La moneda de plata (Parte I)

16 6 42
                                    

Un taxi recorría las calles de Nueva York en una fría noche de diciembre. En la radio sonaba How to Save a Life, The Fray. Esta canción removía algunos recuerdos en la mente del pasajero que se encontraba en uno de los asientos traseros. El taxi paró enfrente de un pub, llamado Stars. Sacó la cartera, pagó al taxista, y se apeó del taxi.

Se dirigió al pub con paso lento, últimamente tenía problemas con las dos rodillas, un dolor punzante atravesaba cada rodilla. Observó el cartel de neón de color amarillo encima de la fachada con el nombre de Stars. Un garito que solía visitar en este barrio de El Bronx.

Flanagan entró.

La luminosidad del pub era tenue, era como entrar al interior de una cueva. El espejo del fondo de la barra estaba iluminado por unos leds de colores, en este momento despedía un azul oscuro. En la zona más alejada de la barra había dos mesas, y varias sillas, ocupadas por un grupo de amigos o compañeros de trabajo. Ninguno de ellos mostraba ningún tipo de interés por el partido de baloncesto que retransmitían por televisión. Flanagan clavó sus ojos en un hombre de unos treinta años que estaba sentado al fondo de la barra, y desde allí mismo contempló su nerviosismo. Detrás de la barra un camarero con un chaleco negro, una pajarita a juego, y una calva que despedía destellos rojos (en estos momentos) estaba limpiando con un trapo una copa.

-Buenas noches, señor. ¿Qué desea?

Flanagan se sentó con algo de esfuerzo en el taburete al lado de aquel hombre al fondo de la barra.

-Buenas noches, póngame una copa de whisky escocés.

El camarero se dio la vuelta, y cogió entre las diferentes marcas de whiskys escoceses un Johnnie Walker Black Label que estaba a la mitad. Flanagan dejó el maletín en el suelo, entre el taburete y sus piernas.

Su compañero de la izquierda estaba inmerso en el partido de baloncesto. Bebía una Budweiser, y su frente resplandecía con un sudor frío bajo el brillo de las luces.

El camarero de la pajarita negra dejó la copa de whisky encima de un posavasos rojo, y a su lado un pequeño cuenco de frutos secos.

-Gracias -dijo Flanagan mientras veía alejarse al camarero para atender a otro cliente.

Echó un vistazo al partido, jugaban los Indiana Pacers y los Chicago Bulls. Estaban en el último cuarto, y los Pacers ganaban a los Bulls por 95-88.

-¿Qué tal el partido?

El hombre seguía con la vista clavada en el partido. Tardó unos segundos en reaccionar.

-Mal... muy mal -su voz sonó temblorosa-. Los Bulls no levantan cabeza, y eso a pesar de las bajas de los Pacers. Sujetaba con ambas manos la cerveza, y unas gotas de alcohol ambarino se escurrían entre las palmas de sus manos.

-Ya veo.

Flanagan bebió un trago de su whisky, y vio los últimos minutos del partido. A su lado, a cada segundo que restaba por acabarse el partido,el hombre se mostraba más tenso. Con cada canasta del equipo de Indiana se llevaba la mano izquierda a la cabeza. En su lado izquierdo, junto a su codo había un boleto de apuestas deportivas.

El partido concluyó con la victoria de los Pacers contra los Bulls por 104-95.

-Estoy jodido, tío. Esta vez si que he tocado fondo -estas palabras salieron de la boca del hombre a un ritmo lento, como si remarcara cada palabra.

Flanagan ya se había dado cuenta de su nerviosismo, de sus gestos flotándose la cabeza, el tic de su pierna derecha martilleando el taburete, y sus continúas miradas distantes, y vacías.

-Es solo un partido.

-Para mí era más que eso. Esta vez creía que ganaría, pero como siempre...

Flanagan miró a la cara de aquel hombre, y se iluminó su rostro. Antes de acudir a ese pub, ya pensaba que sería un buen sitio para encontrar a algún desafortunado jugador, o mejor dicho, un adicto a perder.

-Si me permites, le invito a lo que quiera, y usted me escucha una propuesta que me gustaría hacerle -dijo Flanagan, como si tuviese aprendido el discurso.

El hombre llevaba unos vaqueros azules desgastados, una sudadera negra, y una costra en el labio inferior, posiblemente una calentura, cambió su expresión taciturna a una expresión de asombro. La esperanza era lo último que se perdía, pensó.

Flanagan le explicó todo a aquel hombre del cual ahora sabía su nombre, se llamaba Andy, y que bebía un gin tonic de Hendrick. Andy no apartaba la vista de Flanagan. Le costaba creer de lo que hablaba ese hombre mayor. Parecía un relato de ciencia ficción, con toques de sobrenatural. Pero por lo menos le había invitado a una copa, y si tenía que escuchar esta fantasía de un viejo con delirios, solo perdería algo de su tiempo.

Relatos sobrenaturales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora