Capítulo 8: Dos Caras

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Anicca había descubierto que la jardinería era el pasatiempo perfecto para un alma como la suya.

Un arte que demandaba planificación, paciencia y visión.

Se había convertido con el tiempo en su refugio. Un santuario de paz en medio del torbellino de la vida. Era un conjunto de las tres cosas que ella más amaba: la ciencia, la biología y el arte. Las fusionaba en un balance perfecto.

Era estimulante para ella. Casi terapéutico.

De este modo, cuando sentía que el mundo no era un lugar para ella, cuando parecía que todo se venía abajo y nada tenía sentido, tan solo necesitaba escapar al invernadero y centrarse en sus flores, perdiéndose en su cuidado y resurgiendo completamente renovada.

Cultivar no era solo plantar y regar, era experimentar. En ocasiones acertaba, y muchas otras veces fallaba, pero en todas ellas, aprendía.

Pasaba horas investigando e intruyéndose, impulsada por el autodescubrimiento, por el deseo mejorar y de embellecer el mundo.

Porque, ¿qué hay más bonito que una flor en primavera?

Anicca había aprendido de su jardín grandes lecciones para aplicar en su día a día. La jardinería le permitía entender la importancia del cuidado.

Aprendió a nutrir cada ser de manera independiente, siguiendo sus pasos vitales, pues cada planta demandaba su propio cuidado, único y esencial, dependiendo de la luz solar, el agua y el tiempo necesario para florecer.

También comprendió que las malas hierbas deben de ser arrancadas desde el principio. Son aquella maleza que se mezcla con el ambiente, parecen inofensivas, pero lo único que pretenden es destruir las mejores hasta hacerlas parecer simples hierbajos.

Sin embargo, lo que más le gustaba de la jardinería era disfrutar y aprender con su abuelo. Giuseppe Bernocchi le enseñó todo lo que necesitaba saber de ese arte.

Él provenía de un pequeño pueblo rural de Sicilia, por tanto, había crecido en un entorno donde la tierra y sus frutos eran esenciales para la vida diaria, y desde muy joven había aprendido a respetar y trabajar la tierra con dedicación.

Giuseppe le mostró cómo sacarle el máximo provecho a cada ser vivo del jardín, desde las flores más delicadas hasta los arbustos más robustos.

Le enseñó cómo preparar el suelo para asegurar un crecimiento saludable, cómo podar las plantas para estimular su desarrollo y cómo reconocer los signos de enfermedades para tratarlas a tiempo. Le transmitió el valor de la paciencia y la observación. Le mostró que cada planta tiene su propio ritmo y necesidades.

Juntos pasaban horas trabajando en el jardín, conversando sobre la vida. Algunas veces le explicaba historias de su juventud o simplemente se inventaba cuentos para entretenerla.

— Entonces nonno, ¿debo esperar un poco antes de trasplantar? —, preguntó Anicca observándose en el espejo frente a ella, mientras su mano derecha sujetaba el teléfono móvil pegándolo a su oreja.

— Sí, querida —, dijo la voz distorsionada de su abuelo a través del teléfono. — Aguarda tres o cuatro días más, hasta que el capullo esté totalmente florecido. Eso puede interrumpir su ciclo. Es mejor esperar hasta que haya terminado de florecer.

— Está bien —, respondió anotando la información en su cabeza.

— ¿Qué has plantado esta semana? —, se interesó.

— Prímulas y narcisos —, contestó ella.

Su abuelo emitió un sonido de aprobación.

— Las favoritas de tu tía Felicia —, explicó él. — Siempre quiere que una de esas flores adorne su jardín.

El Eco de Una BalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora