El cuadro

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El museo estaba en la avenida principal del pueblo de Lowell, junto a un jardín botánico. Un edificio cuadrado de granito, con amplios ventanales en la segunda planta con vistas al pueblo, y una gigantesca puerta negra que servía de entrada y salida para los visitantes.

Fuera del museo era de noche, y llovía. Matthew estaba sentado a una silla negra de oficina, y cada vez que se movía parecía que la silla se fuera a hacer añicos. Masticaba un donut glaseado, mientras veía en una pequeña televisión el late night de Jimmy Fallon. Se chupó uno a uno los dedos impregnados de azúcar, y luego se limpió los restos de la mano en el pantalón negro del uniforme. Bostezó mostrando una hilera de dientes amarillos, tres muelas picadas, y dos huecos enrojecidos. Estaba claro que necesitaba una cita con el dentista.

Echó un vistazo al reloj que presidia el vestíbulo, se levantó, y la silla emitió un ligero ruido. Tanteó su cinturón en busca de la linterna. Todo el museo estaba alumbrado bajo una luz tenue, y algunas salas prácticamente estaban en penumbra.

Matthew salió del vestíbulo y enfiló por un largo pasillo de mármol blanco. Se encontraba en la primera planta. Esta planta estaba dedicada a las pinturas realistas, contemporáneas, y surrealistas. Debe haber pasado con la fregona Wendy, pensó. Todo el pasillo olía a lejía y limón perfumado. Dobló por el primer pasillo a su izquierda y se metió en una sala.

En esta sala estaban sus cuadros favoritos, entre ellos se encontraban La persistencia de la memoria y Jirafa en llamas, ambos de Dalí; y también le gustaba contemplar las pinturas de René Magritte, con sus cuadros de Los misterios del horizonte, y El hijo del hombre.

A cada zancada su corazón latía con más violencia. Llevaba sacada la camisa azul del pantalón, y tenía desabrochados los dos últimos botones, mostrando una abultada barriga. Había intentado varias veces adelgazar, y estar en forma; pero pasados unos días de dieta, y ejercicios, recaía con más ganas en la comida basura.

Dejó atrás el interminable pasillo de mármol blanco, y se adentró en una sala. Esta sala era la más alejada de la primera planta. Sus dimensiones eran reducidas, tenía forma de cuadrado y albergaba solo cuatro cuadros.

Matthew echó un vistazo a los cuadros, y se detuvo observando una nueva adquisición. Era la primera vez que veía esta pintura en el museo. A un metro de él se encontraba un cuadro titulado Las gemelas. Mostraba a dos niñas con idéntico aspecto que se daban la mano. Vestían unos uniformes de colegialas; parecían sacadas de la película El resplandor. El fondo del cuadro era de un color negro, y resaltaba más a aquellas dos niñas.

Los minutos pasaban, y Matthew seguía en el mismo sitio paralizado frente al cuadro. Sus ojos estaban clavados en la pintura como hipnotizados ante la mirada de las gemelas. Sus manos se separaron y sus flácidos brazos colgaron moviéndose de arriba hacia abajo.Matthew se percató de este espontáneo y mágico movimiento de las hermanas, pero su grito no salió de su boca. Estaba completamente petrificado, como si su cuerpo no respondiese a sus acciones, y su mente fuese testigo de cada macabro movimiento de la pintura.

Las gemelas se miraron a la cara y sus ojos se transformaron en dos llamas incandescentes alumbrando toda la sala; emitiendo destellos que se colaban al pasillo. Dieron un paso adelante; y sus bocas se abrieron mostrando una hilera de colmillos resplandecientes. Saltaron hacia un horrorizado Matthew. Una de las gemelas cerró su boca en el cuello de Matthew, la sangre salió disparada por su camisa. La otra gemela le mordió en la mandíbula separando un trozo de carne, y dejando ver la dentadura. Un diente quedó suspendido por el agujero mediante una fino hilo. Matthew se desplomó en el frío suelo de mármol blanco. Las gemelas recogieron el cuerpo sin vida, y regresaron dentro del cuadro.

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