Uno

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George

George Russell abrió un ojo rojo e hinchado, tratando de dar sentido a las imágenes que nadaban a su alrededor. Todo era un remolino de luces que le daban ganas de vomitar. Además, alguien no dejaba de gritar. Sus brazos y piernas eran de plomo. Intentó moverse, pero todo le dolía. Su piel expuesta se pegó al vinilo que tenía debajo. Olía a vómito, o tal vez él lo hizo.

¿Por qué su garganta se sentía como si hubiera hecho gárgaras con hojas de afeitar?

¿Dónde estaba?

Se obligó a concentrarse. Estaba en un carro. Podía sentir las vibraciones de los neumáticos sobre la carretera, y todo su cuerpo saltó con cada imperfección del asfalto. Estaba boca abajo, con una pierna pegada a la puerta, la otra en el suelo. Una reja negra lo separaba de una figura sombría en el asiento del conductor. ¿Estaba en un taxi? Olía como un taxi. Otra oleada de náuseas le invadió, y tembló mientras se obligaba a no vomitar.

—Déjame salir —murmuró por encima de los gritos —. Caminaré a casa.

—Buen intento, niño. Vuelve a dormir. Estaremos allí pronto.

—Déjame salir. —exigió, su voz un grito ronco.

—Chico, ¿estás buscando que te den una paliza otra vez? Cálmate.

Buscó a tientas su teléfono en el bolsillo de sus pantalones, sonriendo cuando se dio cuenta que sus secuestradores lo habían perdido. Lo liberó con esfuerzo, logrando desbloquearlo con la huella del pulgar. Pulsó el número superior, que seguía siendo su contacto de emergencia, y esperó que le creyera.

El teléfono sonó... y sonó... y sonó. El corazón de George se hundió. Iba a morir en esta apestosa caja de vinilo rodeado de gritos. Pero entonces. —¿George?

—¿Lance?

El sonido del crujido hizo que George quitará su teléfono, y luego un Lance soñoliento dijo: —¿George? ¿Qué pasa? ¿Son cómo —un bostezo rompió su discurso —, las cuatro de la mañana?

El cerebro de George luchó para unir las palabras, queriendo sacar las cosas importantes primero. —Secuestrado. No sé en dónde estoy. No puedo ver nada. No puedo moverme. Hay muchos gritos. Necesito que salves a Casanova.

—¿Tu perro? ¿George? ¿Estuviste bebiendo? ¿En dónde estás? No suenas bien. ¿Eso es una sirena de policía? Dime en dónde estás y buscaré a alguien para que te encuentre.

No quería a alguien. Quería un amigo. —Tú, ven a buscarme. Por favor. Me lo debes.

El tono de Lance tenía la suficiente piedad como para retorcer el cuchillo en el corazón de George. —Bebé, ahora vivo a horas de distancia, ¿recuerdas? Dime en dónde estás, ¿y te conseguiré ayuda? ¿Necesitas un abogado? ¿Una ambulancia?

Su corazón se hundió. Lance ahora estaba casado. Casado con ese psicópata leñador. Vivían muy lejos en las montañas. —Salva a mi perro. Solo haz eso. No me importa lo que me pase. Probablemente me lo merezco.

Dejó caer el teléfono sin colgar y se dio la vuelta, enterrando la cara en la grieta del asiento maloliente. Solo quería dormir. Se ocuparía de sus secuestradores más tarde. O tal vez no. No le importaba mucho, en cualquier caso. No le importaba nada en realidad, solo Casanova. El pensamiento de su feo perro le hizo pensar en el hombre por el que le había puesto nombre. Un desconocido de pelo largo y tatuado que lo había estudiado durante el peor día de su vida, poniéndole ojos de "joder" en una habitación llena de hombres en traje. Se quedó a la deriva con una sonrisa en la cara. Si iba a morir, al menos tenía ese recuerdo.

|3°| Abrumador[Alex.A & George.R]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora