Epílogo.

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Alastor estaba oculto en su habitación, como había pasado cada día desde su llegada al palacio. Hacía ya dos años. Evitaba a todos casi todo el tiempo, solo se sabía de él cuando hacía sus transmisiones de radio. Su puerta siempre estaba asegurada, no le gustaría recibir visitas inesperadas.
Solo se le veía a la hora de la comida, cuando se escabullia sigilosamente para no ser visto, pero como siempre comía a la misma hora, Lucifer lo esperaba con el almuerzo en la mano y se lo entregaba con una sonrisa amigable, una imagén completamente distinta a lo que se esperaría del rey del Infierno. Siempre con un delantal puesto, que le daba un aura hogareña y amorosa que Alastor odiaba porque lo dejaba con emociones confusas revoloteando en su estómago.

"Lucifer, sal de mi cabeza", solía pensar luego de irse después de ver esa imagen. Se lo repetía varias veces, en cada ocasión, pero no funcionaba para nada.

Su eterna aversión por Lucifer seguía ahí, oculta. Aunque se esforzará por mantenerla era menos intensa que antes, imposible odiar por completo a Lucifer luego de descubrir que cantaba canciones infantiles durante la ducha o al preparar el desayuno. Lo había escuchado varias veces, a escondidas. Riéndose desde las sombras y lejos de su mirada. Disfrutando de oírlo y luchando contra las ganas de verlo.

No le gustaba ser visto por nadie en el castillo, ni que nadie supiera de él. Era un fantasma en el hogar de los Morningstar. Aunque Charlie le dejaba algunas notas a veces, las pasaba por debajo de la puerta y le contaba de su día, siempre preguntaba por él. Claro, él nunca respondía, pero siempre era agradable leer las cosas que Charlie y Lucifer hacían juntos y saber que se preocupaban por él. También aborrecía el gesto, pues pensar en Lucifer le llenaba el pecho de una cálida y agradable sensación que lo abrumaba y cada vez era más difícil de ignorar.

Sus sentimientos eran menos tediosos cuando se había mantenido lejos de Lucifer, odiandolo en silencio. Pero ahora se encontraba balanceándose y tambaleando entre odiarlo... y otra cosa.

Alastor había adoptado esa rutina, la disfrutaba bastante a decir verdad, aunque también la aborrecía. No se sentía con las hagallas de ver a nadie a la cara después de lo que había hecho, y seguía confundiéndole el hecho de que lo trataran con tanta amabilidad y cuidado.

Era usual que Gabriel tocara la puerta dos veces al día, solo para hacerle ver a Alastor que no estaba molesto... o algo así, Alastor no estaba del todo seguro de las intenciones de Gabriel al hacer eso. Pero agradecía el gesto de igual modo.

Algunas veces incluso Husk pasaba por la puerta de su habitación y lo saludaba, aunque él no vivía ahí, simplemente iba de visita junto con el demonio araña.

Aún con todas estas cosas, él nunca abría la puerta. Ni respondía, era como si la habitación estuviera eternamente vacía. Pero él siempre estaba ahí, pues no tenía otro lugar a donde ir. Se había ganado, con toda razón, el odio del cielo y el infierno. Había pensado varias veces en mandar todo a la mierda e ir a la tierra, vivir entre los humanos disfrazado o incluso irse a las estrellas.

—Alastor, buenas noches—deseo Lucifer al otro lado de la puerta y se fue, pues sabía que Alastor no abriría.

Eso le animaba mucho a quedarse, por alguna razón. Le gustaba escuchar a Lucifer decirle buenos días y buenas noches, lo hacía todos los días sin falta. Alguna veces lo llamaba Alastor, otras Al, venado... y en una ocasión se le escapo llamarlo "amor". Se disculpo casi de inmediato cuando se dio cuenta de su error, pero Alastor ignoró eso último y se aferró a la voz del Rey llamándolo por aquel apodo y tatuó el recuerdo en su mente. Y lo repetía algunas veces. El recuerdo algunas veces le asqueaba y otras le emocionaba tanto que terminaba volando en su habitación sin darse cuenta.

A veces Alastor se hacía alguna cortada en su brazo apropósito, observando con curiosidad su sangre. La cual ya no era completamente negra y corrompida por la oscuridad, pero tampoco era completamente dorada y de brillo celestial. Algunas veces salía una extraña mezcla de ambos colores, los cuales luchaban por tomar el control pero ninguno lo lograba. Otras veces, muy pocas veces, salía de un color rojo intenso. Un color humano. No entendía razón, le daba miedo entender, pero llegó a creer que perdería sus alas y su magia... Gracias a Dios que no.

Ángeles Caídos|| Hazbin HotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora