CAPÍTULO SIETE

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CAPÍTULO SIETE

Jean

Si Jean tuviera opción, nunca volvería a poner un pie en un aeropuerto.

Con los Cuervos, nunca había sido un problema: el personal se encargaba de todo, y los Ravens solo tenían que callarse y seguir las órdenes en una larga fila de parejas. La única vez que había estado en un aeropuerto solo fue cuando tuvo que recoger a Neil en Llegadas durante las vacaciones de Navidad, ya que Riko estaba ocupado con el maestro. Riko los había llevado de regreso en la víspera de Año Nuevo, ya que Neil estaba disociándose violentamente después de la cruel fiesta de despedida de Riko. Jean no habría podido llevarlo ni al estacionamiento, pero al menos pudo arrastrarlo desde la acera hasta el área de registro y la fila de seguridad.

Este viaje era completamente diferente. Nunca se había dado cuenta de lo complicado que era el proceso o de la cantidad de gente que podía llenar un aeropuerto. Jean había puesto una resistencia simbólica cuando Wymack se autoinvitó al vuelo hacia el oeste, pero para cuando llegaron a la escala en Charlotte, estaba desesperadamente agradecido de que el entrenador hubiera ignorado sus protestas acaloradas. Los altavoces no paraban de sonar en idiomas alternados, anunciando nombres desconocidos, últimas llamadas de abordaje y actualizaciones de puertas. Cada vez que Jean veía ropa negra en su visión periférica, instintivamente intentaba cambiar de dirección y seguir en fila. Solo la mano firme de Wymack en su codo lo mantenía en el rumbo.

El Aeropuerto Internacional de Los Ángeles estaba abarrotado cuando Jean siguió a Wymack fuera del avión. Se mantuvo tan cerca del entrenador como podía sin pisarle los talones, convencido de que si se separaban, nunca saldría de ahí. Había un conjunto de escaleras mecánicas a mitad del terminal, y Wymack se apartó a un lado tan pronto como llegaron al final. Los túneles se extendían en ambas direcciones, y Wymack señaló los carteles con el pulgar. Un camino conducía al siguiente terminal, mientras que el otro llevaba a la zona de recogida de equipaje.

—Todo recto —dijo Wymack—. ¿Te las arreglas desde aquí?

Wymack lo había acompañado sin intención de quedarse; se había sacado un boleto de vuelta al este para el mismo día y, supuestamente, perdería el resto de su jornada en uno de los bares del aeropuerto. Jean podría haberle preguntado por qué se había molestado en acompañarlo, pero se lo había tragado cien, quizás mil veces a lo largo del día. Sabía por qué, aunque se negaba a confiar en ello. Hombres como Wymack no existían. No podían; no debían.

—Sí, entrenador —respondió Jean.

Wymack parecía a punto de decir algo más, pero al final solo le dio una breve palmada en el hombro a Jean antes de girarse en silencio y volver por donde habían venido. Jean lo observó alejarse unos instantes antes de obligarse a enfocarse en la salida. Apretó el asa de su maleta de mano y avanzó con determinación en esa dirección. Pronto estuvo fuera, y enseguida giró a la izquierda, recorriendo la pared con la mirada para estudiar a la multitud que esperaba.

No le fue difícil localizar a Jeremy Knox. El capitán de los Troyanos llevaba una camiseta de la universidad: no era el único en la multitud que vestía algo con las letras de USC, pero sí el único que destacaba tanto con ese intenso rojo cardenal. Jean se detuvo, aprovechando que Jeremy estaba distraído para observar a su nuevo capitán. Era un poco desorientador verlo vestido de manera casual. En todos los partidos que había visto el último mes y en todos los artículos que Kevin le había mostrado en Evermore, Jeremy siempre había estado en uniforme. Jean había jugado contra USC varias veces, pero no le había tocado vigilar a Jeremy. Este habría sido su año si no lo hubieran sacado de la alineación.

Jean sintió cómo su concentración empezaba a tambalearse, pero este no era el momento ni el lugar para pensar en Riko. Se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta que todo lo que veía era a Jeremy. El otro hombre era un poco más delgado de lo que había esperado, con un físico más adecuado para movimientos ágiles y contragolpes rápidos que para la violencia y la dominación que Jean solía imponer en la defensa. El cabello castaño claro de Jeremy, aunque despeinado, no parecía desordenado, y los cegadores shorts dorados que llevaba hacían que sus piernas parecieran más largas de lo que Jean recordaba. Si no se equivocaba, le llevaba al menos diez centímetros.

The Sunshine Court TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora