Al Borde del Abismo

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El Callejón Diagon estaba desierto a esa hora de la noche. Las tiendas cerradas proyectaban sombras largas sobre el empedrado, y solo el eco de los pasos de Harry rompía el silencio. Mientras caminaba, su mente estaba tan embotada que casi no se daba cuenta de la oscuridad que lo rodeaba. Ya no podía pensar claramente, ni siquiera recordar cuándo había sido la última vez que había dormido bien. El rostro de Draco lo perseguía como un fantasma, y la decisión de confrontarlo, de forzar una conclusión a su obsesión, se había vuelto inevitable.

No había pensado demasiado en lo que haría cuando lo encontrara. Parte de él temía que simplemente sucumbiera a ese impulso primitivo de tenerlo. Pero otra parte de él quería respuestas. Necesitaba saber si Draco también sentía algo, si de alguna manera compartía esa tensión invisible que lo mantenía en vela por las noches. Y si no era así, al menos necesitaba verlo, enfrentarlo y hacer que reconociera que algo estaba mal. Algo que ellos dos compartían, aunque no pudieran ponerle nombre.

Harry no tenía un plan claro, pero sabía dónde encontrar a Draco. En los últimos días había aprendido los patrones de su vida, había memorizado sus pasos, como un mapa invisible. Draco siempre cerraba el día con una visita a un pub del lado más oculto del Callejón Knockturn, un lugar donde nadie se hacía preguntas, un lugar perfecto para esconderse de las miradas inquisitivas del mundo mágico. Era el sitio ideal para que Harry lo confrontara.

Cuando llegó al pub, un lugar oscuro y poco iluminado, su corazón latía con fuerza. La puerta de madera crujió cuando la empujó, y el interior estaba tan sombrío como había imaginado: mesas vacías, velas titilantes, y una ligera neblina de tabaco flotando en el aire. Allí, al fondo, lo vio. Draco estaba sentado solo, bebiendo en silencio, su rostro parcialmente cubierto por la sombra, pero Harry reconocería esa figura en cualquier lugar.

Por un momento, todo el aire pareció salir del cuerpo de Harry. Draco estaba tan calmado, tan indiferente, como si no tuviera idea de que alguien lo observaba. Pero Harry no podía permitirse dudar. Dio un paso adelante, sus pies firmes sobre el suelo, y se dirigió hacia él. Draco no levantó la mirada cuando Harry se sentó frente a él, pero la tensión en sus hombros reveló que sabía exactamente quién era.

-¿Qué haces aquí, Potter? -preguntó Draco, su tono seco, sin molestarse en mirarlo.

Harry tragó saliva, su mente luchando por encontrar las palabras correctas. Pero lo que había estado conteniendo durante semanas salió a borbotones antes de que pudiera detenerse.

-No puedo dejar de pensar en ti.

Draco alzó una ceja, sorprendido, pero aún no lo miró directamente.

-¿Y crees que eso me importa? -respondió, su tono cortante. Sin embargo, la leve sacudida en su voz reveló algo más, una grieta en la fachada.

Harry no podía detenerse. Ya había llegado demasiado lejos. Si no decía todo lo que tenía guardado, sentía que terminaría por perderse a sí mismo.

-No entiendo por qué. No sé qué me pasa. Solo sé que desde que te vi, no he sido capaz de ser el mismo. Es como si todo lo que solía importarme ya no tuviera sentido. Solo tú.

Finalmente, Draco lo miró. Sus ojos grises se encontraron con los de Harry, pero en lugar de la furia o el desdén que Harry esperaba, había algo más profundo en esa mirada. Una mezcla de confusión y algo más que Harry no podía identificar. El silencio entre ellos se volvió más pesado, denso, como si ambos estuvieran al borde de un precipicio y ninguno supiera qué hacer.

-Estás loco -murmuró Draco, pero su voz no tenía el mismo filo. Era casi un susurro, un reconocimiento tácito de que algo en todo esto era más grande que ambos.

Harry se inclinó hacia adelante, sus manos temblando sobre la mesa.

-No lo sé -admitió-. Pero ya no puedo seguir así. Esto... esto me está matando. Y necesito saber si tú también lo sientes. Si hay algo entre nosotros, algo que no podemos entender.

Draco mantuvo su mirada fija en él, sus labios apretados en una línea tensa. Por un momento, Harry pensó que iba a levantarse y marcharse, pero en lugar de eso, Draco suspiró profundamente y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los estaba observando. Después, volvió a fijar sus ojos en Harry, y cuando habló, lo hizo en un tono bajo y cargado de tensión.

-No deberías haber venido aquí, Potter. Esto... todo esto es una mala idea. ¿No lo ves? No somos... -Draco se detuvo, buscando las palabras correctas-. No somos compatibles. No lo hemos sido nunca.

Harry negó con la cabeza, casi desesperado.

-Eso no es verdad. Lo sabes. Algo cambió. Después de la guerra... después de todo lo que vivimos, no puedes decir que no lo sientes.

Draco lo miró intensamente, como si estuviera buscando algo en el rostro de Harry, alguna señal de que todo esto era una broma, un truco. Pero cuando no encontró nada más que sinceridad, algo en él pareció ceder. Su expresión se suavizó, y por primera vez, su voz bajó hasta convertirse en un susurro apenas audible.

-Lo siento, Potter. Pero no de la manera que tú quieres.

Esas palabras cayeron sobre Harry como un golpe. Por un momento, no pudo procesarlas del todo. Draco había admitido que sentía algo, pero al mismo tiempo lo estaba rechazando. Era como si hubiera una barrera inquebrantable entre ellos, algo que ni siquiera las palabras podían atravesar. Harry apretó los puños bajo la mesa, sintiendo una mezcla de frustración y desesperación arder en su pecho.

-No lo entiendes -dijo Harry, su voz temblando de emoción contenida-. No puedo dejar que esto termine así. No puedo dejarte ir.

Draco se echó hacia atrás en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho.

-¿Y qué piensas hacer al respecto? -preguntó, su tono frío de nuevo, pero con una ligera sombra de miedo en sus ojos.

Harry sintió cómo la oscuridad dentro de él crecía, amenazando con desbordarse. Durante semanas había luchado contra esa parte de sí mismo, la parte que lo impulsaba a querer controlar, a querer poseer a Draco de una manera que no podía explicar. Pero ahora, en esa mesa, con Draco frente a él, esa barrera interna comenzaba a desmoronarse.

-No sé -respondió Harry finalmente, su voz quebrada-. Pero no puedo perderte. Prefiero... prefiero ver todo arder antes de dejarte ir.

Draco lo miró fijamente, y por un instante, sus ojos revelaron algo parecido al miedo. Un miedo profundo que Harry sabía que Draco jamás admitiría en voz alta. Ninguno de los dos se movió, ambos atrapados en un tira y afloja emocional que ninguno sabía cómo detener.

El silencio entre ellos se hizo insoportable, como si el aire mismo estuviera a punto de estallar. Entonces, Draco se levantó bruscamente, derribando su silla en el proceso. Se quedó allí, mirándolo con una mezcla de desesperación y confusión en su rostro.

-No puedes hacerme esto, Potter -dijo, su voz apenas un murmullo-. No puedes.

Y con esas palabras, Draco salió del pub, dejando a Harry solo, una vez más, en la oscuridad. Pero esta vez, la oscuridad que lo rodeaba era más profunda que nunca. Porque ahora sabía que no había vuelta atrás. La línea que había cruzado era irreversible, y su deseo por Draco, esa necesidad insaciable, lo consumiría si no encontraba una manera de controlarlo.

Harry se quedó sentado, mirando la puerta por la que Draco se había ido, sintiendo cómo algo dentro de él se desmoronaba. Había dicho la verdad: si no podía tener a Draco, preferiría verlo destruido.

Y con ese pensamiento, supo que el abismo al que se había asomado ya lo estaba arrastrando.

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Cenizas de un Juramento: El Límite del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora