En las últimas semanas, Franco no había podido descansar bien. Se dormía pasada la medianoche, despertaba más de tres veces durante la noche y le costaba volver a conciliar el sueño. Simplemente no dormía lo suficiente ni descansaba como debería. Pero anoche... ¡Oh, mierda! Anoche fue la peor noche de su vida.
La carrera había terminado relativamente bien. Un sexto lugar no era lo que Franco hubiera esperado, pero considerando su estado físico, era un resultado bastante decente. Lo que sí odiaba de la noche era la ansiedad que lo invadía solo de pensar que al día siguiente hablaría con el omega mexicano.
Definitivamente estaba más ansioso de lo que hubiera querido. Se había duchado dos veces, cambiado de ropa seis veces, y se había pasado media hora decidiendo si debía ponerse alguna colonia o no. Todo esto no lo había previsto, y le estaba pasando factura al encontrarse llegando tarde a su reunión con Checo.
-¡Conduce con cuidado, idiota! -gritó el conductor de un Porsche que iba a su lado, pitando el claxon.
Franco, como durante todo el trayecto, ignoró el comentario y siguió conduciendo con prisa, esperando no llegar tan tarde. Ya sabía que iba retrasado, así que ni se molestó en mirar el reloj digital de su viejo auto.
-¡Carajo, carajo, carajo! -exclamó el piloto, cuando se pasó un semáforo en rojo.
Franco escuchó una sinfonía de cláxones detrás de él tras su maniobra. Estaba seguro de que pronto le llegaría una multa por las cámaras de vigilancia, pero en ese momento le importaba poco. Su mente estaba concentrada únicamente en llegar a tiempo para su compromiso con su destinado.
Cuando finalmente llegó al hotel, se sintió un poco más tranquilo. Su alivio aumentó al no ver señales del omega. Aparentemente, también se le hizo tarde, pensó. Se sentó en una mesa para dos, esperando con paciencia.
-Disculpe, señorita, ¿qué hora tiene? -preguntó Franco a la mesera.
Llevaba ya cuarenta minutos sentado. Si bien había llegado tarde, al sumar el tiempo de espera, su reloj marcaba las once veinte, y no había ni rastro del mexicano. Temiendo que su reloj estuviera mal, decidió preguntarle la hora a la mesera, quien ya había pasado cinco veces por su mesa preguntando si estaba listo para pedir.
-Son las once con veintitrés minutos, joven -respondió la mesera con amabilidad-. ¿Esperaba a alguien? -preguntó con cierta timidez, intentando no sonar muy entrometida.
Franco hizo una mueca. Su reloj funcionaba perfectamente.
-¿Está segura de que no ha visto a un joven pecoso, de cabello oscuro, ojos cafés con un toque de verde, con una figura esbelta y bien proporcionada, un cuerpo latino...? ¿No estuvo aquí a las diez o un poco antes?
La mesera sintió lástima por el alfa. Era la tercera vez que le hacía la misma pregunta, pero no quiso hacerlo sentir peor mencionando ese hecho, así que, con paciencia y calma, le respondió con la misma amabilidad de antes.
-He estado aquí desde las siete de la mañana y no he visto a nadie con esa descripción en el restaurante -respondió la mesera con una sonrisa gentil-. La única pareja que llegó alrededor de esa hora está por allá, eligiendo un postre para su cachorro -dijo, señalando discretamente a una pareja joven, con una hermosa niña de unos cuatro años que, emocionada, tocaba la mejilla de su madre.
El alfa cerró los ojos con frustración, sintiéndose ridículo frente a la omega.
-Lo siento, sé que te he preguntado mucho, es solo que...
-Tal vez simplemente se le hizo tarde al chico -dijo la mesera con un poco de vergüenza.
-O simplemente no va a venir -dijo Franco con franqueza-. Sabes qué, ya estoy listo para ordenar.
La mesera asintió, mordiéndose el labio, y sacó una pequeña Tablet de su delantal, esperando la orden del alfa.
[...]
Franco salió del hotel donde el mexicano se hospedaba. Eran las doce con cuarenta y cuatro minutos, y no podía sentirse más ridículo por haber alargado tanto su desayuno-almuerzo con la triste esperanza de que el omega pecoso apareciera.
-¡Pero qué pelotudo! -se autocriticó el argentino.
¿Cómo pudo ser tan idiota de esperar al mexicano por más de dos horas? Se sentía avergonzado por creer que Checo llegaría, pero entonces no entendía por qué Sergio le había pedido que viniera si no se iba a presentar. Su vergüenza pronto se transformó en enojo.
El mexicano había sido quien quiso que hablaran, ¿para qué? Franco no estaba seguro. Pero sin duda no había sido él quien buscó al omega, sino al revés: Checo se había acercado a él. Franco había cumplido con lo que Sergio pidió, no intervino entre el omega y Max. Y luego, de repente, Checo le pidió hablar, y Franco, sin pensarlo, aceptó de inmediato, sucumbiendo a los deseos del omega.
-¡La concha de tu madre! -exclamó el argentino, molesto, mientras entraba furioso a su auto.
Franco recargó su cabeza en el volante. Quería llorar, y no sabía exactamente por qué.
Estaba enojado, eso estaba claro. Frustrado, porque sentía que el omega jugaba con sus sentimientos, tal vez de manera inconsciente, pero lo hacía. También tenía miedo; no sabía qué le pasaría a su lobo sin tener algún tipo de relación con su destinado. Pero, sobre todo, estaba triste. De alguna manera, se sentía insuficiente para ese hermoso omega pecoso, y eso hacía que su lobo llorara.
-¿Pero qué mierda hago ahora? -murmuró para sí mismo el alfa.
Sabía que debía manejar sus emociones, que no podía dejar que el tema de su destinado lo afectara tanto. También entendía que Sergio probablemente no dejaría a Max por él. ¡Carajo! Franco lo comprendía muy bien, pero, ¿quién le explicaba eso a su lobo?
Justo en ese momento, Franco recibió un mensaje que, lejos de tranquilizarlo, solo lo alteró más.
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La Regla de Colapinto | Checo & Franco
FanfictionTener un destinado o encontrar a tu alma gemela es un regalo que, en sus orígenes, solo se otorgó un omega valiente y audaz. Fue una sorpresa para muchos que este don se transmitiera a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, y así sucesivamente, gene...