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Evander se puso de pie y me extendió la mano.

—Vamos a dar un paseo, entonces. Quiero mostrarte un rincón especial del jardín que podría ser perfecto para nuestra celebración.

Tomé su mano, sintiendo un cosquilleo recorrerme. Caminamos juntos entre los árboles, el aire fresco de diciembre envolviéndonos. Mientras caminábamos, Evander comenzó a hacerme un ramo de flores con todas las que se encontraba en su camino, lo cual era bastante tierno de su parte.

—Siempre he pensado que las flores son un símbolo de amor —dijo, sonriendo mientras recogía algunas margaritas y hojas verdes—. En el jardín hay una mezcla de colores y fragancias, y creo que podrían reflejar la alegría que queremos traer a esta Navidad.

—Tienes razón —respondí, observando cómo su mirada se iluminaba al hablar de las flores. Había algo en su pasión que me hacía sentir más cercana a él—. Las flores traen vida y color a cualquier lugar.

Continuamos nuestro paseo, y mientras él formaba el ramo, me contó sobre el jardín. A medida que hablaba, sentí que su voz se llenaba de una calidez que antes no había notado.

—Este lugar siempre ha sido mi refugio —admitió, mientras colocaba una flor en el ramo con delicadeza—. Cuando era niño, solía escaparme aquí para encontrar un poco de paz. Entre las responsabilidades y las expectativas, estos árboles y estas flores eran mi única compañía.

Era difícil imaginar a Evander, el rey, sintiéndose solo. Su vulnerabilidad me hizo querer conocerlo aún más.

—¿Y qué has encontrado aquí, en tu refugio? —pregunté, sintiéndome intrigada.

—He encontrado mis sueños y anhelos —respondió, su mirada fija en un punto en el horizonte—. He aprendido que, a pesar de todo, la belleza puede florecer incluso en los lugares más oscuros.

Al escuchar esas palabras, comprendí que su conexión con el jardín era un reflejo de su propia lucha interna; no era solo un lugar de soledad. En ese jardín también había un espacio para la esperanza y el renacer.

—Es hermoso lo que dices —dije suavemente, deseando que entendiera cuán valioso era lo que compartía conmigo.

Finalmente, llegamos a un lindo lago sereno y mágico, donde los cisnes nadaban con gracia. Me llamó la atención que había una pareja de cisnes, uno blanco y otro negro. Di una pequeña sonrisa al verlos, ya que los relacioné con Evander y conmigo. El agua era cristalina, reflejando la belleza natural del entorno. La luz suave y los tonos cálidos del paisaje creaban una sensación de paz y cuento de hadas.

—Mira esos cisnes —dije, señalando a la pareja que nadaba en el lago—. Se ven tan elegantes juntos. Como si fueran un símbolo de amor eterno.

Evander se detuvo a mi lado, contemplando los cisnes.

—Es curioso cómo la naturaleza a menudo refleja nuestras propias vidas —murmuró—. El cisne blanco podría representar la pureza y la esperanza, mientras que el negro simboliza lo desconocido y la oscuridad. Juntos, forman un equilibrio perfecto.

Su interpretación me sorprendió. Evander siempre había mostrado una profundidad que rara vez le daba crédito.

—A veces, lo que parece opuesto puede complementarse de maneras sorprendentes —respondí, sintiéndome más conectada a él.

—Exactamente —dijo, girándose hacia mí con una mirada intensa—. Así como nosotros, a pesar de nuestras diferencias. Tal vez podamos encontrar ese equilibrio.

—Eres sabia, Astoria —dijo Evander, sonriendo mientras se acercaba un poco más.

Aquel momento era mágico. La luz del atardecer bañaba el lago en tonos dorados, y la serenidad del entorno envolvía nuestras almas. Evander se agachó, recogiendo una pequeña piedra del suelo, y la lanzó suavemente al agua. Las ondas se expandieron, rompiendo la calma de la superficie, y sonreí al verlo.

El rey malvado y la plebeyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora