𝟑𝟎. 𝐋𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝 *

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|IAN|

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|IAN|

En el pabellón polideportivo rechinaban los movimientos de mis compañeros a causa de las suelas de sus zapatillas.

Mientras que ellos andaban concentrados, con todo puesto en el asador para ganar ese partido que nos dividía al equipo en dos, yo estaba en las nubes, perdiendo oportunidades de marcar puntos y olvidando que era un becado y que podía dejar de serlo en cualquier momento por un fallo como ese.

—¡Pásamela, Ian! —pidió Lorenzo, uno de los cuatro que iban conmigo.

Sostuve la pelota, apretándola con fuerza porque sentía que en mis manos había una capa de mantequilla que me haría perderla.

Tírala.

Quise lanzarla a la canasta, era un buen tiro, el que haría vencedor a mi equipo. Pero desgraciadamente me distraje con el brillo de la cancha. Este me deslumbró unos segundos de tanto mirarlo, cegándome.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

Cinco segundos con la pelota en la mano eran suficientes para que el entrenador hiciera lo que hizo a continuación.

—¡Fuera! —gritó—. No vale.

—¡Joder! —maldijeron todos los de mi equipo, furiosos.

—Mal, González, mal. Hoy andas distraído.

El entrenador tenía toda la razón. Andaba distraído (ya reparé en ello yo mismo) y por eso, lo más inteligente por mi parte era frenar.

Estaba muy desconcentrado y no lograría hacer nada bien más que empeorar mi nefasta actuación en ese partido.

Sin decir nada, dejé caer la pelota y me retiré de la cancha, caminando como un zombi desvalido hasta llegar a la primera fila de las gradas.

Allí tomé asiento y descansé, soltando una tremenda bocanada de aire que me salió de lo más profundo del estómago.

No puedo más.

No podía con ese partido, ni con la presión que el entrenador nos daba, ni con la exigencia que era necesaria para seguir con los entrenamientos. No podía más con mi vida, ni con los vicios.

No podía con nada. Y ya era hora de asumirlo.

Mi vida había dejado de ser la misma y se había convertido en un suicidio a largo plazo. Era insostenible, ya no podía seguir sobrellevando a base de drogas una existencia vacía.

Había que recalcar que intenté ser libre y dejarlo, sin embargo, no me dejaron escapar del mundo que me arrastraba hacia el precipicio. Y no me quedaban fuerzas para seguir luchando.

—No vuelvas a irte si yo no te lo ordeno —advirtió mi entrenador con molestia por no haber tomado en cuenta su autoridad—. Sigue peleando, no tires la toalla tan fácil.

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐈𝐧𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora