Ramlaq (La lanza de las arenas)

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El viento moldeaba con cada paso, las dunas del desierto de Ranland. Uno de los territorios mas grandes del planeta eran dominados por dos dualidades, los mares amplios y tormentosos, donde las flotas de Navatha dominaban las corrientes oceánicas con sus navegantes, y sobre tierra firme, Ramlaq - la Lanza de las Arenas.

Sobrevivir en un desierto requería, algo mas que solo agua y los habitantes de Ramlaq lo sabian muy bien. De todos los cinco reinos de Ranland, las ciudades del desierto eran difíciles de encontrar asemejadas al fluir de las arenas. Ouri-Sao, al sur del diente del desierto, entre montañas rocosas de un color cobre quemado, que absorbían el abrasador sol de desierto del oeste. Allí, dentro la meseta de roca, moldeada por ríos de tiempos incognoscibles, la ciudad se enclavaba como la perla de las arenas.

Llegar a Ouri-Sao implicaba un viaje de al menos 20 soles, sometidos a vientos incesantes que soplaban de este a oeste durante el día, y temperaturas gélidas durante la noche. Las fuentes de agua en la superficie, eran solo un recuerdo de tierras mas prosperas y mas sencillas de practicar. Sin embargo, Ouri-Sao relucía y prosperaba por la mineria de especia que era transportada en largas caravanas a través de las dunas infinitas, hasta donde las aguas del Kelmi eran lo suficientemente profundas como para soportar un navio hasta la desembocadura en el mar noroccidental.

Shara creció escuchando el ulular del viento sobre las palmeras y siguiendo el cambio de las dunas con las estaciones del año. La migración del Ahim no iniciaba hasta dentro de tres días, y los preparativos en la ciudad corrían a toda velocidad. Acompañaba a su madre recolectando los últimos frutos de las granjas del cielo en largas cámaras excavadas en la roca que se extendían en forma hexagonal terminando en el centro de la granja. Una vez recolectados, los frutos de la tubernia, ella y su madre transportaban los cestos hasta los túneles de viento. Depositados en mallas, el viento con poca humedad los resecaba en cuestión de un día, hasta transformarlos en pequeñas rocas negras y duras. Así podían ser transportadas con facilidad y concentraban su alimento.

La arena puede cortar la piel, el viento puede matarte de sed, el sol abrasa lo que toca pero los kashe-had son el desierto. Su madre recitaba las palabras de los muros de roca de la cámara central de Ouri-Sao, enseñanzas tallas en la roca que contaban las historias de los Kashe-had, sobreviviendo a los rigores de la arena durante generaciones.

Mientras caminaba desde las granjas del cielo hacia su casa, podía ver a los otros niños jugando al siik. Le gustaría estar allí y tenia unas cuantas canicas de roca de especia, pero sabia que tenia que acompañar a su madre hasta los túneles de viento antes de poder tener un poco de tiempo libre y jugar con ellos. Uno tras otro, atravesaban las confluencias de las cámaras en los túneles donde vivían. Largas espirales excavadas en la roca negra del Ouri-Sao, que los mantenían a salvo de los rigores del clima que imperaba en la superficie. Los túneles eran iluminados por largas excavaciones en el techo de la torre que dejaban entrar la luz del día en toda la ciudad, antes del atardecer eran, cerradas con inmensos tapones de roca, imposibles de distinguir de la roca natural sobre la superficie.

Dejamos los frutos en los túneles, marcamos nuestro bulto con una tira amarilla y tomamos el camino de vuelta por la espiral occidental hacia nuestra casa. Mamá encendió las varas de fuego y empezó a cortar un poco de fruta para darme. Saqué las canicas de especia del rincón del catre

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⏰ Última actualización: Sep 26 ⏰

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