eight

260 33 11
                                    

Franco Colapinto, el primer argentino en años en la Fórmula 1, acababa de ganar su primer podio con un primer lugar este fin de semana.

Vítores, champán, flashes de cámaras, felicitaciones. Sus padres, gritando de emoción en medio de un tumulto de gente.

Franco debía sentirse en la cima del mundo por su primer podio, y mucho más con una victoria en primer puesto, un lugar tan codiciado. Sin embargo, la realidad lo dejó deseando más.

Para empezar, sus padres no habían podido asistir a la carrera en Australia debido a problemas con los traslados. Los pocos vítores de sus compatriotas argentinos se vieron casi opacados por los abucheos y comentarios llenos de odio que la gente gritaba sobre él.

Nunca imaginó que una victoria pudiera sentirse tan amarga. El champán se sentía tan frío y sin sabor. No era así como Franco había soñado su victoria. Ni siquiera se sentía como una victoria.

-Vamos, amigo, tenemos que ir con Toto -susurró Lewis cerca del oído del argentino para hacerse escuchar entre tanto grito.

Franco solo asintió y, cabizbajo, fue guiado por Lewis hacia donde su jefe se encontraba.

Al llegar a la oficina de Wolff, Franco dejó su trofeo junto al de Lewis antes de dejarse caer pesadamente en el sofá de cuero en el centro de la oficina, cubriéndose la mitad del rostro con su gorra, que tenía el número 1 al costado.

-Muy buena carrera la de ambos, chicos. Felicidades -dijo finalmente el jefe de Mercedes.

-Hum -murmuró Franco.

-Gracias -respondió Lewis.

Toto y Lewis se miraron entre sí, sin saber exactamente qué hacer en ese momento.

El jefe de Mercedes sabía que debían elaborar una estrategia de relaciones públicas para mejorar la imagen de Franco. Los aficionados de Red Bull hablaban del argentino como si fuera el causante de todos los males del mundo, desde el calentamiento global hasta la pérdida de sus preciadas victorias. Todo se debía, por supuesto, a que Franco era el destinado de Checo, quien estaba en una relación con Verstappen. Los fanáticos del Chestappen no podían aceptar tal situación. Toto sabía que algo debía hacerse, porque no solo estaba en juego la imagen de Franco, sino la de toda la escudería.

Además, a Toto le dolía ver que su nuevo piloto no disfrutaba de su victoria. ¡Su primera victoria! El chico debería estar celebrando, planeando una fiesta descontrolada de la que, como jefe, se haría de la vista gorda... hasta el día siguiente, cuando filtraría los videos de Franco haciendo algún desastre divertido. Pero eso no era lo que estaba ocurriendo. En lugar de eso, se encontraba tratando de levantar el ánimo de un niño de 21 años, justo después de que hubiera ganado su primer podio.

-Franco, muchacho, acabas de ganar tu primer podio -comenzó a decir Wolff-. No fue solo un podio, ¡mierda, muchacho! ¡Acaba de sonar el himno argentino porque llegaste en primer lugar! Vamos, sonríe un poco, al menos.

Franco realmente quería sonreír, disfrutar un poco de ese momento, pero su intento de sonrisa parecía más un puchero, el típico que hacen los bebés justo antes de romper a llorar. Y la verdad era que a Franco no le faltaban ganas de hacerlo.

-Vamos, Franco, anímate. Pon tu mejor cara y vayamos a celebrar -dijo Hamilton, sentándose a su lado.

-No estoy de humor para celebraciones.

Toto no era el mejor consolando a la gente, y Lewis lo sabía mejor que nadie. Por eso, tomó la palabra antes de que su jefe lo intentara.

-Hey, ¿qué te dije el primer día? Nada de lo que diga la gente sobre ti te define -Hamilton tomó aire, notando las feromonas tristes que desprendía el alfa a su lado-. Franco, sé que la gente está hablando de ti, y créeme, entiendo de primera mano lo horrible que es que te comparen con Verstappen.

A este punto, Lewis consideraba ridículo no hablar del verdadero problema.

-Y probablemente el tema de los destinados es mucho más intenso de lo que yo podría imaginar. Sé que unas palabras de aliento no van a borrar ese sentimiento de tristeza que tu lobo siente. Sergio tiene un gran peso en tu vida ahora, pero, amigo, Checo no es quien está hablando mierda de ti. Es gente ignorante que no entiende ni una mierda de tu vida.

Franco se enderezó y se quitó la gorra de los ojos, mirando con intensidad a su compañero. Lewis sintió pena al ver los ojos del argentino, rojos como el monoplaza de Ferrari.

-No dejes que esa gente te quite tu victoria -continuó el británico-. No dejes que te roben este momento. Luchaste por ese primer lugar y lo ganaste. Ellos no merecen nada de ti.

El labio inferior de Franco tembló, pero las palabras de su compañero tuvieron un impacto en él. Decidido y tratando de que su lobo se recuperara, asintió y se levantó del cómodo sofá.

-Tienes razón -dijo con un hilo de voz-. Hoy gané yo.

Toto esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que el argentino no estaba completamente bien, pero se conformaba con eso, al menos por hoy.

Hoy la rompí, loco! ¡Este triunfo es mío! -dijo Franco en español, con su característico acento argentino-. La verdad que hoy me llevé todo puesto, ¡eh! ¡Hoy gané yo, papá! ¡Me lo gané laburando a full, así que ahora me toca disfrutar, no me jodan!

Lewis no entendió ni la mitad de lo que dijo el argentino, quizá solo "loco" y "papá", pero a pesar de no comprender del todo, estaba contento al ver a su compañero más animado.

Toto y Lewis compartieron otra mirada, esta vez con más complicidad y ánimo que la anterior. Habían logrado su cometido. Franco tal vez podría disfrutar de su victoria. Y qué victoria, ¡un primer puesto no se conseguía todos los días!

-Hamilton, vamos a celebrar nuestros podios -dijo emocionado el argentino.

-Yo me encargo de todo -respondió Lewis con una pequeña sonrisa-. ¿Te veo en el lobby a las diez?

Franco asintió, entusiasmado. Sabía que a Lewis ya no le gustaba salir de fiesta como antes. El argentino no sabía si lo hacía por la pena de verlo decaído o porque genuinamente quería celebrar sus podios, pero fuera cual fuera la razón, Franco iba a aprovechar la oportunidad. No todos los días se podía salir de fiesta con uno de tus ídolos.

Franco salió de la oficina de su jefe, ahora sí agradeciendo las felicitaciones y prometiéndole a Lewis llegar puntual al punto de encuentro. Sabía lo mucho que su compañero valoraba la puntualidad. Pero una vez fuera, la pequeña sonrisa en su rostro se desvaneció.

La realidad lo golpeó de nuevo. Las miradas juzgadoras estaban presentes incluso entre los miembros del equipo de Mercedes, así que se apresuró a llegar a su camioneta.

El camino fue más tranquilo, pero sus pensamientos empezaron a jugarle una mala pasada. Con la idea de cancelar sus planes con Hamilton, sacó su teléfono y, al entrar a la sección de mensajes, se encontró con la razón por la que había aceptado salir, el mensaje que Sergio le había enviado el día que lo dejó plantado.

"No voy a llegar. Fue un error haber quedado. Aléjate de mí."

El corazón de Franco se apachurró una vez más, y esta vez no pudo contener las lágrimas.

Después de recibir ese mensaje, Franco había bloqueado al mexicano. Ya había cumplido una vez con alejarse de él, podía hacerlo una segunda vez.

A veces, Franco deseaba que las cosas hubieran sido diferentes, que todo hubiera sido un poquito mejor, tal vez si su destinado no fuera Sergio Pérez.

Pero Franco no podía cambiar su presente, y aunque pudiera, no lo haría. Se había propuesto no interferir con la felicidad de su destinado. Si la felicidad de Checo era junto al neerlandés, que así fuera. Franco no iba a interferir, aunque su lobo rogara por hacerlo.

La Regla de Colapinto | Checo & FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora