Los días siguientes a mi visita a casa de mis abuelos fueron un torbellino de emociones. La libertad que sentí al hablar con ellos seguía resonando en mi mente, pero la realidad de mi hogar se sentía cada vez más pesada. Mis cambios no pasaron desapercibidos, y ahora mi familia comenzaba a notar algo diferente en mí.
Una tarde, mientras cenábamos, la tensión en el aire era palpable. El sonido de los cubiertos chocando contra los platos parecía amplificar el silencio incómodo que nos rodeaba. El olor a carne asada y puré de papas flotaba en la habitación, pero mi estómago estaba enredado en un nudo. Mis padres intercambiaban miradas cargadas de significado, y yo trataba de actuar con normalidad, aunque mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Recordé las noches en las que cenábamos todos juntos, riendo y hablando de nuestras cosas. Aquellos momentos parecían tan lejanos, como si pertenecieran a otra vida.
Fue mi madre quien rompió el silencio, su voz tensa."Luciano, hemos notado que has estado un poco diferente últimamente. ¿Hay algo que quieras compartir con nosotros?"
Mis manos temblaban ligeramente mientras jugaba con mi comida. Un torrente de pensamientos me invadió. ¿Debía hablar de mis sentimientos? ¿De lo que había descubierto sobre mí mismo? Pero la idea de abrirme ante ellos me aterraba. Aún no estaba listo para enfrentar sus posibles juicios, así que opté por una respuesta evasiva.
"No, solo... he estado ocupado con la escuela y mis amigos," dije, intentando sonar casual, aunque mi voz temblaba al final.
"No es solo eso," intervino mi padre, su tono firme. "Te hemos visto actuar de una manera que no es la que esperamos. ¿Acaso hay algo que no nos estás diciendo?"
La pregunta me golpeó como una ola de frío. Sabía que estaban preocupados y querían entender lo que estaba pasando. Recorrí en mi mente los momentos en que me había sentido diferente, cuando empezaron a cambiar las cosas. Recordé cuando usé por primera vez ropa de chica en casa de Pri: aquella blusa de manga larga de color rosa y la falda negra. La sensación de libertad y autenticidad me había llenado de alegría, una emoción que ahora parecía lejana. Aunque no podía negar lo que estaba sucediendo dentro de mí, tampoco podía arriesgarme a perder el amor que tenían por mí. Así que continué con la evasiva.
"Estoy bien, de verdad," repetí, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza.
Sin embargo, mi madre no se dio por vencida. Su voz era suave, pero había una firmeza en su mirada.
"Luciano, como tus padres, queremos que seas feliz, pero también queremos que seas tú mismo. ¿Por qué sientes que tienes que ocultar algo? La comunicación es clave en nuestra familia."
Esa última frase resonó en mí, y aunque temía lo que pudiera venir, una parte de mí deseaba abrirme y decirles todo. Recordé cuando era niño y solía contarles mis sueños sin temor, cómo siempre me alentaron a ser quien era. Pero ahora, la idea de desilusionarlos me llenaba de miedo. Solo pude murmurar:
"No estoy ocultando nada, de verdad. Solo estoy tratando de averiguar quién soy."
Mis palabras parecían aliviar un poco la presión en la mesa, pero la desconfianza seguía presente. El silencio se volvió más denso, como si las paredes mismas estuvieran presionando sobre mí. Mi madre se volvió hacia mi padre, y una conversación silenciosa se desarrolló entre ellos, como si evaluaran la situación sin pronunciar una sola palabra. Yo me sentía en el centro de un torbellino emocional, atrapado entre el deseo de ser honesto y el miedo a las repercusiones.
Finalmente, mi padre rompió el silencio.
"Solo queremos lo mejor para ti, hijo. Solo recuerda que hay expectativas en nuestra familia que debes tener en cuenta. Queremos que seas responsable y que tomes decisiones que te beneficien en el futuro."
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El diario de Ludmila
General FictionEn un entorno familiar conservador y religioso, Luciano lucha por encontrar su verdadera identidad mientras enfrenta la homofobia y la presión de sus creencias. A través de su amistad con Pri y Luna, comienza a explorar su lado femenino y a cuestion...