Recuerdos

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-Sorrento... sabes que yo te amo, pero esto es necesario.

-¿Como puedes decir que me amas, si te vas a casar con ella?

-Es por el bien de los dos, ¿no lo entiendes? Solo quiero darte lo mejor del mundo, te amo y mereces todo lo que desees, solo será un año, ni siquiera voy a tocarla, sabes que mis besos y mi cuerpo solo son tuyos, por favor entiéndelo, después de eso me divorciaré, vendré por ti y nos casaremos. Viajaremos por el mundo, adoptaremos un niño y seremos una hermosa familia feliz.

-Entiéndelo tú, a mi no me interesa el dinero, ni el poder, a mi solo me interesas tú, no lo hagas, huyamos juntos, podemos lograrlo si estamos unidos, ¡por favor no lo hagas!

-¿Como vamos a lograrlo? Tenemos 17 años ¿de que vamos a vivir o trabajar? Yo perderé todo si no cumplo con la cláusula del testamento. Es definitivo y espero lo entiendas, solo te estoy pidiendo tiempo y volveré a ti, terminarás de estudiar y lograrás ser el gran músico que quieres- se acerco para besarlo, pero la puerta en donde se encontraban fue abruptamente abierta- ¿qué no te enseñaron a tocar, Bian?

-Lo siento señor, pero la señorita Serafina acaba de llegar con sus padres y lo están esperando en el salón principal.

-Está bien voy para allá.

El chico recién llegado se marchó dejando a la pareja sola.

-Por favor no lo hagas te lo ruego, vámonos veremos qué hacer.

-Lo siento mi amor la decisión está tomada, solo por favor, esperame...

El joven salió de la habitación en la que estaba, dejando al otro con un terrible vacío en el pecho, unos minutos después decidió también salir del lugar, para encontrase en el salón principal con el anuncio de que su amado, se casaría en un par de semanas. Tal noticia destrozó su corazón pues por más que suplicó, el dinero y el poder fueron más fuertes que el amor del recién comprometido le profesaba.

Sorrento se despertó de golpe, soñó con aquello que tanto dolor le causaba, a lo lejos sonaba el despertador indicando que era hora de comenzar el día.

-Aqui vamos, otro día más sin ti.

El joven salió de la cama y se dirigió para darse una ducha, salió se secó él cabello, se vistió y salió de su casa para una vez más pisar el suelo de la escuela en donde su segundo tormento esperaba.

A la escuela arribaban Kardia, Degel, Camus y Milo, este último buscaba con desesperación a su pequeño Sorrento, causando en el francés menor un sentimiento de tristeza.

-Milo, Sorrento está por allá-el francés señaló la mitad del patio donde Sorrento caminaba con la mirada agachada y en total distracción.

-Oh Camus gracias, eres un amor, ¡Sorrento!- gritó el joven griego que los acompañó el día anterior y corrió hacia donde estaba el chico -¿como estas? Ya te sientes mejor de lo de ayer.

-Si Milo, muchas gracias por preguntar y preocuparte.

-No hay nada que agradecer, sabes que quiero que tú estancia aquí sea de lo mejor, además quiero conocerte más, tus gustos y manías si me lo permites claro.

-Claro que sí, eres el único chico que hasta ahora me parece agradable, no como el imbécil de Kanon.

-¿Quien? ¿Dijiste Kanon? ¿No me digas que ese desgraciado te hizo algo?

-Oh no, tranquilo, lo digo por lo que te dijo ayer, es decir el hecho de que te esté molestando- desvió la mirada de la del otro que parecía poder leer la suya- que tipo tan molesto ¿no?

Amor tardío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora