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La tarde se desvanecía, y el aire fresco de diciembre me llenaba de un sentido renovado de alegría. Hablar con Evander había sido como abrir una ventana a un mundo lleno de posibilidades. Mientras terminábamos nuestro picnic, el sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles, y la anticipación de la Navidad se sentía en cada rincón.

—¿Ya te has dado cuenta de que solo faltan cuatro días para Navidad? —pregunté, mirando a Evander, que ahora se recostaba en el césped, disfrutando del suave murmullo del viento.

—Ciertamente lo he notado —respondió, girando su cabeza hacia mí, su expresión reflejando una mezcla de emoción y melancolía.

—Es tan mágico —dije, sonriendo. Recordaba las decoraciones brillantes y el aroma de los dulces que llenaban las calles. Pero había algo más profundo en esa época, algo que resonaba con mis propios sueños.

—¿Qué es lo que más esperas de la Navidad? —preguntó, su voz suave, un cambio refrescante de su habitual tono frío.

—No mucho, quisiera ver a mi madre. La última vez no fue muy grata para nadie. Recuerdo mis navidades cuando no eran tan duras con mi familia... hacíamos galletas, ricas comidas, mi madre cantaba villancicos. Era mágico cuando abríamos regalos; a pesar de no tener mucho, esos recuerdos me hacen feliz... —dije, sintiendo cómo el calor de esos recuerdos iluminaba mi corazón—. También disfrutaba de la magia de las luces, del aroma del pino y de la calidez de estar en casa.

—Esos momentos simples son los que realmente cuentan —dijo Evander, su mirada perdida en el horizonte, como si esos recuerdos lo envolvieran en una calidez que rara vez mostraba—. En el palacio, me siento rodeado de lujos y responsabilidades, y olvido lo que realmente significa la Navidad.

—Es una época para recordar lo que importa: la familia, el amor y los lindos recuerdos —le respondí, sintiendo que cada palabra resonaba con sinceridad—. La conexión y los sueños compartidos también lo son.

Evander se giró hacia mí, su expresión se volvió seria. —Astoria, mis navidades nunca fueron de otro mundo. Mi padre estaba ausente la mayor parte del tiempo, y aunque mi madre siempre trataba de hacerlas especiales, la soledad era lo único que había.

Su voz era profunda, y en sus ojos vi destellos de una tristeza que nunca había notado. —Ella intentaba que todo fuera perfecto, decorando el palacio con luces y preparando banquetes, pero a menudo éramos solo nosotros dos. La formalidad del lugar siempre lo hacía difícil.

—Lo lamento, Evander —dije suavemente—. Debe haber sido duro para ti.

—Sí, pero aprendí a apreciar esos momentos con mi madre. Ella siempre se esforzaba por hacerme sentir amado, incluso cuando la situación no era ideal —admitió, sonriendo melancólicamente—. A veces, los mejores recuerdos son los más simples, como cuando ella me leía cuentos junto al fuego y unas galletas.

La imagen de un Evander niño, acurrucado junto a su madre en un rincón del palacio, me llenó de ternura. —Ella es una mujer increíble, es lindo saber eso —dije, deseando haber podido conocer esos momentos.

—Lo es —respondió, su mirada iluminándose—. Aunque el palacio a menudo se sentía frío, su amor lo hacía cálido. Pero con el tiempo, ese calor se fue desvaneciendo, y la soledad comenzó a hacerse más presente. A pesar de que ella esté aquí, su amor ya no está tan presente como antes.

—Evander, entiendo lo que sientes. A veces, la Navidad puede ser un recordatorio de lo que falta, pero también puede ser una oportunidad para crear nuevos recuerdos —dije, con el corazón latiendo con fuerza—. Quizás este año sea diferente para ti y para mí.

El rey malvado y la plebeyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora