Oscuridad Interior

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Harry despertó la mañana siguiente con una sensación de vacío. No recordaba cómo había llegado a casa después de la confrontación con Draco, solo sabía que había caminado durante horas, perdido en sus propios pensamientos, hasta que la madrugada lo encontró en las frías paredes de su hogar. Pero a pesar de estar físicamente allí, su mente seguía atrapada en el pub, en la mirada desesperada de Draco, en las palabras que había pronunciado con una mezcla de rabia y temor.

Se levantó de la cama con un dolor sordo en el pecho, sintiendo como si la oscuridad que había empezado a invadirlo ya estuviera completamente arraigada en su interior. Se miró en el espejo, y por primera vez en mucho tiempo, no reconoció al hombre que veía. Había algo en sus ojos que lo asustaba. Una intensidad que bordeaba la locura, una obsesión que lo consumía por dentro. Apretó los puños, intentando calmar la ola de emociones que lo atravesaba.

Pero no funcionó.

La noche anterior, sus palabras lo habían traicionado, revelando lo que más temía: que su deseo por Draco no era simplemente amor o atracción. Era algo mucho más oscuro, más destructivo. Un fuego que lo quemaba desde dentro y lo impulsaba a tomar decisiones que nunca antes habría considerado. Y lo peor era que, ahora que había sido honesto consigo mismo, ya no podía ignorarlo.

Draco. Era todo lo que importaba. Y si no podía tenerlo... el mundo se reduciría a cenizas.

El día pasó lentamente. Harry intentó distraerse con tareas triviales en la casa, pero ninguna distracción era suficiente. Cada rincón de Grimmauld Place le recordaba algo de su pasado, algo que, de una manera u otra, lo conectaba con Draco. Las antiguas rivalidades, los enfrentamientos, las batallas. Todo había sido un preludio de lo que ahora era un deseo incontrolable, una obsesión que no lo dejaba en paz.

Ron y Hermione lo visitaron, como solían hacer cada semana, pero Harry apenas podía mantener una conversación. Hermione lo observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad, mientras Ron, ajeno a la tormenta interna de su amigo, hablaba de los últimos sucesos en el Ministerio. Harry fingió prestar atención, pero su mente seguía atada a Draco. Solo quería terminar la conversación lo antes posible para poder estar solo con sus pensamientos, con esa vorágine emocional que crecía cada vez más.

-¿Estás bien, Harry? -preguntó Hermione en un momento, rompiendo su propio silencio. La forma en que lo miraba dejaba claro que había notado su desconexión.

Harry asintió rápidamente, demasiado rápido, y trató de esbozar una sonrisa.

-Sí, solo... cansado. He estado ocupado últimamente.

Hermione entrecerró los ojos, claramente no convencida, pero no insistió más en el tema. Ron continuó hablando sobre su último entrenamiento con los Aurores, y Harry se sumió nuevamente en su silencio. Todo parecía tan ajeno, tan distante. Como si el mundo continuara girando sin él.

Horas después, cuando finalmente se quedaron solos, Hermione se acercó a Harry en la cocina, una expresión seria en su rostro. Estaba claro que no había terminado con lo que había notado antes.

-Harry, sé que algo te está preocupando. No me lo digas si no quieres, pero... -Pausó, buscando las palabras correctas-. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, pase lo que pase. No tienes que cargar con todo solo.

Harry la miró, sintiendo una punzada de culpa. Sabía que Hermione estaba preocupada, sabía que debía hablar con ella, pero el peso de lo que sentía era algo que ni siquiera él podía entender completamente. ¿Cómo iba a explicarlo? ¿Cómo podía hacerle entender que lo que lo consumía no era un problema cotidiano, sino una oscuridad que lo estaba arrastrando hacia lo desconocido?

-Lo sé, Hermione -respondió finalmente-. Pero esto... esto es algo que necesito resolver por mi cuenta.

Hermione lo observó en silencio por un largo rato antes de asentir lentamente.

-Está bien. Pero por favor, no te aísles. Prométeme que, si las cosas se ponen difíciles, me lo dirás.

Harry asintió, pero ambos sabían que esa promesa no tenía mucho peso. Hermione se despidió poco después, dejando a Harry solo una vez más en el eco vacío de Grimmauld Place.

Esa noche, la soledad se sintió más opresiva que nunca. La casa, tan grande y llena de sombras, parecía reflejar el estado interno de Harry. Se movía por los pasillos oscuros como un fantasma, perdido en sus pensamientos, hasta que finalmente se detuvo frente a la ventana del salón. Miró hacia afuera, hacia el mundo que seguía sin él, y sintió cómo la frustración lo invadía.

¿Qué debía hacer? ¿Cómo podía seguir adelante cuando todo lo que quería, todo lo que necesitaba, era inalcanzable? Draco había dejado claro que no lo quería de la misma manera, pero eso solo había alimentado más su deseo, como una llama que se intensifica con cada soplo de viento. No podía dejarlo ir. No quería.

El aire en la habitación pareció volverse más denso, como si el mismo espacio que lo rodeaba comenzara a cerrarse sobre él. Sentía su magia agitarse bajo su piel, una energía caótica que no podía controlar. Era como si la oscuridad en su interior estuviera tratando de liberarse, de manifestarse en el mundo exterior.

Y entonces, algo dentro de él cedió.

Con un grito ahogado, Harry alzó las manos y una explosión de magia oscura se extendió por la sala. Las lámparas estallaron en llamas, los muebles se estremecieron y cayeron, y el aire mismo pareció vibrar con una energía peligrosa. Harry cayó de rodillas, jadeando, mientras sentía el poder fluir a través de él, más fuerte de lo que jamás había experimentado.

Las sombras de la casa se movieron a su alrededor, como si respondieran a su llamado, y Harry se dio cuenta de que algo dentro de él había cambiado. Algo se había liberado.

Se levantó lentamente, mirando a su alrededor, y el terror que debería haber sentido ante la destrucción a su alrededor no llegó. En su lugar, una sensación de alivio lo invadió. Era como si finalmente hubiera aceptado la verdad: que la oscuridad que había estado conteniendo ya no podía ser reprimida. Y no quería reprimirla.

Harry se giró hacia la ventana una vez más, mirando el cielo oscuro, y una sonrisa oscura curvó sus labios.

Si el mundo quería luchar contra él, si el destino quería interponerse entre él y Draco, entonces Harry estaba dispuesto a responder de la única manera que sabía. Con fuego. Con destrucción.

El viejo Harry Potter, el héroe, el salvador del mundo mágico, ya no existía.

Todo lo que quedaba era el deseo ardiente de reclamar lo que era suyo. Y si el mundo no estaba dispuesto a aceptar eso... entonces el mundo ardería junto a él.

Esa noche, Harry tomó una decisión. Si Draco no iba a ser suyo de manera voluntaria, entonces lo haría suyo de cualquier forma posible. No importaban las consecuencias. No importaban las leyes, ni la moral, ni siquiera el bien o el mal.

Draco era suyo.

Y nadie, ni siquiera el propio Draco, podría cambiar eso.

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Cenizas de un Juramento: El Límite del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora