Anicca se pasó la mano por el cabello con brusquedad, procurando ordenar sus caóticos rizos que se habían encrespado por la abrumadora humedad. Trató de peinar la mata de pelo rizada que enmarcaba su rostro, sin éxito.
Debía de parecer un espantapájaros.
Renata sonrió con complicidad al escuchar a su amiga suspirar por encima de los sonidos burbujeantes de los tubos de ensayo y matraces. Los vapores químicos atestaban el laboratorio, provocando un espeso y denso humo que llenaba toda la sala. En el rostro de la joven se mostró la frustración. Por más que mezclara todos los materiales no conseguía adquirir la espesa consistencia deseada.
— La próxima vez, pon menos cantidad—, inquirió ella. Anicca alzó el mentón y frunció el ceño.
— No, las instrucciones son claras, dice: agregar la cantidad conocida de cloruro de sodio —, recalcó con firmeza mientras señalaba dedo la ajada página del libro de química
Renata rodó los ojos.
— No todo está en los libros, Anicca —, intervino Niccolò divertido apoyando los antebrazos en la mesa de trabajo de manera despreocupada. La chica se giró alarmada hacia su amigo, tosiendo por los vapores apestosos que emanaban de las pociones.
— Eso no es cierto, existen miles de millones de volúmenes en el mundo, es muy probable que gran parte de lo que sabemos haya quedado registrado —, respondió ella con prepotencia cuando dejó de toser. Renata hizo una mueca, sabiendo que su amigo se estaba metiendo en un estúpido debate con su tozuda amiga.
— Lo que tú digas, pero Renata y yo estamos a punto de acabar, ergo, habremos ganado la prueba.
— Dirás que Renata está a punto de acabar. Tú, Niccolò, no has hecho nada —, comentó ella con altanería, resistiéndose a caer en las provocaciones de su amigo. Hizo una mueca al observar su brebaje.
— ¿Y cuál es el problema? — Nicco alzó las cejas sonriendo.
— No es meritorio que ganes.
El castaño parpadeó varias veces antes de dibujar una sonrisa arrogante.
— Creo que no veo el problema.
Anicca puso los ojos en blanco.
— ¿Tú qué opinas, Ren?, ¿te parece bien? —, preguntó ella, exasperada, mirando a la morena. Esta se aclaró la garganta antes de contestar.
— En realidad, Niccolò, me ha sido de gran ayuda, sin duda, jamás hubiera podido terminar si él no hubiera ido a buscar todos y cada uno de los ingredientes.
Renata esbozó una sonrisa burlesca que dejó al descubierto cada uno de sus dientes. El castaño estalló en carcajadas.
La rubia volvió a resoplar conteniendo una sonrisa al escuchar la contagiosa risa de su amigo.
— Anicca, ¿ahora qué hago? —, preguntó Marco Conti a su lado.
Ella se volvió hacia él, y tuvo que contener un grito de asombro. La vara con la que habían estado removiendo el líquido se había fundido y doblado; a su vez, la solución, en lugar de adoptar el tono ámbar deseado, se había vuelto de un azul inesperado.
Aquello alimentó más las risas de sus amigos, pues el eco de sus carcajadas resonó con mayor intensidad.
— ¡Marco!, ¿pero qué ha pasado? —, inquirió ella, arrebatándole la vara, ahora, deformada.
— ¡No lo sé! —, respondió él visiblemente nervioso.
— Tranquila, no hay razón para inquietarse. Tenemos tiempo suficiente para solucionar este pequeño contratiempo —, dijo, más para ella misma que para su compañero, quien la contemplaba con inquietud bajo sus gafas redondas. La rubia comenzó a moverse de un lado a otro en busca de algo que solo ella conocía.
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El Eco de Una Bala
RomanceEl mundo es demasiado pequeño y comprender cómo funciona no está al alcance de cualquier mente. Algunas mentes optan por construir un ideario cuyo contenido está distantes de la realidad palpable. Pretenden vagar por un pseudo ilusorio, tratando de...