CAPÍTULO 10

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Eran las dos en punto de la tarde de un miércoles. Max estaba en su despacho,
recogiendo los documentos en los que había estado trabajando para preparar su próxima
reunión cuando sonó el teléfono.
-Una señora le llama por teléfono, señor Kornthas, dice que es sobre el señor Uareksit.
A Max le dieron escalofríos. Nat nunca lo llamaba al despacho. ¿Habría ocurrido
algún accidente?, se preguntó con alarma. ¿Le habría ocurrido algo a sus hijos?
-Pásemela -le pidió a su secretaria.
Cuando recibió la llamada, había considerado tantas posibilidades que se desconcertó
cuando oyó la voz de su madre.
Sacudió la cabeza y dijo:
-Empieza otra vez, mamá. Me temo que no he entendido una sola palabra.
Al cabo de unos minutos, estaba en su coche, pisando el acelerador en dirección a su
casa. Su madre le abrió la puerta.
-Está ahí dentro -le dijo Mae con gesto de preocupación y con signos de haber
llorado-. Está muy enfadado, Max-añadió susurrando.
Max hizo un gesto de dolor al abrir la puerta del salón y ver a Nat sentado en una
esquina del sofá. Tenía el rostro enterrado en un cojín y no paraba de sollozar. Se acercó a
él con cuidado. Se quitó la corbata antes de intentar tocarlo, le temblaron las manos.
-Nat-susurró agachándose y apoyando la mano en su hombro.
-Vete -dijo él sin dejar de sollozar.
Max  frunció el ceño, desconcertado y temeroso.
Nunca lo había visto así, tan destrozado que ni siquiera podía decirle lo que le ocurría.
Permaneció allí, acariciándole los hombros con ternura mientras se preguntaba qué podía
haberle llevado a aquel estado. Pensó en Gun y se le hizo un nudo en el estómago. Si
aquel canalla había hecho daño a Nat cuando se estaba recuperando del daño que él mismo
le había ocasionado ...
-Nat... -dijo aproximándose y acariciándole el pelo. Se sorprendió al comprobar que
estaba húmedo. ¿Cuánto tiempo llevaba así?-. Por Dios Santo. Háblame, dime qué ocurre.
Nat sacudió la cabeza. Max tragó saliva sin saber qué hacer. Luego, con resolución, se levantó para estrecharlo entre sus brazos y volvió a sentarse con él hecho un ovillo sobre
su regazo, con cojín y todo.
Al menos, no trataba de separarse de él, advirtió Max que permanecía impotente
escuchando los sollozos de Nat.
-Tú tienes la culpa -dijo él por fin.
Daniel suspiró, recordando los últimos días, tratando de averiguar si había hecho algo
que pudiera causarle a Nat tanto dolor. En realidad, había sido muy cuidadoso. Ni siquiera había dicho una palabra sobre su maldita clase de dibujo. Tampoco habían hecho el amor.
-Se suponía que eras tú el que iba a tener cuidado -añadió Nat con aquella voz rota que le partía el corazón.
Acarició su cabello con la mejilla. -¿Tener cuidado de qué? -le preguntó.
Nat sollozó todavía más, amenazando con ahogarse si no se calmaba. Max lo agarró
por los hombros y lo sentó, tirando el cojín lejos de allí.
-Cálmate -le dijo con firmeza, muy preocupado por su estado.
Pero, gracias a aquella firmeza, Nat trató de tranquilizarse y quiso contener las
lágrimas. Max tomó un pañuelo, apartó las manos de Nat de su rostro y le secó las
mejillas. Estaba tan caliente que le quitó el jersey de lana que llevaba. Nat se estremeció al quedarse sólo con la blusa y sentir algo de frío.
-Ahora -dijo Max-, cuéntame qué ocurre. Has dicho que era algo que yo he hecho.
Nat lo miró. Tenía los ojos bañados en lágrimas e hizo un puchero con la boca.

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Infidelidad. MaxNat. ADAPTACIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora