Capitulo 27: Burlas y Resiliencia

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Las secuelas de la discusión con mis padres aún pesaban en el aire. Desde aquella confrontación, el ambiente en casa había cambiado drásticamente. Cada conversación se tornaba tensa, cargada de reproches y silencios incómodos. La decepción y el rechazo que sentían mis padres se reflejaban en cada mirada, y yo, quien ahora intentaba ser Ludmila, me sentía atrapada en un laberinto emocional.

A medida que pasaban los días, mis padres comenzaron a imponer reglas más estrictas. La prohibición de ver a Pri y Luna se volvió un tema recurrente. Insistían en que esas amistades estaban influyendo negativamente en mi "comportamiento". Trataba de explicarles que simplemente estaba siendo yo misma, pero cada intento era recibido con más desdén. La falta de comprensión de mi familia se convertía en un peso más difícil de llevar.

A veces me preguntaba si el amor que mis padres sentían por mí seguía ahí o si había quedado enterrado bajo el peso de su decepción. ¿Alguna vez podrían aceptar que Ludmila también era su hija?

Sin embargo, en la escuela, el ambiente también se tornaba más tenso. Aunque el uniforme era un reflejo de la rigidez de las normas, había comenzado a encontrar formas de expresar mi identidad dentro de esas limitaciones. En lugar de dejar que la uniformidad me frustrara, decidí personalizar mi apariencia con pequeños detalles: un par de aretes llamativos, pulseras coloridas y un toque de brillo labial que le aportaba un matiz de mi verdadera esencia.

Sin embargo, no todo el colegio era un lugar seguro. Había una frialdad en las miradas de algunos compañeros, un aire de juicio que se filtraba en cada rincón. El sonido de las risas en los pasillos se tornaba inquietante, como si en cualquier momento pudieran volverse contra mí. Pero también había otros que me miraban con algo más que simple curiosidad. Me preguntaba si alguna vez uno de ellos se atrevería a preguntarme cómo me sentía. Pero el apoyo, al menos en la escuela, parecía un recurso escaso, y la sensación de soledad empezaba a volverse una constante.

Un día, mientras caminaba por el pasillo de la escuela, me sentía un poco más segura de mí misma, aunque el miedo siempre estaba presente. Sin embargo, Pri y Luna no estaban en la escuela, y su ausencia se sentía profundamente. Esa mañana, un grupo de chicos comenzó a reírse de mí. Uno de ellos, con una sonrisa burlona, lanzó un comentario sarcástico: “Mira, ahí va el nuevo payaso del colegio”. Las risas resonaron como dagas en mi pecho.

Intenté ignorarlos, pero las palabras de burla me golpearon con fuerza. Mientras avanzaba, sentí cómo la mirada de mis compañeros me atravesaba. Me di cuenta de que no tenía a Pri y Luna a mi lado para protegerme, y la soledad se hizo más pesada. Sentí un vacío en el estómago, como si toda la seguridad que había construido en esos pequeños detalles de mi apariencia se desmoronara en un segundo. Mis manos empezaron a temblar, y tuve que cerrar los puños para controlarlo, pero nada podía calmar la sensación de estar siendo atacada desde todos los ángulos.

Uno de los chicos se acercó y me dijo: “¿Qué te crees? ¿Eres una chica ahora? ¿No tienes vergüenza?”

Cada palabra era como un golpe, y en mi mente comenzaron a entrelazarse pensamientos de duda. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿De verdad soy tan valiente como Pri y Luna siempre me dicen? La vergüenza, esa vieja conocida, volvió a enredarse en mi garganta, haciéndome pensar que tal vez había algo de verdad en sus burlas. Sentía la ira, el miedo y la tristeza empapando cada rincón de mi ser, y aunque intentaba mantenerme firme, las piernas me flaqueaban.

Pero en lugar de darme la vuelta y alejarme, algo en mi interior se encendió. Decidí enfrentar la situación. Con el corazón latiendo con fuerza, me detuve y volví la mirada hacia él, tratando de proyectar toda la confianza que me quedaba. “No soy ningun payaso, solo estoy siendo yo misma. Y si eso no te gusta, es tu problema, no el mío”, le respondí, sintiendo que cada palabra salía con más fuerza de la que había esperado. La sorpresa se dibujó en su rostro, y por un instante, los demás dejaron de reír.

El chico que había comenzado la burla frunció el ceño, como si no pudiera creer que alguien le respondiera de esa manera. Su risa se detuvo, y los otros, que hasta ese momento se habían regocijado en su desprecio, comenzaron a murmurar entre ellos, incómodos por la reacción inesperada de Ludmila. Uno de ellos, intentando recuperar la situación, soltó: “Vamos, no te lo tomes así. Solo estamos bromeando”. Pero su voz ya no tenía la misma fuerza que antes, y el tono defensivo que empleaba no podía ocultar su incomodidad. Las miradas de los demás comenzaron a cambiar, de burlonas a inquisitivas.

Sin embargo, no me detuve. En ese momento de valentía, supe que lo que había dicho no solo resonaba en mí, sino que también estaba comenzando a impactar a los demás. “No necesito tu aprobación”, respondí, con más firmeza. Vi cómo algunos de los chicos intercambiaban miradas, y sus sonrisas desaparecían lentamente. Con la cabeza en alto, continué mi camino, dejando atrás no solo a esos chicos, sino también a los temores que me habían estado persiguiendo.

Recordé los momentos felices con Pri y Luna, las risas compartidas y los consejos de aceptación que ellas siempre me brindaban. Recordé cómo Pri, con una sonrisa, me había dicho una vez: "No importa lo que piensen los demás, Ludmi, lo importante es lo que piensas de ti misma." Y Luna, siempre tan directa, había agregado: "Si el mundo no te entiende, entonces está en su problema, no en el tuyo." Esos recuerdos se aferraban a mí como un salvavidas en medio de una tormenta. Me repetía sus palabras, pero aun así, la duda persistía. ¿Qué pasaría si me arrepiento de ser quien soy?

A pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme, las palabras de esos chicos me alcanzaron, recordándome los desafíos que aún enfrentaba en mi camino de autoaceptación. El día se tornó gris. Sin mis amigas, la soledad se sentía abrumadora. Cada rincón del colegio me recordaba la falta de apoyo y la dureza del mundo exterior. Cuando finalmente llegué a casa, el peso de la burla todavía me perseguía. La risa de esos chicos se convirtió en un eco en mi mente.

Esa noche, me senté frente al espejo, contemplando mi imagen. Frente al espejo, mis ojos se encontraron con los míos, y por un segundo, vi reflejada toda mi lucha: la sonrisa rota, los ojos cansados, pero también una chispa de esperanza que aún no moría. Aunque estaba atrapada en el uniforme que no representaba quién soy, sentí una chispa de esperanza. Me repetí: “No puedo dejar que ellos me definan”.

Mis manos aún temblaban, pero esta vez no era de miedo, sino de determinación. Miré a mi reflejo, buscando en él a la persona que estaba destinada a ser. Pensé en Pri, en cómo me había regalado esos aretes un día soleado en el parque, diciéndome que eran para cuando me sintiera lista para brillar. Y Luna, que siempre me empujaba a ser audaz, a no dejarme derrumbar. Colocarme esos aretes no era solo un acto de rebeldía. Era mi manera de armarme, de decirle al mundo que estaba aquí, lista para pelear por mi derecho a ser yo misma.

Al colocarlos, sentí cómo, de alguna manera, me armaba contra el mundo.

Las dudas regresaron, como siempre lo hacían, envenenando mis pensamientos. ¿Y si estaban en lo correcto? ¿Y si me estaba engañando a mí misma? Sentí cómo esa pregunta se enredaba en mi pecho, sofocándome. Pero justo cuando estaba a punto de hundirme, recordé las palabras de Luna, su voz fuerte y firme: "El problema es de ellos, no tuyo." Esa pequeña chispa dentro de mí, la misma que me impulsaba a seguir adelante, se encendió una vez más. No podía traicionarme.

Sabía que necesitaba encontrar la fuerza para levantarme, y, aunque el camino fuera difícil, cada paso que daba me acercaba más a la libertad de ser Ludmila sin miedo.

Con el apoyo incondicional de Pri y Luna, sentía que tal vez, solo tal vez, había un futuro donde podría vivir sin miedo a ser juzgada. Me imaginé a Pri y Luna a mi lado, riendo juntas bajo el sol, sin temor ni vergüenza. Me permití sonreír ante esa imagen, aunque solo fuera por un segundo. Ese futuro parecía lejano, pero ya no imposible. Y en ese momento, me prometí que no dejaría que nadie me arrebatara esa esperanza. La idea de un futuro brillante, donde pudiera ser Ludmila sin miedo, era mi ancla en la tormenta. Aun cuando las dudas seguían atacando, sabía que contaba con mis amigas para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

Era un camino largo, y aún quedaban muchas batallas por librar, pero ese día había descubierto una parte de mí que no se rendiría fácilmente. Al mirar mi reflejo una vez más, sonreí, no solo porque llevaba los aretes que me habían regalado, sino porque estaba decidida a luchar por ser quien realmente soy.

El diario de LudmilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora