La esfera verde (Parte I)

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Thomas entró en la estación del metro de King's Cross, y dejó atrás el bullicio de la calle. Se ajustó la gorra negra de los Yankees ocultando parte de su rostro mientras avanzaba hacia los torniquetes. Sacó del bolsillo delantero del vaquero su tarjeta transportes, y la pasó por encima del sensor. En ese momento anunciaban por megafonía la llegada de un tren. Thomas traspasó los torniquetes y se guardó la tarjeta. Su cuerpo temblaba, el corazón doblaba en pulsaciones su ritmo cardíaco habitual, y sus ojeras negras ocultadas por la gorra mostraban las noches sin dormir. Ahora no podía echarse atrás, tenia que cumplir con su propósito. Enfiló un largo y ancho pasillo.

Eran las 18.05.

Caminaba despacio meditando sus siguientes pasos. Una madre, y su hija pequeña cogidas de la mano andaban en sentido contrario, tal vez hacia la salida de la estación. La niña clavo sus ojos en él. Rápidamente su madre le dio un tirón del brazo, y le reprochó con la mirada. Thomas percibió ese instante en que la niña le miró, y su corazón lloró. Todavía estaba a tiempo de marcharse, de salir pitando de allí, y olvidarse de aquel asunto.

Entonces un pensamiento recorrió su mente en ese instante de duda, moviéndose por dentro de su cerebro cual parásito, retorciéndose, y finalmente anidando en su interior. Súbitamente su mano derecha se precipitó al interior del bolsillo de su sudadera. Agarró fuertemente una pequeña esfera verde; esta comenzó a brillar con intensidad, despidiendo destellos verdes. Su tamaño era como una pelota de ping-pong, su tacto liso y frío, aunque a medida que su mano estaba en contacto con esa esfera parecía irradiar calor. Era una sensación reconfortante, llena paz, y de... poder. Empezó a sentirse mejor, más seguro, más valiente, y hasta fueron remitiendo las pulsaciones.

Thomas alzó levemente la cabeza y miró un letrero que mostraba la dirección a Circle, la linea amarilla. Giró a la derecha. A unos pasos estaban las escaleras mecánicas, una de subida, y otra de bajada. Cogió la de bajada, y se quedó parado a la derecha. Estaba a unos pocos minutos de algo que nunca hubiese imaginado realizar, pero así son las cosas, la vida estaba en continua evolución.

Sus dedos jugueteaban con aquella bola misteriosa, pasando por el indice al dedo corazón, después al anular, y terminando en el meñique. Volvía a repetir esos movimientos de forma continuada. Mientras, en el interior del bolsillo de la sudadera seguía con su particular entretenimiento, su mente viajó al día en que encontró aquella esfera verde. Nunca ya volvería a ser ese joven vergonzoso, inseguro, reservado...Un momento que cambiaría para siempre la vida de Thomas.

-¡Vamos Vito! -gritó desde su cuarto a su perro. Un pequeño cocker gris, de dos años, travieso, con una energía que mostraba fielmente devorando los cojines del salón. Era con diferencia lo mejor de la vida de Thomas.
Vito salió disparado a su encuentro. Cuando lo vio, comenzó a corretear nervioso delante de él, a saltar, dejó escapar un leve ladrido, y le llenó de lametones su pantalón. Cogió la correa de un gancho en la entrada y salieron de la casa.

A unos metros de su casa se encontraba un parque. Una vuelta de unos diez minutos, y para casa. Soltó a Vito en una explanada de arena donde se encontraban otros perros jugando. Thomas echó un vistazo al móvil mientras el perro quemaba sus ilimitadas energías. Unos minutos después de estar con la mirada perdida en las redes sociales buscó a Vito con la mirada, y salió en su búsqueda. El pequeño cocker sacudía frenéticamente las dos patas traseras esparciendo la arena al otro lado. Thomas se quedó mirando a Vito mientras este seguía con su juego. De repente, una luz verde emergió de la tierra llegando a deslumbrar los ojos del chico. El perro paró en ese momento, y corrió hacia los otros perros. Thomas vio alejarse a Vito y comenzó a caminar con pasos lentos hasta aquel objeto que había desterrado. Se agachó, puso sus dos rodillas en la arena y cogió la esfera entre sus manos. Limpió la poca tierra que todavía quedaba adherida a la superficie con su camiseta. La esfera resplandecía con más luminosidad cada vez que la tocaba. Thomas experimentó en su cuerpo una sensación inusual, difícil de explicar. Dentro de él empezó a sentirse más seguro de sí mismo, su mirada se tornó mas desafiante, más oscura. Se olvidó de los problemas, del acoso y humillaciones que sufría en el colegio, también de las discusiones de sus padres, sus gritos y sus reproches. En este instante se sentía bien, muy bien. De hecho nunca se había sentido tan bien en su puñetera vida.

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