teen

323 44 2
                                    

Checo había sucumbido a todos los síntomas de una gripe común: escalofríos, sudor frío, dolores musculares, fiebre. El pobre omega ni siquiera podía levantarse de la cama.

Le había tomado una semana y media decidirse a comprar los boletos para Japón. Tuvo que mentirle a su madre, diciéndole que iba a apoyar a Max.

Pero la realidad era muy diferente. Checo había viajado a Japón para tener la oportunidad de ver a su destinado. Necesitaba hablar con él. Quería aclarar muchas cosas. Además, no podía negar que su lobo lo extrañaba tanto que era como si le faltara el aire para respirar.

El problema fue que, apenas puso un pie en suelo japonés, comenzó a presentar todos los síntomas de la enfermedad. Como buen mexicano, se hizo el fuerte e ignoró su malestar. Pero en cuanto llegó a su habitación del hotel, su cuerpo se desplomó. Ya no podía mantenerse de pie. Apenas pudo levantar la mano para llamar a recepción y, con mucha dificultad, pedir amablemente que le enviaran un médico. En cuestión de minutos, el médico del hotel apareció y le dio su diagnóstico.

-Tu alfa está triste -fue lo primero que dijo al examinar el pecho del omega.

Al parecer, había signos físicos que se manifestaban en las parejas destinadas cuando aún no se habían marcado.

-Sería más fácil si te enlazaras con tu alfa. Así solo sentirías su tristeza, pero no afectaría a tu cuerpo.

Con cada palabra del médico, Checo no podía evitar sentir que lo estaban regañando. Fue entonces cuando recordó lo que Franco le había contado sobre su experiencia al intentar enlazarse con su anterior omega, y cómo todos, especialmente los doctores, lo habían reprendido por su decisión.

Ahora, Checo experimentaba una mínima parte de lo que Franco había vivido, y sintió tristeza al saber que aquel lindo chico había pasado por el peor año de su vida. Y lo peor de todo era que, desde que Franco lo había encontrado como su destinado, las cosas no habían mejorado; probablemente, habían empeorado.

Fue entonces cuando Checo sintió el peso de sus decisiones.

Para todos los que lo veían desde fuera, era fácil decirle al omega: "Deja a Max, quédate con tu destinado". Por supuesto que lo había considerado, y claro que su lobo, y una pequeña parte de él, lo deseaban. Pero no era fácil dejar una relación de años por alguien a quien apenas había visto un par de veces.

Sin embargo, sabía que la diosa luna no se equivocaba. Sabía que Franco tenía razón cuando le dijo: "Estamos destinados el uno al otro. Nacimos para estar juntos". Todo esto iba más allá de lo que su lógica le permitía procesar.

-Mierda, lo estoy haciendo todo mal -murmuró Checo, cubriéndose la cara con la almohada.

Quería hablar con Franco, para eso había venido a Japón. Su cuerpo se lo exigía, su lobo pedía reconfortar a su alfa. Pero también sabía que debía hablar con Max. Necesitaba aclarar todo con el neerlandés si realmente iba a comenzar a hacerle caso a su instinto.

Pero ahora, su instinto le pedía ir con Franco. Así que lo haría.

O bueno, lo llamaría, porque literalmente no podía levantarse de la cama.

[...]

Franco había conseguido la pole position durante las pruebas. Estaba feliz, o al menos eso era lo que las cámaras a su alrededor captaban.

Franco sonreía, se sentía medianamente complacido por su logro. No iba a mentir sobre eso. Pero no estaba realmente feliz. Su lobo estaba siendo demasiado demandante, exigiéndole que dejara todo e ir en busca de su omega. Y la diosa Luna era testigo de que Franco lo haría en cualquier momento. Pero Franco simplemente no quería ir en contra de los deseos de Checo, quien le había dejado claro, con un frío mensaje, que no lo quería a su lado.

Y Franco respetaría eso, aunque eso significara soportar los insultos de su lobo.

-Amigo, te buscan -dijo Hamilton, apenas el argentino dio un paso dentro de su motorhome.

-¿Quién es? -preguntó extrañado el alfa, mirando con desconfianza el teléfono que su compañero le extendía.

-Es Checo -respondió el británico con una pequeña mueca.

Franco no esperó otra cosa. Le arrebató el teléfono de las manos a Lewis y se alejó lo suficiente para que nadie pudiera escuchar una conversación que esperaba que no fuera dolorosa. Una conversación privada con su omega.

-Sergio, ¿estás bien?

-¿Franco? -murmuró el omega, haciendo notar al alfa el cansancio en la voz del mexicano.

-¿Qué pasa? ¿Dónde estás? -preguntó Franco, sintiendo cómo su lobo se sumía en la ansiedad.

Un silencio torturador se hizo presente en la línea. Franco se desesperaba al pensar que la seguridad de su omega pudiera estar comprometida. Necesitaba una respuesta pronto, o correría hasta California, si fuera necesario, para asegurarse de que su omega estuviera bien.

-Sergio, por favor, di algo.

-Tenía planeado reprenderte por bloquearme de tus contactos y hacerme buscar durante más de una hora cómo comunicarme contigo.

-Me pediste que me alejara de ti -respondió el alfa, esforzándose por no dejar que su voz sonara tan débil como se sentía.

-Yo no... te lo puedo explicar -Franco escuchó cómo el omega soltaba un suspiro pesado-. ¿Puedes venir conmigo? Pretendía ser yo quien te buscara, pero ni siquiera puedo ponerme de pie.

Franco cerró los ojos, recriminándose mentalmente por no haber considerado la posibilidad de que su omega lo necesitara y debía haberse puesto en contacto con él. Sabía que su presencia era crucial para la salud de Checo, incluso si decidían no estar juntos.

-¿Dónde estás? Iré de inmediato -dijo mientras caminaba rápidamente fuera del paddock.

[...]

Cuando Franco llegó al hotel donde Checo se hospedaba, apenas tuvo que decir su nombre para que le dieran acceso a su habitación. No se detuvo a analizar nada, solo corrió hacia el elevador y siguió las indicaciones del recepcionista. Ni siquiera se molestó en tocar la puerta antes de entrar.

-Sergio.

-Hola, alfa.

Franco corrió a sentarse al lado del omega, quien estaba visiblemente sonrojado y sudando. Al tocar la mejilla de Checo, notó que ardía de fiebre. Cuando quiso levantarse para buscar a un doctor, Checo lo detuvo.

-Ya vino un doctor -dijo el omega, pasando su pulgar sobre la muñeca de Franco.

-¿Qué te dijo? -preguntó el alfa, aunque ya se imaginaba la respuesta.

-Que necesito a mi alfa cerca -respondió Checo-. Que sería más fácil si me enlazara contigo, para que mi cuerpo no sufriera las consecuencias y solo pudiera sentirte.

Franco volvió a sentarse al lado de Checo.

-Estás así porque me siento triste -dijo el alfa con la cabeza baja-. Perdón.

Checo intentó incorporarse en la cama, y aunque Franco intentó detenerlo suavemente, colocando sus manos sobre los hombros del omega, Checo se negó. Usó las manos de Franco como apoyo para levantarse y recostarse en el respaldo de la cama.

-Tenemos que hablar -dijo el omega con firmeza.

-¿Esta vez no me vas a dejar plantado?

-Creo que te has dado cuenta de que no puedo ni levantar un mísero dedo.

Franco apretó los labios, odiando ver a su omega sufrir, pero no se atrevía a abrazarlo como realmente deseaba. Aún respetaba las decisiones que Checo había tomado.

Mientras tanto, a Checo le dolía ver las profundas ojeras de su alfa, la tristeza y el cansancio reflejados en sus ojos. Quería abrazarlo, pero apenas podía mantenerse erguido sin caerse.

-Prométeme que vas a escuchar todo lo que tengo que decir -pidió el omega, sin apartar la mirada de los ojos de Franco.

-Solo si tú me prometes ser más consciente de nuestra situación -pidió el alfa.

El omega asintió, y sellaron su trato con un gesto infantil: entrelazaron sus meñiques, cerrando una promesa que, aunque parecía simple, ambos sabían que cambiaría muchas cosas.

La Regla de Colapinto | Checo & FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora