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De vuelta en la cabaña, la calidez del fuego las envolvió nuevamente. Pansy cerró la puerta tras ellas, pero no encendió más luces. Solo el resplandor del fuego y las luces mágicas suaves en el fondo iluminaban el espacio.

Hermione se quedó de pie en el centro de la sala, observando cómo Pansy se acercaba lentamente a ella, sus pasos deliberados, su mirada fija en la suya. El ambiente había cambiado. Había algo palpable en el aire, una mezcla de tensión y deseo, una promesa implícita en cada movimiento.

—¿Qué tienes en mente, Parkinson? —preguntó Hermione, su tono juguetón pero lleno de anticipación.

Pansy sonrió de lado, esa sonrisa traviesa y segura que siempre había hecho que el corazón de Hermione latiera un poco más rápido.

—Nada demasiado complicado —respondió Pansy, acercándose lo suficiente para que sus cuerpos casi se rozaran—. Solo que me gustaría disfrutar de mi esposa como se merece.

Hermione sintió que su pulso se aceleraba, sus mejillas ruborizándose ante el tono bajo y seductor de Pansy. Sabía lo que venía, y no podía negar que lo deseaba tanto como Pansy.

—¿Y cómo es eso exactamente? —susurró Hermione, sin poder evitar la sonrisa que se extendía por sus labios.

Pansy no respondió con palabras. En lugar de eso, la atrajo hacia ella con un movimiento suave pero firme, capturando sus labios en un beso apasionado, dejando que sus manos se deslizaran por la cintura de Hermione. Era un beso lleno de deseo, pero también de algo más profundo, más íntimo.

Hermione respondió con igual intensidad, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de Pansy mientras el calor entre ellas aumentaba. Los besos se volvieron más urgentes, sus cuerpos más necesitados de esa conexión que solo ellas podían compartir.

Pronto, se encontraron moviéndose hacia el dormitorio, sus manos explorándose mutuamente con familiaridad y adoración. Había una química entre ellas que nunca se apagaba, una chispa que siempre volvía a encenderse con más fuerza cada vez que estaban juntas.

La noche transcurrió entre susurros, caricias y promesas silenciosas. Y mientras el mundo exterior desaparecía por completo, Hermione y Pansy se sumergieron en ese espacio privado que habían construido solo para ellas. Allí, en la intimidad de su refugio, el amor que compartían se volvió más fuerte, más real, más invencible.

Al final, cuando la madrugada empezó a asomarse y ambas yacían juntas, agotadas pero felices, Hermione supo, sin lugar a dudas, que estar con Pansy era lo mejor que le había pasado. No importaban las dudas del pasado, los miedos o las barreras que habían tenido que superar.

Lo único que importaba era que, en ese momento, estaban juntas. Y juntas, siempre se elegirían, una y otra vez. Porque en Pansy, Hermione había encontrado no solo a una compañera, sino a su alma gemela, su hogar, su todo.

Y mientras el amanecer se acercaba, ambas sabían que lo que habían comenzado esa noche no era solo una aventura, sino una vida compartida. Una vida llena de amor, desafíos y, sobre todo, de estar juntas, siempre

Confesión De Una Slytherin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora