Luciano se levantó una mañana como lo hacía todos los días. El sol se filtraba por las cortinas beige de su habitación, llenando el espacio de una luz cálida que contrastaba con el frío de la mañana. Mientras se vestía con el uniforme escolar -una camisa blanca y pantalones oscuros-, su mente estaba ocupada en los mismos pensamientos de siempre: cumplir con las expectativas.
Como en todas las mañanas, su madre ya estaba despierta, preparando el desayuno en la cocina. El aroma del café recién hecho y las tostadas quemándose le dio la bienvenida al bajar las escaleras. Su padre, sentado en la mesa con la Biblia abierta frente a él, le dio una mirada aprobatoria cuando lo vio entrar.
-Buenos días, hijo -dijo su padre con voz firme, señalando el asiento frente a él-. Hoy tienes tiempo para desayunar antes de la escuela. No olvides que esta tarde tenemos estudio bíblico.
Luciano asintió mientras se sentaba a la mesa, su mirada bajando hacia su plato de comida. No era que no le gustara pasar tiempo con su familia, pero había algo en esas reuniones religiosas que le inquietaba últimamente. Cada vez que escuchaba a su padre hablar sobre el "camino correcto" y las responsabilidades de un "buen hombre", un nudo de incomodidad se formaba en su estómago. Pero ¿por qué? Aún no lo sabía.
-Claro, papá -respondió, intentando sonar tan convincente como siempre.
Mientras comía en silencio, su madre se unió a la mesa, siempre atenta y con una sonrisa suave en el rostro. Ella, a diferencia de su padre, rara vez hablaba de religión abiertamente, pero su devoción se manifestaba en otros gestos. Las oraciones antes de cada comida, la cruz colgada en cada habitación de la casa, y las visitas semanales a la iglesia eran pruebas más que suficientes de la vida que querían para su hijo.
Luciano vivía lo que muchos llamarían una vida perfecta: una familia unida, valores sólidos y una rutina bien definida. A sus dieciséis años, nunca había tenido un problema grave que enfrentara a sus padres. Siempre fue un buen estudiante, cumplía con las tareas del hogar y, aunque no lo mostrara, respetaba profundamente la religión con la que había crecido. Sus padres lo habían criado para ser un "buen chico", alguien que siguiera el camino que Dios había trazado para él. Y durante la mayor parte de su vida, Luciano había estado de acuerdo.
Pero algo estaba cambiando.
Al terminar el desayuno, Luciano salió rumbo a la escuela. El aire fresco de la mañana lo golpeó en la cara, despejando sus pensamientos por un momento. Caminaba por las mismas calles de siempre, viendo las mismas casas y las mismas personas. Todo era tan rutinario, tan familiar. Pero por dentro, sentía una extraña desconexión.
Mientras cruzaba el umbral de la escuela, el bullicio de los estudiantes llenaba el ambiente. Risas, conversaciones y el ruido de los lockers abriéndose lo rodeaban. Luciano, sin embargo, siempre prefería mantenerse al margen de esas multitudes. Aunque tenía amigos, no era particularmente cercano a ellos. A menudo se sentía diferente, pero nunca se había detenido a pensar por qué.
En clases, su mente vagaba. Recordaba fragmentos del sermón de la semana pasada en la iglesia, donde el pastor hablaba de los "roles naturales" de hombres y mujeres. Recordaba cómo su padre había asentido con cada palabra, aprobando la idea de que un hombre debía ser fuerte, protector y siempre seguro de quién era. Pero, ¿y si no era tan sencillo? ¿Y si alguien no encajaba en ese molde?
Cuando la campana sonó, anunciando el final de la jornada escolar, Luciano sintió un pequeño alivio. Aunque las preguntas seguían rondando su mente, al menos podría desconectarse por un rato en el camino a casa. Pero en el fondo sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a esas preguntas.
Esa tarde, después de la cena, llegó el momento del estudio bíblico familiar. Sentados alrededor de la mesa, con su padre leyendo en voz alta pasajes de la Biblia, Luciano trataba de concentrarse. Pero cada palabra sobre los deberes del hombre resonaba de una manera diferente en su mente. Sentía como si cada versículo fuera una carga, algo que lo empujaba a ser una versión de sí mismo que ya no estaba seguro de querer ser.
-Luciano, ¿te gustaría leer el siguiente versículo? -le preguntó su padre, notando su silencio.
Luciano levantó la mirada, parpadeando un par de veces antes de tomar la Biblia que tenía enfrente. Su voz sonaba segura, pero por dentro algo temblaba. Mientras leía sobre el deber del hombre de ser fuerte y guiar a su familia, su mente divagaba. ¿Y si no quería ser ese hombre? ¿Y si había algo más?
Cuando terminó de leer, su madre le dedicó una sonrisa suave, pero su padre lo miraba con una mezcla de orgullo y expectativa. Luciano forzó una sonrisa de vuelta, pero la incomodidad persistía. Algo estaba cambiando en él, algo que ni siquiera él lograba comprender del todo.
Esa noche, cuando se acostó en su cama, dejó que sus pensamientos fluyeran libremente. ¿Por qué no podía sentirse cómodo con la vida que tenía? ¿Por qué sentía que había una parte de él que ni siquiera había comenzado a explorar? Cerró los ojos, esperando que el sueño apagara esas preguntas, al menos por una noche más. Pero sabía que no podría ignorarlas por mucho tiempo.

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El diario de Ludmila
General FictionEn un entorno familiar conservador y religioso, Luciano lucha por encontrar su verdadera identidad mientras enfrenta la homofobia y la presión de sus creencias. A través de su amistad con Pri y Luna, comienza a explorar su lado femenino y a cuestion...