Terapia de pareja (Rivamika) (Levihan)

Capítulo 11

El sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un mosaico vibrante de luces y sombras que danzaban sobre el sendero. Los rayos dorados iluminaban el camino, mientras los pájaros cantaban con alegría en las ramas, añadiendo una melodía suave al ambiente. Levi caminaba junto a Hange, quien empujaba la carreola de Farlan con una energía contagiosa. El pequeño reía a carcajadas, señalando a los pájaros que volaban en círculos sobre sus cabezas, sus ojos brillantes reflejando la pura felicidad de la infancia. Era un día perfecto para un paseo familiar; el cielo estaba despejado, la brisa era suave y fresca, y todo parecía estar en su lugar. Sin embargo, la mente de Levi estaba atrapada en un torbellino de emociones que lo mantenía en un constante estado de inquietud. La alegría que lo rodeaba parecía casi irreal, como si fuera un sueño del que temiera despertar.

—¡Mira, papá! —gritó Farlan con entusiasmo desbordante, señalando una mariposa que danzaba entre las flores silvestres que adornaban el camino. La mariposa era un destello de color vibrante, sus alas se movían con gracia en el aire mientras el niño intentaba seguirla con su mirada.

Levi sonrió involuntariamente al ver la alegría en el rostro de su hijo. La risa de Farlan era como música para sus oídos; era un recordatorio del amor puro e incondicional que existía entre ellos. Sin embargo, tan pronto como su mirada se posó en Hange —su compañera y apoyo— la imagen de Mikasa apareció como un fantasma en su mente. La había visto besándose con ese hombre la otra noche; esa visión lo atormentaba como una sombra persistente que se negaba a desvanecerse por más que lo intentaba. Era un recuerdo vívido que lo seguía a todas partes, incluso en los momentos más felices.

—¿Te gustaría atrapar esa mariposa, Farlan? —preguntó Hange, inclinándose hacia su hijo con una sonrisa brillante que iluminaba su rostro. Sus ojos reflejaban una mezcla de ternura y diversión mientras observaba a su pequeño correr tras el insecto colorido.

—¡Sí! —respondió el niño, su voz llena de determinación, levantándose de la carreola y corriendo tras la mariposa con la energía típica de su edad. Sus pequeños pies golpeaban el suelo mientras reía y gritaba emocionado por cada intento fallido.

Levi observó a su hijo correr, pero en su pecho se encendía una punzada de tristeza y desesperación. Era difícil experimentar ese momento sin que los recuerdos de Mikasa interrumpieran su felicidad. La dualidad de sus sentimientos lo consumía; por un lado, amaba profundamente a Hange y a Farlan, pero por otro, había una conexión intensa con Mikasa que lo mantenía cautivo. Era como si estuviera atrapado entre dos mundos: uno lleno de amor y ambiente familiar, y otro lleno de deseos prohibidos y una obsesión que lo devoraba por dentro.

Mientras Farlan intentaba atrapar la mariposa, Levi y Hange intercambiaron miradas llenas de significado. Ella parecía feliz, pero también había una sombra de preocupación en sus ojos; esa mirada penetrante siempre había tenido la capacidad de leerlo como un libro abierto. Hange conocía cada matiz de su comportamiento; sabía cuando algo no estaba bien.

—¿Qué te pasa? Estás más callado que de costumbre —preguntó Hange suavemente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos como una nube oscura. Su voz era suave pero firme, como si supiera que debía abordar el tema.

Levi asintió lentamente, aunque sabía que no era verdad. La culpa lo devoraba por dentro; era un monstruo voraz que no le permitía disfrutar plenamente del presente ni dejarse llevar por la alegría que ofrecía ese día soleado. Quería estar presente para Hange y Farlan, pero cada vez que intentaba concentrarse en ellos, la imagen de Mikasa se interponía entre él y su familia como un velo oscuro e impenetrable.

—Solo... estoy reflexionando sobre algunas cosas. No te preocupes, cariño —respondió Levi con voz temblorosa, intentando sonar despreocupado y ocultar su tormento interno detrás de una fachada tranquila.