Las Consecuencias del Fuego

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El silencio en el Ministerio de Magia era casi opresivo. La calma que seguía al caos siempre dejaba una sensación extraña, como si la realidad misma aún no pudiera procesar lo que había ocurrido. Harry, Draco y Hermione permanecían sentados en la sala de contención, rodeados por aurores que, aunque ya no estaban en tensión máxima, seguían observando con desconfianza.

Harry sentía el peso del agotamiento físico y mental caer sobre él, pero lo que más lo afectaba era la duda. La oscuridad que había tocado no era solo una cuestión de poder, sino algo más profundo, más personal, algo que no sabia que era exactamente. Se había permitido perderse en una espiral de emociones que lo habían llevado al borde de destruirse a sí mismo, a Draco, y tal vez a todo lo que conocía.

Draco estaba a su lado, como siempre, aunque su expresión permanecía inescrutable. Harry sabía que Draco había visto esa parte de él que él mismo temía, y no estaba seguro de cómo eso cambiaría las cosas entre ellos.

—Los del Wizengamot vendrán pronto —dijo Hermione en voz baja, rompiendo el silencio—. Van a querer explicaciones. Tendremos que contarles lo que ocurrió, Harry. La verdad.

Harry asintió, sin apartar la mirada del suelo. No había forma de escapar de las consecuencias. Ya no. Todo lo que habían hecho estaba a punto de salir a la luz.

—¿Y qué verdad exactamente piensas decirles, Granger? —preguntó Draco, su tono agudo, aunque sin el habitual filo en su voz.

Hermione lo miró directamente, sin vacilar.

—La única que importa —respondió ella—. Que fue el ritual lo que desencadenó todo esto. Y que Harry no estaba solo.

Draco la observó en silencio por un momento, midiendo sus palabras. Sabía que Hermione no iba a permitir que Harry cargara con toda la culpa, pero eso no significaba que el Wizengamot fuera a ser indulgente.

—No creo que eso les importe demasiado —murmuró Draco—. Van a buscar a alguien a quien culpar. Y nosotros somos los más indicados.

Harry, sintiendo que la conversación se alejaba de él, finalmente levantó la vista.

—Yo asumiré la responsabilidad —dijo de repente, su voz débil pero decidida—. Fue mi decisión hacer el ritual. Nadie más tiene que cargar con esto.

Hermione lo miró con una mezcla de compasión y frustración.

—Harry, no puedes hacer eso. No fue solo tu decisión. Todos estuvimos involucrados.

—Pero fui yo quien lo llevó hasta el final —respondió Harry, sintiendo cómo la culpa lo envolvía como una marea—. Y fui yo quien casi... —se detuvo, sin poder completar la frase.

Draco, que había permanecido en silencio, se inclinó hacia Harry, su voz baja pero firme.

—No te hagas el mártir ahora, Harry —dijo con dureza, aunque había una especie de preocupación en sus ojos—. Lo que pasó fue porque ambos lo permitimos. No tienes derecho a quitarme mi parte en esto.

Harry lo miró, sorprendido por la intensidad de sus palabras. Draco lo sostenía con la mirada, desafiándolo, y de repente Harry se dio cuenta de que, por muy tentador que fuera asumir toda la culpa, no podía quitarle a Draco su agencia, su propia participación en lo que había ocurrido.

—Está bien —murmuró Harry—. Entonces lo enfrentaremos juntos.

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Poco después, el Wizengamot convocó a los tres a una audiencia. Las puertas del tribunal se cerraron tras ellos con un eco ominoso, y Harry sintió una punzada de ansiedad en el estómago. El Gran Tribunal Mágico del Wizengamot siempre había tenido una atmósfera sofocante, llena de siglos de tradiciones y juicios.

Cenizas de un Juramento: El Límite del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora