Capítulo 6

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Iris

Salimos de la tienda con muchas bolsas, demasiadas. Pero es la primera vez que realmente disfruto. No voy a disfrazarme de muñeca, ni a usar telas que no van conmigo. Me han dejado elegir absolutamente todo y me muero por ponerme alguno de esos conjuntos.

Despertar esta pequeña alegría, esta pizca de esperanza es peligroso, muy peligroso. Yo ya había asumido mi vida, que no era nada, simple basura de la suela de los zapatos de Alexander y vivía acorde a ello, pero siento que tener esta esperanza puede hacer que me hunda más todavía, o que tal vez ya no quiera seguir luchando, si siempre va a ser igual, tal vez no merezca la pena.

Quito los pensamientos negativos de mi cabeza y miro las bolsas. Hay que vivir el momento, el día a día y ahora mismo, soy feliz.

El coche arranca una vez que Kay se pone al volante, gira una esquina y al momento siguiente ha vuelto a frenar. Una furgoneta nos cierra el paso.

Es negra y en el momento se abren la puerta corredera dos hombres armados se bajan de ella.

Me inclino hacia delante y clavo los dedos en el reposa cabezas.

"No puede ser" "No puede ser"

Se acercan a nuestras ventanillas y nos apuntan con sus pistolas.

Mi pecho sube y baja cada vez más rápido, el corazón golpea desbocado y el pánico se apodera de mi. No puedo volver con él, no quiero volver.

"No, no, no, no, no"

Miro a Kay rezando para que haga algo, pero abre la puerta y sale con las manos levantadas. Lo miro como miraría a un perro con tres cabezas. Ni siquiera lo ha intentado. Podría haber acelerado, intentar atropellarlos, sacar su pistola, podría haber hecho algo, cualquier cosa y solo está dejando que nos lleven ¿por qué?

El otro hombre abre mi puerta y tira de mi brazo. Tropiezo con mis propios pies y caigo al suelo, y él aprovecha para ponerme una bolsa negra sobre la cabeza y cargarme sobre su hombro.

Yo también podría haber hecho algo, y sin embargo, cuelgo sobre su hombro como un muñeco sin vida. No puedes pelear contra Alexander y eso lo he aprendido de una manera muy desagradable.

Aprieto los labios intentando ser fuerte, no llorar ni suplicar, pero siento que esta vez es la definitiva. Siento que mi tiempo se acaba y este es el juego final de mi marido. Solo puedo pensar en la carita de mi niña, la que posiblemente no vea y en manos de quien está.

En la furgoneta nadie habla, nadie lucha, nadie súplica. Y yo siempre intento copiar lo que me ayude a sobrevivir un poco más, hasta que siento un pinchazo en el cuello y mis ojos lentamente se cierran.

- Joder - Escucho la voz de un hombre susurrar antes incluso de que pueda abrir los ojos.

Los párpados me pesan, y aun así, hago un esfuerzo sobre humano para intentar abrirlos despacio, para luchar contra el sopor que intenta vencer e para que vuelva a dormirme.

Poco a poco consigo ir enfocando la vista. Kay esta esposado a una tubería al fondo de la habitación, que parece más un sótano abandonado. Yo sentada en una silla con las manos atadas.

No se el tiempo que llevo inconsciente, pero me duelen todos los músculos del cuerpo por permanecer en esta posición demasiado tiempo.

En una habitación oscura y fría, la luz de un neón parpadeante nos ilumina. El rostro tenso de Kay por fin me mira con la mirada llena de desconfianza y resentimiento.

- Por fin despierta la princesa - escupe con odio.

Yo se lo que ocurre y lo que va a pasar porque conozco demasiado bien a la persona que lo ha preparado todo, así que mientras Kay tira de las esposas intentando soltarse, solo puedo mirarlo, con una extraña calma como el soldado que está rodeado y sabe que no tiene nada que hacer.

- No hiciste nada - susurro - ¿por qué?

Él ruido metálico de las esposas dejan de sonar en cuanto hablo. Kay deja de intentar soltarse al escucharme.

- Porque esto no tendría que haber pasado - gruñe enfadado.

No lo entiendo y tampoco pregunto, saber lo que está diciendo no va a cambiar la realidad en la que estamos.

- Si es mi marido estamos muertos, deja de luchar.

Kay inclina ligeramente la cabeza como si no creyera realmente lo que le estoy diciendo.

- Yo seguro que si, tu volverás a tu vida con tu marido.

Habla como si supiera como era mi vida. No tiene ni idea, no sabe el infierno que he vivido. Cuando una persona piensa que la muerte es una liberación, es porque la vida es mucho peor.

- Seguro que si - digo sin ganas y dejo de prestarle atención.

- ¡Deja este papel! No te va nada - grita enfadado.

Suspiro. Estos hombres me hablan como si tuviera que saber algo, no les entiendo, y en otro momento, en otra vida, puede que quisiera saberlo, pero ya me da igual.

- ¿Papel? He vivido con un psicópata que disfrutaba escuchando como rompía mis huesos, asi que perdona si te digo que se de lo que hablo y que no hay nada que podamos hacer para cambiarlo.

La puerta chirría anunciando que alguien viene. Puedo escuchar los pasos resonando mientras baja por las escaleras y aunque quiera evitarlo, no puedo controlar mi ritmo cardíaco ni el miedo que se apodera de mí.

Uno de los hombres de mi marido aparece. Tenía la esperanza de que fuera algún enemigo de Azer, de que no tuviera nada que ver conmigo. Pero ahora todo se desvanece, no hay nada que hacer.

- ¿Despierta? - Dice acercándose a mi.

Es uno de los más cercanos a Alexander, sabe pelear y disparar como nadie pero lo que le da la superioridad es el terror que provoca. Mide más de uno noventa, tiene músculos donde ni siquiera debería haber, barba negra larga y una enorme cicatriz que cruza su cara.

Me gustaría saber quien tuvo el valor para acercarse y poder herirle de esa manera.

- Alexander quiere encargarse personalmente de ti - Sonríe mirando a Kay - pero me ha pedido que te salude de su parte - esta vez me observa fijamente.

Antes de que lo espere me da un puñetazo en la mejilla y salgo volando con la silla, caigo al suelo y parte de la madera de rompe con mi espalda. Me agarra del vestido y me levanta sin ningún esfuerzo para volver a golpearme.

Hay momentos en los que no soy consciente de lo que ocurre. Siento que mi cerebro se ha movido demasiado rápido, mi vista se desenfoca y un terrible pitido se apodera de mi oído.

Creo escuchar a Kay gritando, pero no estoy segura. La silla termina de romperse y coloco mis manos sobre la cabeza para intentar protegerme. Por extraño que parezca cada golpe duele menos que el anterior. Me da una última patada que impacta sobre mi brazo. El crujido viene antes del dolor que siento.

Grito sin poder evitarlo, las lágrimas descienden por mis mejillas y de pronto todo se vuelve negro.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora