eleven

308 46 6
                                    

Lo que había comenzado como una conversación tranquila y aclaradora, estaba terminando en una discusión tensa y un tanto fría.

Ambos mantenían sus posturas. Franco se mostraba atento, dispuesto a escuchar y ceder, conforme con cualquier decisión que el omega tomara. Mientras Checo seguía en un debate interno, deseando dejarse llevar por sus sentimientos, pero también dudando si hacerlo sería moralmente correcto.

A este paso, Franco acabaría calvo por el estrés y los labios de Checo quedarían destrozados de tanto mordérselos.

-Ya no estoy para juegos, Sergio. Te conté mi historia. Ahora solo quiero cosas serias, no quiero estar jugando contigo y no quiero que juegues conmigo -Franco dejó escapar un suspiro ligero, haciendo una pausa antes de continuar-. Necesito que me digas qué necesitas de mí.

-Yo... yo no lo sé -murmuró el mexicano en voz baja, con los ojos rojos y llenos de lágrimas.

Franco no quería presionarlo, había planeado ser más paciente con su omega, pero la actitud indecisa de Checo lo estaba desgastando. El argentino luchaba con sus propios instintos y emociones, pero una mueca que no pudo contener fue suficiente para que el corazón de Checo se apretara y una lágrima solitaria recorriera su mejilla.

Franco dio un paso más cerca, y con suma delicadeza y determinación, limpió la lágrima de su destinado.

Checo cerró los ojos por instinto, tomando ese pequeño gesto como si fuera todo.

-Correría mil kilómetros solo por verte. Juntaría las flores más lindas solo para verte sonreír, quemaría el mundo si me lo pidieras -Franco limpió otra lágrima de la mejilla del omega-. Yo haría todo por ti, Checo -el omega sollozó-. Dejaría la Fórmula 1 solo para estar contigo.

Checo abrió los ojos, sorprendido por lo último. No podía imaginarse a Max ofreciéndole algo así. Para cualquier piloto, estar entre los veinte mejores era un sueño, pero conseguir el título de "campeón mundial" era la cúspide. No podría ser él quien interfiriera en los sueños de Franco, nunca se lo perdonaría.

-Podrías pedirme la luna y te la bajaría. Pero solo tienes que decirlo -Franco hizo una pausa, perdiéndose en aquellos profundos y hermosos ojos cafés-. Solo tienes que decirme qué necesitas y lo haré. Pero por favor, dilo.

El lobo de Checo aullaba, rogando desesperadamente que aceptara a su alfa. Y Checo también lo deseaba, pero tenía miedo. Estaba aterrado.

-Sabes que no es tan fácil, Franco.

-Y no necesitamos que lo sea -dijo Franco con desesperación-. Solo tienes que decirlo. Dilo y seré tuyo.

El anhelo, la angustia y la desesperación eran evidentes en la voz de Franco. Pero la sinceridad, la verdad y el amor brillaban en sus ojos, claros reflejos de su alma.

El omega sudaba, le costaba respirar y las lágrimas no dejaban de correr por sus sonrojadas mejillas. Quería hablar, sincerarse y dejar salir todo lo que sentía por aquel joven alfa. Pero no podía articular una sola palabra, mucho menos formular una frase coherente en su mente. Temía decir algo que hiriera aún más a Franco de lo que ya lo había hecho. Temía ser la causa de más inseguridades y penas. Sabía que ya lo había hecho por mucho tiempo y se negaba a continuar por ese camino.

-Te estoy presionando demasiado -soltó Franco con un suspiro cansado, dando un paso atrás, alejándose del omega.

Checo negó con la cabeza, sin querer que Franco tomara distancia, ni siquiera una tan mínima como la que ahora estaba imponiendo.

-Te necesito, Franco -sollozó el omega.

-Y yo a ti, Sergio -respondió Franco, evitando mirarlo a los ojos-. Pero no puedo seguir así.

La Regla de Colapinto | Checo & FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora