Carlisle Cullen

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—Tu casa es muy bonita, Evelyn —dice Alice, observando detenidamente cada rincón de mi sala, como si estuviera anotando mentalmente cada detalle. La manera en que examina todo me intimida un poco, pero decido no decir nada. Es un poco incómodo, pero al mismo tiempo me siento halagada.

Mientras tanto, Rosalie se detiene frente a un marco de fotos y mira con atención una imagen mía de bebé. La veo pasar sus dedos por el marco con una expresión de nostalgia que me sorprende. Algo en su mirada me hace sentir que, aunque apenas nos conocemos, hay un atisbo de conexión. Sin embargo, tampoco me atrevo a comentar nada.

—Eve —les corrijo, notando que ambas se giran hacia mí, interesadas—. Todo el mundo me llama Eve, o si quieren pueden decirme Evelyn, pero... ¿Saben qué? Díganme como ustedes quieran.

Alice deja escapar una risita que me hace sentir un poco más cómoda y se deja caer contra la silla de la cocina con una naturalidad y gracia que parecen casi irreal. Rosalie vuelve a centrar su atención en mis fotos de bebé, pero se detiene en una en particular, observándola detenidamente.

—Este bebé es diferente, no eres tú —dice, extrañada.

—¿Eh? ¡Ah, sí! Es mi hermana Bella —digo mientras me siento al lado de Alice en la mesa—. No le gusta que papá ponga sus fotos por la casa. Se enojaría mucho si supiera que esa foto está ahí.

Rosalie frunce un poco el ceño mientras mira la foto de mi hermana, y luego vuelve a observar mi fotografía.

—No se parecen —murmura, como si estuviera tratando de desentrañar un misterio.

—En nada —aclaro—. Bueno, ¿empezamos, o primero quieren que les sirva algo de tomar o algún dulce? ¿Agua?

—No, tranquila, no te preocupes por eso —responde Alice con una sonrisa. Hoy está mucho más sonriente de lo que la he visto jamás; parece a punto de explotar de felicidad.

Rosalie se une a nosotros en la mesa, y después de un momento comenzamos a trabajar. Generalmente soy buena en matemáticas, pero estas chicas son excelentes. Me doy cuenta de que parece como si conocieran los ejercicios de memoria. A medida que el tiempo avanza, seguimos completando las tareas y manteniendo una charla constante. No solo hablamos de los ejercicios; Alice y Rosalie parecen muy interesadas en mis gustos y pasatiempos. Me hacen preguntas con tanto detalle que siento que no quieren perderse nada de lo que tengo que decir.

El ambiente es tan ligero que el tiempo se desliza sin que me dé cuenta. La luz del día comienza a desvanecerse, y la noche se asoma sigilosamente. Debería haber preparado algo de cenar para mí, ya que el hambre me invade, y un bostezo involuntario se escapa de mis labios. Al darme cuenta de esto, me sonrojo, y noto que ambas Cullen me están mirando, lo que solo intensifica el color rojo en mis mejillas.

—¿Tienes hambre? —pregunta Rosalie, divertida.

—No... —respondo, intentando disimular, pero Alice levanta una ceja, divertida—. Bueno, sí.

Ambas sueltan una risa suave, y de repente, me siento más aliviada. Es como si todas las tensiones de la mañana se hubieran desvanecido. El ambiente es ligero, lleno de risas y camaradería. Me atrevo a sugerir algo que ya llevo un rato pensando, sintiéndome lo suficientemente cómoda para proponerlo.

—¿Qué les parece si pedimos algo? —pregunto con entusiasmo—. Tal vez pizza o algo así.

Rosalie y Alice se miran entre ellas, pero algo en sus expresiones cambia. Hay una incomodidad que no había notado antes. Se miran como si estuvieran considerando qué decir, y una sensación extraña se instala en mi estómago.

—No, tranquila —responde Rosalie finalmente, negando suavemente con la cabeza—. No solemos comer fuera de casa, tenemos una dieta muy estricta.

Parpadeo, sorprendida. ¿Una dieta estricta? Mi mente corre en varias direcciones: ¿será algún tipo de trastorno alimenticio? Apenas habían tocado su comida en la cafetería, lo que me pareció raro en su momento. Ahora empiezo a preocuparme.

Tentación in-mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora