Capítulo 9

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Iris

Desperté de un sueño profundo, como si hubiera estado nadando en las profundidades del océano. Mis ojos se abrieron lentamente, y la luz blanca que iluminaba la habitación me hirió como un puñal. La sensación de dolor era inmediata y punzante, recorriendo cada fibra de mi ser. Al intentar moverme, una oleada de malestar me hizo recordar la pesadilla que había vivido.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ligero movimiento a mi lado. Con esfuerzo, giré la cabeza y allí estaba Azer, sentado en una silla, con su expresión serena y preocupada al mismo tiempo. Su cabello oscuro caía desordenadamente sobre su frente, y sus ojos.

- Estás despierta - Afirmó acercándose a la cama.

La dulzura que me había parecido vislumbrar, desapareció por completo sustituida por una máscara seria y temible haciéndome sospechar que me la había imaginado.

Desvíe la mirada, la habitación de hospital era igual que todas las anteriores, igual de fría, de impersonal.

Odio estar aquí.

- ¿Cuándo podemos irnos? - pregunto armándome de valor.

Azer levanta el pie para acercarse más a la cama, y en el último momento se arrepiente y lo vuelve a dejar donde estaba. Juego con los dedos esperando la respuesta, nerviosa.

Con Alexander cualquier pregunta que no le gustaba desencadenaba una reacción violenta, ahora me cuesta muchísimo decir lo que pienso.

- Estamos en la casa. La parte baja la convertimos en un pequeño hospital - explica con una intensa mirada sobre mi - supongo que te pueden tratar igual en tu habitación.

No sabía que retenía el aire hasta que lo suelto de golpe, aliviada por no tener que estar aquí por más tiempo.

- Gracias.

Decir que esto es un pequeño hospital es quedarse corto. Hay médicos, enfermeros, cirujanos. Todo huele a alcohol y a desinfectante. Las típicas luces de hospital brillan por todas partes. Todo blanco e impersonal.

Unas horas después estoy sentada en una silla de ruedas, tapada con una gruesa manta que me provoca escalofríos. El enfermero se para frente a la puerta del ascensor, y yo no se que hacer o decir para que no me ogliguen a subirme.

Los castigos de mi marido encerrada en espacios pequeños y oscuros provocaron que cada vez que entro en uno, me invada el pánico, comienzo a sudar y a respirar de forma acelerada.

- Yo creo... Si... Yo... Puedo subir por las escaleras - afirmo intentando ponerme d pie.

Ignoro el dolor que me abraza como si fuera mi mejor amigo. Ese que lleva acompañándome tanto tiempo. La manta cae a los pies, pero la ignoro.

- No puede caminar, señora. El médico ha dicho reposo absoluto.

Lo ignoro y con toda la fuerza de voluntad me pongo de pie, o al menos lo más erguida que puedo con una mano apoyada en mi estómago, intentando calmar la molestia.

Azer está a mi lado en un segundo y me agarra del brazo. Agacho la cabeza  pensando que me va a golpear. Mi corazón golpea como un caballo al galope y las manos me tiemblan.

Odio ser tan débil. Odio tener miedo todo el día. Odio como soy.

Una vez más, el golpe no llega. Levanto la mirada avergonzada, pero la rabia reflejada en sus ojos, la mandíbula apretada conteniendo la ira, las venas que comienzan a marcarse en su cuello me asustan más que cualquier puñetazo.

- Lo... Lo siento.

- Yo la llevaré - le dice al enfermero sin apartar la mirada de mi - Tu lleva la silla.

Con cuidado me levanta del suelo. Sus movimientos lentos y suaves no tienen nada que ver con la expresión de su rostro, lleno de ira.

Camina decidido hacia las escaleras como si no pesara nada. Miro al frente intentando evitarlo, pensar en cualquier cosa hasta que lleguemos a mi habitación y esté sola con mi hija y por fin pueda ser yo misma, no esta sombra, un títere sin voz ni voto.

- Nadie va a golpearte en esta casa - dice en un tono bajo, tranquilo y letal.

Vuelvo a observalo. Esta tan cerca de mi rostro que puedo ver las motas parduzcas de sus ojos.

- ¿Por qué? - suelto sin aliento, como una plegaria.

Mi cabeza es un torbellino de preguntas que no me atrevo a decir.

¿Por qué el enemigo de mi marido me trataría bien?

¿Por qué me cuidas?

¿Por qué evitas que tenga miedo?

¿Por qué nadie en esta casa me va a encerrar, a violar o a golpear?

- Porque todos saben que si te tocan los mataré con mis propias manos.

Deja de subir las escaleras y solo nos miramos. Él, queriendo transmitir algo que no entiendo. Yo, con muchas más preguntas que antes.

Suelta un suspiro y comienza a subir otra vez, despacio.

Pienso por un momento en lo que acaba de decir y entonces...

- Si no queréis hacernos daño... ¿Por qué no nos soltais? - se escapa de mis labios la pregunta como el humo de un cigarro, antes de que pueda pensar en mantener la boca cerrada.

- ¿Para volver con él? ¿Con tu marido? - levanta el tono y resuena en las escaleras, la ira se le escapa. Rezuma por todos los poros de su piel.

Niego con la cabeza. Es como si me estuviera contando un chiste. Un chiste tétrico y de mal gusto.

- Para vivir con mi hija tranquila y sin miedo - Admito avergonzada bajando la voz hasta convertirla en un susurro.

Azer respira profundo y acerca mi cuerpo un poco más al suyo.

- No puedo hacer eso, pero puedo darte tranquilidad y paz mientras estés aquí.

Yo no quiero que me de nada. Solo quiero irme con mi hija. Irme lejos, a alguna ciudad donde nadie me conozca, donde estos hombres llenos de sangre y dolor no me encuentren jamás. Pero no soy capaz de decirlo en voz alta, así que bajo la mirada y la fijo en la bata de hospital, ignorándolo hasta que llegamos a mi habitación.

Mi hija está sentada en la cama con la misma mujer mayor. Tiene muchos juguetes y peluches que no había antes y ríe feliz. Ella se está riendo, su dulce voz resuena y nadie la manda callar.

Se me llenan los ojos de lagrimas, trago saliva en un vano intento por contenerlas. Jamás he dejado que mi hija me viera llorar. Nunca he querido que fuera consciente de los monstruos que nos rodeaban.

Tal vez Azer sea el villano que necesitamos ahora mismo. El malo de otros, el monstruos cuya víctima no soy yo.

La mujer coge a mi hija en brazos y despeja la cama. Con cuidado me suelta en ella y no puedo evitar una mueca de dolor, mis músculos protestan y se revelan ante cualquier movimiento.

- Mamaaa - grita Emma señalándome.

- Cuando estés más recuperada - comienza a decir Azer colocándose bien la camisa que he arrugado con mi cuerpo - vas a comenzar a hacer deporte y a entrenar. Te va a venir bien.

¿Deporte? Ni siquiera recuerdo cuando fue la ultima vez que hice algo parecido. Mi trabajo consistía en acompañar a mi marido a todo lo que me ordenaba y a la casa.

No me convence la idea del todo, pero ¿que puedo hacer? ¿Negarme? ¿Revelarme? Jamás sería capaz de hacer algo por el estilo.

Asiento lentamente para que vea que le he escuchado. Mi hija se revuelve en los brazos de la mujer y camina con su paso inseguro hasta la cama. Trepa agarrándose a la colcha y cuando consigue subirse, se tumba a mi lado.

-Mami - repite feliz apretando su pequeño cuerpo con el mío.

- Emma - susurro yo respirando su olor que es el único que me da fuerzas para luchar cada día.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora