Prólogo

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Aarón Cassano

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Aarón Cassano.
Toulon, Francia.
Seis meses más tarde...

Vuelvo a mirar la pantalla cansado de las llamadas de Gavriel. Durante los últimos seis meses no ha hecho más que darme advertencias y abordarme a solas.

Lucho con todas mis fuerzas para quedarme aquí, honrarla a ella y al menos poder demostrarle al cielo que ella no es culpable de nada; Pero me resulta tan abrumador todo.
Vuelvo a girarme en el sofá, incapaz de conciliar el sueño. Mis padres duermen plácidamente y me vuelvo a plantear la misma pregunta desde que llegue a casa y me presente delante de mis padres: ¿Acaso seré capaz de volver a mi ático? ¿De meterme en las mismas sábanas donde ella estuvo? ¿De cocinar en la cocina donde me la quedé observando a los ojos? ¿De bañarme sin pensar en ella esperando en el dormitorio con una camisa? ¿De volver a tocar unas teclas de piano?

Esa última es la que menos parecía probable.

Lo intenté en su funeral. Lo intenté varias veces después y no podía tocar dos teclas sin pensar en ella sentada sobre él, mirándome embelesado con unos ojos brillosos y los labios entreabiertos, a la espera de empujarla contra el frío metal y devorarle la boca como solía hacer con ella.

Agarro el cojín y me aplasto la cara para intentar borrarme el recuerdo. Poco a poco voy quedandome sin oxígeno pero no me detengo. Mis pulmones palpitan por una bocanada de aire más y pienso en la que ella no tuvo oportunidad de recibir.

Gruño frustrado levantándome y me encamino a pasos silenciosos hacia el porche. Recorro con la mirada el espacio cubierto por un tejado elegante y sutilmente preparado para cubrir la la lluvia que cae, pero me quedo paralizado observando las escaleras. Justo ahí la ví sentada los primeros días de mi funeral.

Tenía los ojos llorosos, las mejillas rojas y unas ojeras bastante notorias. Sin embargo, seguía igual de hermosa.

—¿Hijo?

Me doy la vuelta metiendo las manos en los bolsillos del pantalón deportivo y lo miro sin emitir ni una sola palabra.

—Te constiparás —recrimina en un susurro para no despertar a mi madre—. Entra.

—No puedo dormir —murmuro volviendo la mirada a las escaleras.

Mi padre camina hacia mi y se sitúa a mi costado, observando el mismo punto fijo al que miro, como si pudiera ver lo que yo veo. Tal vez lo hace.

—No es que no puedas dormir —murmura cabizbajo—. No dejas de pensar en Atenea.

Ese nombre.
Su nombre no ha salido de mi boca desde que fuí por decimosexta vez al mismo lugar con la esperanza de encontrarla. En estos últimos meses solo he pensado en ella como "ella", sin ser capaz ni de pensar ni formular en esas letras exactas.

Un nudo se forma en mi garganta, y no consigo liberarlo. Me niego a decirlo, a aceptar que ya no está, que todo lo que viví con ella no es más que una serie de recuerdos que jamás volverán. Pero la amo tanto que el peso de su nombre me aplasta. Siento la opresión en el pecho, el vacío devorando todo lo que soy.

Una Alianza Prohibida II (Bilogía Alianzas) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora