Capítulo 2

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Iris

Me  desperté una vez más con el sonido del reloj de la cocina marcando las seis de la mañana. La luz del sol apenas se filtraba a través de las cortinas, pero yo ya sabía que el día no traería nada bueno, nunca lo hacía.

Alexander había estado más distante que nunca, y las noches se habían convertido en un campo de batalla silencioso, donde las palabras se convertían en cuchillos y las miradas en cadenas.

Mientras preparaba el desayuno, mis manos temblaban ligeramente. Tenemos servicio, pero por algún extraño motivo, él quiere que le cocine. Sabía que cualquier error podría desatar la ira de Alexander. Él tenía una forma de hacer que todo pareciera mi culpa, como si cada lágrima que derramaba fuera un reflejo de mi propia debilidad, como si me mereciera todo el dolor y el sufrimiento. Pero en el fondo, yo sentía que había algo más en su comportamiento, algo que no podía identificar.

Las paredes de mi casa estaban llenas de ecos de risas que alguna vez fueron felices, o al menos eso era lo que me explicó cuando desperté en el hospital hace ya una eternidad, pero ahora solo resonaban con los gritos y las promesas rotas.

Yo no tenía idea de los secretos oscuros que Alexander guardaba, de su vida en el mundo del crimen y de las decisiones que tomaba en la penumbra. Para mi, él era solo mi esposo, un hombre que me amaba, o al menos eso quería creer entre golpe y golpe. Sin embargo, había momentos en que la mirada de Alexander se tornaba fría y distante, como si estuviera atrapado en un lugar al que  no podía acceder. Me miraba mientras hacía cosas, con un odio infinito reflejado en el verde de sus ojos. A menudo me preguntaba qué pasaba por su mente, pero el miedo a descubrir la verdad me mantenía en silencio. La idea de que mi vida pudiera estar construida sobre mentiras me aterraba.

- ¿Qué pasa? - Susurré con un hilo de voz, presa del pánico.

Mi marido no solía perder los papeles. Él podía golpearte, humillarte, amenazarte, pero jamás perdía la compostura.

En este momento, mientras me preparaba para acostarme, abrió de golpe la puerta de mi habitación, se puso delante de mi en dos grandes zancadas y agarrándome del brazo comenzó a arrastrarme fuera.

Mi corazón golpeaba mi pecho de forma desbocada. Le seguía los pasos como podía, tropezando con mis propios pies.

"Algo anda muy mal"

Me empujó hacia un armario oscuro y estrecho, el que siempre usaba cuando no quería verme, no le bastaba con encerrarme en mi habitación, le gustaba tenerme aquí, sin espacio, sin luz, sin oxígeno. Ahogandome poco a poco.

Cerró la puerta con un golpe que resonó en mi pecho. Sentí cómo la oscuridad me envolvía, el aire se volvía pesado y la claustrofobia comenzaba a apoderarse de mi.

“Debería haberte matado”, había dicho él, con su voz fría como el acero.

Antes de que pudiera hacer cualquier movimiento un disparó sonó, seguidos de muchos más.

Contuve la respiración, con la vista fija en lo que creía que era la puerta. Mi mente solo pensaba en mi hija, en Emma y en el miedo que tendría.

-¡Déjame salir! - grité golpeado la madera sin conseguir moverla ni un centímetro - ¡Déjame salir! - volví a gritar.

Jamás se me habría ocurrido enfrentarme a él. Gritar o golpear algo de la casa podría desatar su ira más de lo que lo hacía normalmente, pero cuando estaba en juego mi hija, no había miedo que me paralizara.

Seguí golpeando la puerta, con las manos, con el hombro mientras gritaba una y otra vez. De fondo se escuchaban los disparos, las voces, los lamentos.

De pronto la luz me dió de lleno en la cara. Un hombre con un pasamontañas y una pistola estaba parado frente a mi.

Los enemigos de mi marido nos habían encontrado. En una fracción de segundo tomé la decidion; si este iba a ser nuestro final, moriría con mi hija en brazos, con la madre a la que pocas veces le permitían ver.

Sin pensarlo me tiré sobre el hombre y lo empujé. Él no se lo esperaba y los pocos segundos que tardó en recomponerse yo ya corría escaleras arriba en busca de mi hija. El extraño corría detrás mi, pero no disparaba, era extraño, pero lo agradecí.

" Solo quiero verla una última vez"
"Una última vez, por favor"

Llegué a la puerta de Emma, la abrí de golpe y corrí dentro.

-¿Emma? - Pregunté con el corazón en un puño, me costaba respirar, pero no quería asustar más a mi pequeña - ¿cariño?

Me tiré al suelo. Ahí estaba, debajo de la cama. Lloraba mientras se tapaba los oídos.

- Mamaaa - grito al verme.

Me arrastré debajo hasta que la alcancé, tiré de ella y la acerqué a mi pecho.

- Mama esta aquí, tranquila mi vida, mama esta aquí - la mecía y la abrazaba fuerte. Tal vez a mi me hacia más falta que a ella.

Al levantar la vista, el hombre que me había perseguido estaba parado dentro, con nosotras, mirándonos. Su arma no nos apuntaba, tenía el brazo bajado, solo observando.

- Por favor, es solo una niña, no le hagas daño - Supliqué.

Puede matarme a mi, no me importa, total ya llevo muerta mucho tiempo, pero no a ella. No a ella...

Él hombre ni siquiera me contestó, cerró la puerta tranquilamente y comenzó a quitarse la capucha.

Era joven y guapo ¿por qué todos los hombres guapos se convertían en criminales? Nos observaba en silencio y yo cada vez me ponía más nerviosa.

- P... Por favor - Volví a repetir.

Él extraño se acercó a mi con una mirada dura.  Su expresión había cambiado, ahora se parecía más a la de mi marido. Ese odio, ese asco que podía sentír cuando me miraba, ahora podía verlo en las facciones del hombre que se acercaba.

- Agarra a tu hija y estate quieta si no quieres que te haga daño - gruñó agachándose a mi lado.

Una orden clara. Después de tanto tiempo siendo golpeada y humillada aprendes a seguir las órdenes ciegamente, a no preguntar ni cuestionar.

Me puso una bolsa negra en la cabeza y me agarró del brazo. Yo abrazaba a mi hija más fuerte de lo que nunca había hecho, ella escondió su cabecita en mi pecho y yo la intentaba proteger con lo poco que tenía.

Él hombre me guiaba por la casa. Caminaba decidido, pero no me hacía daño, no me empujaba ni me insultaba, supongo que eso es algo. Aunque es muy triste que tu mayor alegría sea que la persona que te está capturando te trate bien.

Pocos minutos después pude sentir el frío de la noche. Estábamos fuera. Ya casi no se escuchaba ningún disparo, alguno perdido, pero lo que fuera que querían, ya lo tenían.

¿Habrán matado a Alexander? Me horroricé cuando sentí tranquilidad al pensar que podría estar muerto. Sin duda, eso sería lo mejor que nos podría pasar a Emma y a mi.

Poder empezar una nueva vida si en algún momento estos hombres nos dejan libres.

No se el tiempo que pasamos en el coche, pero no dije ni una palabra, solo intentaba controlar mi miedo y mi respiración.

Emma se había dormido por fin, pero incluso cuando lloraba o se revolvía en mis brazos, nadie me golpeó, ni le gritó a ella como hacía Alexander.

Me bajaron del coche después de lo que me pareció una eternidad. Podía sentir alguien frente a mi, pero no estaba segura hasta que una mano tiró de la bolsa de tela de mi cabeza y pude verle por fin.

Parpadee varias veces hasta que pude enfocar la vista.

" Este es el hombre que mi marido había tenido atado en la nave"

- Buenas noches - me regaló una media sonrisa que me dió escalofríos.

Su mirada, eso es lo que realmente me asustó. Odio puro igual que Alexander. Puede que solo haya cambiado una cárcel por otra, que los golpes hayan cambiado de dueño, pero en el fondo de mi alma sabía que mi tormento solo acababa de empezar.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora