Capítulo 1

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Levi Ackerman despertó de un sueño profundo en el sofá, sintiendo la presión de la culpa y la frustración al darse cuenta de que había perdido la noción del tiempo. La luz del sol entraba por la ventana, iluminando el desorden de la sala.

Miró el reloj y se dio cuenta de que ya era tarde.Se levantó rápidamente y se dirigió a la cocina, donde encontró a su hijo Farlan, de siete años, haciendo un esfuerzo heroico para preparar el desayuno.

—¿Por qué estás cocinando? —preguntó Levi, sorprendido.

—Mamá no lo hizo —respondió Farlan con voz cansada mientras revolvía la sopa caliente.

Levi sintió cómo la ira comenzaba a burbujear dentro de él. Se volvió hacia Hange, que estaba sentada en el sofá, mirando su teléfono con desinterés.

—¿Por qué no preparaste el desayuno? ¡Es tu responsabilidad! —exclamó Levi, su voz cargada de frustración.

Hange alzó la vista, claramente molesta.

—No tengo ganas de hacer todo. Farlan puede hacerlo —replicó con desdén.

—¡Es un niño! No debería estar asumiendo esas responsabilidades! Menos a estas horas de la mañana —gritó Levi, sintiendo cómo la frustración se apoderaba de él.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede aquí todo el día cocinando y limpiando? Odio cuando te pones alcahuete igual que tu madre —respondió Hange, levantándose y enfrentándolo.La tensión entre ellos era palpable.

Levi sintió que su paciencia se estaba agotando.

—No estoy pidiendo un servicio completo, solo un poco de esfuerzo. Esto no es justo para Farlan; además, tiene que ir al colegio. No entiendo cómo puedes ser tan egoísta —dijo Levi con firmeza.

Hange se cruzó de brazos, desafiándolo.

—Quizás deberías dejar de pensar en mí y empezar a pensar en ti mismo. Siempre estás tan ocupado con tu trabajo que olvidas lo que realmente importa. Yo no soy esclava ni sirvienta de nadie.

Levi sintió que su corazón se aceleraba por la rabia. La discusión continuaba mientras Farlan trataba de ignorar el conflicto, concentrándose en su desayuno improvisado.

Finalmente, tras una serie de intercambios hirientes, Levi salió corriendo de casa, sabiendo que llegaría tarde al trabajo.El tráfico era un caos; los conductores se gritaban entre sí mientras él intentaba mantenerse sereno detrás del volante.

Al llegar a la oficina, la presión aumentó aún más. En su hora de almuerzo, exhausto y abrumado, buscó a Porco Galliard para desahogarse.

—Estoy al borde del colapso... Hange y yo estamos en una pelea constante por cosas triviales y estúpidas. Me tiene harto; parece una loca histérica. Ni siquiera deja que duerma con ella en la misma cama. Si no estuviera Farlan tal vez pensaría en terminar con esta farsa que tenemos por matrimonio —confesó Levi mientras tomaba un trago de su café.

Porco sonrió con picardía.

—Amigo, si que estás jodido. Esa mujer tuya es una hincha pelotas de lo peor. No sé si sea lo correcto separarte; tu hijo aún es muy chico. Quizás necesitas hablar con alguien que entienda tus problemas... tengo una tarjeta de una terapeuta excelente. Yo mismo he ido unas par de veces con Yelena. Ella es Mikasa Azumabito; es sexóloga y déjame decirte que está ufff buenísima —dijo Porco entre risas burlonas.

Levi frunció el ceño pero no pudo evitar sentirse intrigado por la idea.

—A mí no me interesa si está buena o no; lo único que quiero es que me brinde su ayuda profesional. Hange me tiene hinchado los huevos con sus actitudes tan egoístas y despreocupadas conmigo y nuestro hijo —respondió Levi con frustración palpable.

Porco soltó una risa burlona.

—Si eso lo dices ahora, después te quiero ver cuando esa mujer te deje con todo el pene parado —bromeó mientras se reía a carcajadas.

Levi intentó mantener una expresión seria pero no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia de su amigo. Sin embargo, el peso de sus problemas seguía presente en su mente.

Finalmente, tras un rato hablando sobre las locuras del matrimonio y los desafíos de ser padre, Levi sintió que ya no podía soportar más la situación. Con determinación renovada y un nudo en el estómago por lo que estaba a punto de hacer, sacó su teléfono móvil y marcó el número de Hange.

La llamada resonó en sus oídos mientras esperaba que contestara. Cuando finalmente lo hizo, Levi no pudo contenerse más.

—Hola querida, ¿cómo estás? Qué bueno que al fin contestas el teléfono —dijo Levi tratando de sonar calmado aunque su frustración latía bajo la superficie.—Mmm sí, dime qué necesitas. Estoy muy ocupada —respondió ella sin interés y con molestia.

Levi respiró hondo antes de continuar:

—Entiendo... Bueno... quería decirte... Que he reservado una cita con un terapeuta para hablar sobre nosotros... creo que necesitamos ayuda profesional para nuestro matrimonio —anunció Levi con voz firme pero cargada de tensión.La reacción fue inmediata; Hange estalló en protestas al otro lado de la línea.

—¡¿Qué?! ¡No voy a ir a ventilar nuestras intimidades a una desconocida! ¡Eso es ridículo! —gritó ella, claramente furiosa.

Levi sintió cómo su propia ira aumentaba ante su negativa.

—¡No estoy pidiendo tu permiso! Necesitamos ayuda antes de que esto se vuelva insostenible; entiéndelo Hange, tú y yo lo necesitamos. No me soportas; no quieres ni siquiera tenerme cerca. No duermes conmigo en la misma cama ni me dejas tocarte ni hacerte el amor... ¿qué más pruebas quieres que te dé? —respondió él, tratando desesperadamente de mantener la calma mientras sentía cómo cada palabra le quemaba por dentro.

Hange rió sarcásticamente desde el otro lado del teléfono:

—¿Y qué crees? ¿Que voy a dejarme llevar por tus caprichos? No necesito a nadie metiéndose en mi vida personal; además, no me culpes a mí si nuestro matrimonio se ha ido al carajo. Tú eres el culpable de que la pasión se acabara —replicó ella con desdén.

Levi apretó los dientes, sintiendo cómo cada palabra le atravesaba como dagas afiladas. La impotencia crecía dentro de él como un volcán a punto de estallar.

—Escucha bien: si no vas a esta cita conmigo, te juro que pediré el divorcio. No puedo seguir soportando a una bruja histérica como tú —dijo él con ironía en una voz baja pero amenazante.

Hubo un silencio tenso antes de que Hange respondiera con desprecio:

—¡Vete al diablo maldito fracasado! Si eso es lo que quieres hacer... hazlo. Pero no cuentes conmigo para tus dramas de maricón quinceañero —dijo antes de colgar abruptamente.

Levi quedó parado allí, mirando el teléfono en sus manos mientras sentía cómo la rabia y la impotencia se mezclaban dentro de él como un torbellino incontrolable.

Sabía que había cruzado una línea peligrosa; pero también sabía que ya no podía seguir así. La decisión estaba tomada: necesitaban ayuda o todo se desmoronaría irremediablemente.

Con los puños apretados y el corazón acelerado por las emociones encontradas, Levi comprendió que había llegado al límite y debía actuar antes de perderlo todo definitivamente.

Terapia de pareja (Rivamika) (Levihan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora