nadie más que la de otro camarero que podía permitirse contratar, levantaba esas paredes cada día.

Cocinaba con amor, servía con educación, sonreía a gente que no era amable, lidiaba con alguna persona ebria al final de la noche y solía intervenir en discusiones que no la correspondían, pero que podían llegar a alterar su negocio y prefería evitarlo.

Así de duro era su trabajo como dueña y camarera del bar más frecuentado del barrio madrileño que se convirtió en nuestro hogar cinco años atrás.

Mamá era una mujer, una persona y una madre fuerte y luchadora. Desde que se fue de casa a los catorce y se puso a trabajar en varios bares para pagarse un cuartucho en el que vivir. Desde que años más tarde, con veinte precisamente, una mañana al despertar, decidió cumplir un sueño pendiente y acudir a una clínica de fertilidad para dejarse los ahorros y ser madre soltera. Cuatro años más tarde, cuando su economía mejoró, fue al mismo lugar en busca de un segundo retoño (que le salió algo gruñona), que adoró como al primero. Desde siempre, ella había estado echando pulsos a la vida, peleando contra ella, perdiendo y ganando, pero sin tirar la toalla.

—Hola, mamá —saludé a la castaña mujer tras la barra.

Parecía ocupada, tanto física como mentalmente. Andaba calculando el costo de la comanda de la mesa Dos y memorizando la cantidad exacta de refrescos que acababan de pedirle un grupo de chicas al final del local. Todo al mismo tiempo. Porque ella siempre lograba encontrar claridad en mitad del caos.

—Hola, cariño —me dedicó una amable sonrisa en la que sus rojos labios se extendieron—. ¿Qué tal el primer día? ¿Habéis llegado tarde?

—¿Tú qué crees? —Soltó una risita—. El director nos ha mandado al despacho.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora