episodio 5

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Noche†

- ¡Que empiece la pelea! - gritó el hombre del micrófono. Mi oponente no se mueve, solo se queda mirándome de pies a cabeza.

Él se queda inmóvil, escudriñándome con una mirada que me hace sentir desnuda y vulnerable. Su sonrisa macabra se ensancha, revelando dientes amarillentos y una sed de destrucción que me hiela la sangre.

-Te he visto luchar - dice con una voz que parece provenir del infierno mismo, - y en ninguna de esas ocasiones te defendiste. Eres un cordero sacrificado, una víctima que se entrega sin luchar - Sus palabras son como un veneno que se filtra en mi alma, llenándome de una rabia y una desesperación que me consumen.

-Ven aquí - me provoca, extendiendo una mano como si me invitara a un baile macabro, -golpéame, golpéame con todas tus fuerzas. Pero después, prepárate para morir, porque esta vez no te voy a dejar con vida. Los demás te han maltratado, te han humillado, pero yo seré el que te quite la vida - Su voz es como un susurro de la muerte, un recordatorio de que estoy sola y sin esperanza.

Siento el peso de la verdad en las palabras de mi oponente. Lo he visto en acción, despiadado y brutal, sin piedad ni compasión. Sus golpes son como una sentencia de muerte, y sus patadas, una garantía de destrucción. Me acuerdo de los gritos de sus víctimas, de los cuerpos quebrados y sangrantes que se quedan en el suelo.

Mi mente se evade hacia el pasado, hacia aquel año de terror y sufrimiento. El secuestro, la tortura, los golpes y las heridas que nunca sanaron. Me enseñaron a ser una asesina, a matar sin remordimientos, a llenarme las manos de sangre para sobrevivir. Pero cuando mis padres me rescataron, prometí no volver a hacer daño a nadie, no volver a manchar mis manos con la sangre de otra persona.

Pero la ironía es cruel. Desde que hice esa promesa, yo misma he sido la que no ha parado de sangrar. El dolor y el sufrimiento se han convertido en mi compañero constante, y la muerte, en mi sombra.

La multitud grita y se desespera, ansiosa por ver la pelea comenzar. Pero yo solo puedo pensar en la promesa que me hice a mí misma, en la debilidad que me ha llevado a este punto. Mi oponente sigue inmóvil, esperando a que yo haga el primer movimiento, esperando a que yo misma me condene a muerte.

El silencio es opresivo, pesado como una losa que me aplasta. La tensión es palpable, y yo sé que pronto estallará en una violencia brutal y despiadada.

"Ya no más, ya no más", me digo a mí misma, con una voz que apenas es un susurro. La promesa que una vez me hice, la promesa de no hacer daño a nadie, se ha convertido en un cruel recuerdo de mi inocencia. Me ha hecho daño, me ha debilitado, me ha convertido en una víctima.

Pero ahora, algo dentro de mí ha cambiado. Algo ha estallado desde que leí esa carta dándome cuenta de que la muerte de mis padres fue un asesinato, liberando una furia y un odio que llevaba años reprimidos. «Desde ahora», me prometo, «nadie me hace daño a mí o a alguien que amo y sale con vida». La determinación arde en mi interior, como un fuego que consume todo a su paso.

Dejo que cada recuerdo de aquellos años de sufrimiento me consuma, que cada golpe, cada insulto, cada herida me llene de una ira y un desprecio que me ciega. Mi mirada se entorna, mi corazón late con fuerza, mi alma se llena de un odio puro y despiadado.

Y cuando finalmente miro a mi oponente, solo veo un objetivo, un blanco para descargar toda mi furia. Mi mirada es asesina. Nadie me detendrá, nadie me parará. Ahora soy el lobo disfrazado de oveja.

Mi cuerpo comienza a arder, la adrenalina que pasa a través de mis venas es como un río de fuego. Mi mente se llena de recuerdos de la tortura, del dolor y del sufrimiento que me han infligido. Cada golpe, cada patada, cada herida que me han causado vuelve a mi memoria, y mi cuerpo responde con un escalofrío de rabia.

Mi hermosa posesión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora