Prologo

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Me sobresalto en medio de la noche como tantas veces me ha ocurrido. El mismo sueño me despierta, aunque a veces tiene variaciones. Un coche negro, un accidente. Alguien grita algo. Disparos. El sonido característico de una ambulancia... Y después nada.

Cualquiera diría que es un sueño normal, pero mi corazón galopa desenfrenado, mi respiración rápida y agitada me grita el miedo que siento en este momento, y no puedo saber el motivo real, porque un simple sueño no debería provocarme este tipo de reacción. Soy una mujer adulta, no una pequeña niña asustadiza.

Giro despacio la cabeza para observar al hombre que duerme a mi lado. Cruzo los dedos para no haberlo despertado, sino, las consecuencias no me van a gustar.

Respira despacio en un plácido sueño. Así, dormido, casi podría decirse que es buena persona. Su pelo negro cubriéndole parte de los ojos, esa mandíbula cuadrada que le da un aspecto por el que cualquier mujer se giraría si lo viera por la calle, el pecho definido y musculoso. Solo yo puedo ver a través de esa fachada. Es un monstruo.

Me vuelvo a tumbar despacio, intentando no hacer ruido, cruzando los dedos para que la cama no chirríe o que mi cuerpo decida traicionarme para que se escape algún sonido.

"Estas a salvo, al menos por ahora" me digo mentalmente soltando un suspiro despacio y cerrando los ojos.

No se en que momento logré dormirme, pero el sol entra por la gran ventana que hay frente a la cama. Las vistas son impresionantes. A lo lejos puedo ver montañas nevadas, y rodeando la casa un bosque espeso, antiguo y lleno de follaje. Es precioso aunque esa no sea su finalidad, su función es ocultar lo que aquí ocurre. Los enemigos, las drogas, las voces, los disparos, y eso lo convierte en aterrador.

- ¿¡Qué cojones te acabo de decir!? - grita mi marido al teléfono.

Cierro los ojos por inercia. Si piensa que estoy dormida, no pagará su enfado conmigo. Si piensa que no existo, con suerte, dejaré de existir.

- ¡No hay segundas oportunidades! No quiero volver a verlo - Gruñe en un tono bajo amenazador.

Todos en esta casa sabemos lo que eso significa. Alexander quiere que algún infeliz se vaya al otro mundo. Ojalá alguna vez lo hiciera conmigo. Sería misericordioso decidir dejar de golpearme y de amenazarme con hacer daño a nuestra hija. Solo tiene dos años, pero eso no le impide que su frío corazón me grite barbaridades como lo que le hará si no soy obediente.

Lo odio. Lo odio con todas mis fuerzas, con cada fibra de mi ser, pero no puedo hacer nada. No puedo huir, no me puedo esconder. Ni siquiera puedo terminar con mi vida, porque eso dejaría a mi niña sola con el monstruo.

- ¿Necesitas ayuda para levantarte? - Dice acercándose a la cama. Otra amenaza velada.

Abro los ojos y salto de la cama.

- Bueno días, cariño. Voy a vestirme - Susurro con una voz dulce que esta muy lejos de ser lo que realmente siento.

Su mirada no se aparta de mí mientras me observa escoger la ropa y esconderme en el baño, porque eso es exactamente lo que hago, esconderme de él.

- Date prisa, Iris - dice a través de la puerta.

Puede que solo sea un comentario, pero para mi, todo lo que él dice suena a amenaza. Así que eso hago, me doy prisa.

Miro mi reflejo en el espejo. Mis ojos grises, sin vida, solo son un reflejo de mi alma, también muerta. Paso el cepillo por el pelo, un rubio casi plateado. Tal vez me odia porque soy rara. Veo otras mujeres con su pelo negro, castaño o ese rubio brillante que es capaz de cegarte. Y aquí estoy yo, sintiéndome las cosa más fea y pequeña.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora