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SENGOKU - INUYASHA

—Inuyasha, ayúdame... —la voz de Kagome era un susurro, apenas una plegaria, de esas que se dicen cuando ya uno sabe que no hay respuestas, pero se sigue rogando igual.

—Aguantá, Kagome. Él va a venir... —Sango intentaba sonar firme, pero la desesperación ya le había invadido el rostro. Todos sabían que Inuyasha no estaba. Las serpientes recoge almas lo habían delatado, y no había manera de que llegara a tiempo. Ninguno lo decía, pero lo pensaban. En ese silencio incómodo se notaba la certeza.

Miroku, con esa calma que usan los que no se permiten el lujo de derrumbarse, le tomó la mano a Kagome, como si con eso pudiera sostenerla en este mundo un rato más: —No te vayas, por favor. Inuyasha va a volver, tenés que quedarte despierta... sólo un poco más.

Pero ni él creía en sus propias palabras. Ya no era cuestión de esperanza, sino de costumbre: seguían hablando, seguían diciéndose cosas, aunque sabían que a veces, cuando la muerte ronda, no hay palabras que alcancen.

—Ma-má... yo quiero vivir... —Kagome rompió en llanto, como si todavía fuera la chica que no conocía de guerras ni de yokais. Su voz era suave, infantil, como si estuviera pidiendo un último favor que nadie podía concederle.

Shippō no podía aguantar más. Era tan pequeño, y esa impotencia lo rompía en pedazos. Quiso hacer algo, lo que fuera, pero las lágrimas lo cegaban. —¡No te vayas, Kagome! ¡Yo voy a buscar a Inuyasha, pero quedate! —dijo entre sollozos—. Por favor, no nos dejes solos.

El silencio cayó de golpe. Kagome, con la respiración entrecortada, buscó las palabras como quien busca aire en medio de un naufragio: —Lo siento... en serio, lo siento. No fui lo suficientemente fuerte... Perdónenme... —y con esas últimas disculpas, se fue. Sin ruido, sin drama. Simplemente dejó de estar.

La ausencia llenó el lugar, como si el frío hubiera llegado para quedarse. Todo lo que habían vivido juntos quedó en pausa, en un paréntesis que ninguno sabía cómo cerrar.

FUTURO JUJUTSU KAISEN

Años después, en un hospital como cualquier otro, una mujer esperaba el nacimiento de su hija. Todo parecía normal. Afuera, la vida seguía su curso, como si las tragedias del mundo nunca tocaran a esa familia acomodada, ajena a los monstruos que rondaban las esquinas invisibles.

—Señora, es una niña. Está sana y es hermosa —anunció la enfermera con la misma voz que habrá usado mil veces, como si decir que todo estaba bien fuera parte de su rutina.

La madre, cansada pero con una sonrisa que no podía evitar, tomó a su hija en brazos. Miró a la pequeña y susurró: —Te llamarás Kagome. Vas a ser la niña más linda de este mundo.

El padre entró poco después, con su hijo mayor detrás, ambos con la emoción de quien está viendo el futuro en una criatura tan pequeña. La madre sonrió al ver a su esposo y dijo: —Mirá, tiene tu cabello. Pero esos ojos... son como el mar, tan azules, tan profundos. Nuestra linda Kagome.

Pero el tiempo no se detiene. La niña creció, como todas las niñas lo hacen, sólo que ella no era como las demás. Empezó a hablar de cosas que sus padres no podían entender, de monstruos que ellos no veían. Al principio, la trataban con cariño, creyendo que eran miedos de una niña pequeña.

—Mamá, papá, hay un monstruo ahí —dijo Kagome un día, señalando un rincón vacío de la habitación.

La madre, tranquila, le acarició el cabello, como quien calma un mal sueño. —No hay nada, mi amor. Estamos acá, todo está bien.

Pero todo cambió de golpe. La sangre, tan roja y tan real, salpicó el rostro de la niña de cinco años, y la calma de sus padres se desmoronó en un instante. Kagome apenas entendió qué estaba pasando, pero su instinto la llevó a hacer lo que alguna vez supo hacer: formó un arco con su reiki, y el monstruo desapareció, como si nunca hubiera existido. Pero la sangre, la sangre no se va tan fácil.

Su hermano mayor llegó poco después. No pudo creer lo que veía: sus padres, desparramados en el suelo, y Kagome, de pie, en medio de todo ese desastre.

—¿Qué... qué hiciste, Kagome? —preguntó, con la voz rota por el miedo. No quería acusarla, pero el horror de la escena no dejaba espacio para otra cosa.

Kagome, con la mirada perdida y el temblor en las manos, solo pudo murmurar: —Era el monstruo, hermano. Lastimó a mamá y papá...

Pero sus palabras no tenían sentido para él. No podía procesar lo que veía. El niño, incapaz de quedarse, salió corriendo, huyendo de lo que no comprendía.

Finalmente, la policía llegó. La escena era extraña, sin sentido. No había arma, no había sospechosos. Y sin embargo, ahí estaban, una familia rota. Los oficiales no sabían qué hacer con los niños. Kagome, con apenas cinco años, y su hermano, apenas catorce. Ninguno de los dos tenía ya a nadie en el mundo, salvo el uno al otro.

Decidieron que el niño podía quedarse en la casa, con la fortuna familiar que, aunque les sobraba, no podía arreglar lo que estaba roto. Y Kagome... Kagome sólo se quedó en silencio, porque el silencio era lo único que entendía en ese momento.

Los años pasaron, como pasan siempre, sin pedir permiso ni disculpas pero que no sirvio para curar sus viejas heridas. El hermano de Kagome se convirtió en una especie de sombra en la casa, el era alguien que estaba pocas veces en casa pues estudiaba en el extranjero, era alguien que estaba ahí pero ya no era el mismo. Al principio intentó cuidar de ella, jugar al papel de protector, pero la tragedia se había quedado a vivir en el corazón de los dos. Y con los días, semanas y meses, esa relación se fue llenando de silencios incómodos, de distancias que ni el cariño más puro podía acortar.

Ella se dedicó por completo el estudio, no podía salir de casa le daba miedo, tenía sus tutores privados quienes la apoyaban en su estudio Pero sus ojos, esos mismos que su madre comparó con el mar, se volvieron un espejo de lo que perdido: profundos, sí, pero llenos de cosas que no decía.

-Hermano cuando volverás a la universidad- pregunto kagome intentando mantener conversación con su hermano

- ...La próxima semana- respondió seco y sin ganas

-Hermano.. um yo quería decirte... No,perdón hermano No es nada—su hermano la miro como si solo tenerla cerca fuera un fastidio y sus palabras fueran un sin sentido


Mi Mundo- SATORU GOJO- KAGOME HIGURASHI  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora