Las puertas de la Basílica se cerraron con un gran golpe. El funeral debía ser privado.
Así lo habían querido.
La luz tenue de los candelabros y el cargado olor a incienso acentuaban la atmósfera solemne y sagrada. La gente susurraba sus condolencias a la familia Vito mientras iban buscando un asiento. Nadie se atrevía a alzar la voz, no en la casa del Señor. Abrió el obituario que había entregado nada más entrar y leyó el nombre escrito con fina letra.
Rinaldo Vito, falleció el 26 de diciembre de 2008; a la edad de 56 años.
Rogamos por su alma.
— Como si ese hombre pudiera librarse de ir al infierno —, gruñó entre dientes Federico dejándose caer sobre el banco de madera brillante. En los laterales, decorando los bancos, había colgado un ostentoso ramillete. — Creía que esto era para las bodas —, se mofó estirando de uno de los lazos. No paró hasta soltarlo y destrozar la elaborada decoración.
— Parece ser que no —, murmuró Annica sentándose junto a él. De un manotazo le arrancó el ramillete y lo escondió bajo el banco. — ¿Has hablado con Andrea?
Fede negó con la cabeza, estirándose cuan largo era en el estrecho espacio entre nuestro banco y el de delante.
— ¿Por qué? —, preguntó pasando sus ojos color miel desde el cuello de su camisa hasta los ojos verdosos de su primo. Ambos iban vestidos completamente de negro.
— Él no quería verme —, respondió encogiéndose de hombros. Ella enarcó una de sus finas cejas.
— ¿Lo intentaste siquiera? —, contraatacó la chica.
Fede suspiró con pesadez, ganándose una mala mirada de la señora del banco de al lado. La misa ya había comenzado y el padre Pio iniciaba las oraciones, compartiendo palabras de consuelo y esperanza en medio del duelo. Sus palabras, llenas de comprensión y fe, buscaban aliviar el sufrimiento de aquellos que se despedían de un ser querido.
— Claro que sí, pero le dijo a uno de sus perros que me echaran a la calle—, el joven pelinegro resopló, frunciendo el ceño.
Anicca frunció los labios imaginando aquella escena. Conociendo a su primo seguramente habría reaccionado de malas maneras. A Federico Bernocchi le costaba escuchar un no.
— Dale tiempo, su padre acaba de morir —, pidió la rubia mirando a Andrea desde la distancia, con una mueca.
— Padrastro, su padre murió hace más de cinco años. Estamos frente a una verdadera viuda negra —, añadió el chico con una pequeña sonrisa, señalando con la cabeza a la viuda, Tatiana Vito.
Tatiana era una mujer de mediana edad con la piel tan estirada que apenas se distinguían sus facciones. Su cabello rubio, recogido en un elegante moño, confería un aire distinguido, al igual que su traje de falda negro, de apariencia cara. Sus manos estaban enfundadas en unos guantes también negros y sostenía un delicado pañuelo blanco para secar sus lágrimas. Sorprendentemente, su maquillaje permanecía impecable.
— Da la impresión de estar afectada.
— Yo diría que más bien llora de felicidad, Rinaldo era hijo único y, por tanto, toda la fortuna de la familia Vito más las propiedades han ido a parar a sus manos. Prácticamente, le cayó del cielo —, dijo el moreno soltando una risita.
Ella negó con la cabeza mirando hacia los lados, comprobando que nadie había escuchado la osada broma de su primo. Pues Rinaldo Vito había acabado con su vida saltando desde uno de los balcones de su lujosa mansión en Bari. Sus ojos se dirigieron hasta el altar, donde el ataúd del señor Vito permanecía cerrado a la vista de los curiosos.
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El Eco de Una Bala
RomanceEl mundo es demasiado pequeño y comprender cómo funciona no está al alcance de cualquier mente. Algunas mentes optan por construir un ideario cuyo contenido está distantes de la realidad palpable. Pretenden vagar por un pseudo ilusorio, tratando de...