Capítulo 7

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Iris

Dolor. Es lo primero que me obliga a despertar. El brazo me pulsa en un dolor constante. Puedo sentir la sangre caliente cayendo por mi frente y por el lateral de mi cara. Me duele absolutamente todo el cuerpo.

La única parte positiva es que el hombre de mi marido parece haberse aburrido y ya no me golpea, así que me quedo tumbada en el suelo, con los ojos cerrados, respirando despacio para no inflar muchos los pulmones y no sentir las punzadas en el pecho que me hace sospechar que me ha roto alguna costilla.

- ¿Iris? - escucho la voz de Kay - despierta - resopla cuando no me muevo y vuelve a luchar contra la esposa que lo mantiene pegado a la tubería.

La puerta vuelve a chirriar y no me muevo absolutamente nada. Si cree que sigo inconsciente dudo que me golpee de nuevo. Es una suerte que no pueda escuchar el ritmo de mi corazón, que no pueda sentir mi pánico.

Escucho sus pasos acercarse cada vez más a mi, se agacha y coloca sus dedos sobre mi muñeca buscándome el pulso. El muy animal piensa que puedo estar muerta. Eso sería un regalo para mí, pero al parecer la vida no tiene pensado darme un respiro.

Sigo quieta cuando noto sus dedos ásperos sobre mi piel, dejo la mano muerta, sin hacer ni un mínimo movimiento.

"Por favor, vete"

- Es dura eh - bromea - la muy zorra sigue viva.

Vuelvo a escuchar las cadenas sonando violentamente.

- ¡Déjala hijo de puta! - grita - ¡no la toques!

Suelta mi mano sin miramiento, y dejo que caiga como un peso muerto sobre el suelo. El brazo que seguramente está roto me manda un latigazo hasta el hombro. Ahogo un grito y aprieto los dientes.

"No llames su atención, imbécil" " no lo cabrees"

Siendo más valiente de los que jamás he sido, abro poco a poco un ojo y veo como se acerca a Kay, dándome la espalda.

- ¿Tienes celos? ¿Quieres que te haga caso a ti támbién? - en cuanto termina de hablar le da un puñetazo con todas sus fuerzas.

Kay gira la cabeza, pero ni se inmuta. Un hilo de sangre le sale del labio, y aun así, le sonríe como si fuera superior a él, como si no estuviera atado a una tubería y no pudiera hacer nada. Este hombre está loco y su instinto de supervivencia roza el cero.

- No tienes cojones de pelear como un hombre, cobarde - levanta las manos para enseñarle las esposas - Suéltame y veremos lo que me duras.

Lo agarra del pelo y le estampa la cabeza contra la pared. Kay desenfoca la vista durante un instante, parpadea repetidas veces. Se lo que se siente cuando te golpean la cabeza y lo aturdido que te quedas.

Despacio, intentando no hacer ningún ruido, me muevo. Los movimientos son muy lentos, por si me escucha poder hacerle creer que sigo inconsciente, aunque no se me escapa la mirada que me lanza Kay, y el leve asentimiento que me hace, animándome a escapar.

Si logro llegar a la escaleras puedo salir corriendo, o intentarlo si mis huesos y los músculos me dan un poco de tregua.

- Vaya nenaza - le insulta escupiendo a su lado la sangre que se le ha acumulado en la boca - ¿Esto es lo mejor que puedes hacer?

Está cabreándolo. Quiere que pierda los papeles, pero ¿por qué? Debería quedarse callado y al final él se irá.

Él hombre grita perdiendo los nervios. Pega su frente a la de Kay temblando de ira.

- ¡Te voy a matar! - gruñe sin ningún control sobre si mismo.

Empieza con un puñetazo en el estómago, después otro, y otro, y otro.

Por fin he conseguido levantarme sin hacer ningún ruido. Está tan concentrado en Kay que no me presta ninguna atención mientras no para de golpearle. Me acerco a las escaleras para salir corriendo en cuanto esté un poco más cerca.

Lo veo siendo golpeado y me veo a mi. Sangrando, sin poder defenderte. Ojalá alguien hubiera peleado por mi, ojalá cualquier persona de entre todos los testigos que había en casa de Alexander hubiera dado un paso para pararlo todo.

Y este es el momento de inflexión de mi vida. Si tengo que morir, si mi vida se va a reducir a esto, prefiero hacerlo intentando ayudar a otra persona como yo.

Vuelvo sobre mis pasos y cojo un palo de madera de los que se rompieron de la silla, el más afilado, el que tiene una punta que pueda a hacer algo de daño. Me acerco por detrás, respiro profundo porque se que estos son los últimos momentos de mi vida. No voy a matar a nadie clavándole un palo, pero tal vez pueda quitarle la llave y hacer que Kay se libere.

Antes de poder pensar nada, de poder arrepentirme y que la cobardía vuelva a dominarme, levanto el palo y se lo clavo en el lateral justo cuando levanta los brazos de nuevo para golpearle la cabeza.

La sorpresa lo paraliza y cae al suelo. Estiro el brazo bueno y rebusco en su bolsillo buscando la llave, hay varias sueltas. Se las tiro a Kay a los pies para que las pruebe justo cuando me agarra de los pelos y me arrastra.

- ¡Que valiente se ha vuelto la puta del jefe - grita tirándome contra el suelo.

Se sienta a horcajadas encima de mi y coloca sus manos sobre mi cuello apretando. El flujo de aire se corta al instante. Le golpeo con el único brazo que no me duele, pataleo intentando llenar los pulmones de oxígeno, la lágrimas caen sin que pueda controlarlas y la presión que siento en la cabeza amenaza con hacer que pierda el conocimiento.

Cuando creo que todo está perdido, Kay lo agarra del cuello y lo aleja de mi. Comienzo a toser de forma incontrolada, no puedo evitar las arcadas que me invaden.

- Te dije que eras una nenaza - gruñe estrangulándolo.

Al momento siguiente escucho un crujido y la cabeza del hombre cae sin vida sobre uno de sus hombros. Ahora si que no puedo controlarme más y vomito.

Kay lo tira al suelo, no le importa lo que acaba de hacer, y corre a mi lado. Se agacha sin atreverse a tocarme. Debo tener peor pinta de la que creía.

- Tenemos que salir de aquí.

Me quedo donde estoy, mirando mi mano ensangrentada, el vómito, el hombre tirado en el suelo. Estoy tan casada, tan cansada de todo esto...

- Vete - es lo único que se me ocurre decir. No tengo fuerzas para seguir peleando. Ni siquiera puedo mirarle a él, solo mi mano llena de la sangre del hombre.

Kay se agacha a mi lado y suspira.

- Vamos a salir los dos - usa un tono tan tranquilo, tan dulce, como hace años que nadie usaba, que mi mirada se desvía a él.

Mis ojos se llenan de lágrimas, me tiembla la barbilla.

No quiero llorar, eso me hace débil, pero parpadeo y siento las lágrimas descender por mis mejillas, cálidas y saladas. Kay coloca sus manos sobre mi cara para darme ánimos.

- Estás bien, estamos bien.

Fuera de la casa se escucha el chirríante ruido de coches que van a demasiada velocidad y que ahora frenan. Puedo oír puerta abiertas a patadas y un montón de hombres que van bajando las escaleras con Azer al frente.

Tiene el pelo revuelto y respira como un toro desbocado. Se planta al final de las escaleras, mira al hombre muerto, después a su hermano y finalmente a mi. Se acerca despacio y se agacha a mi lado. No puedo apartar los ojos de él. La misma mirada que Kay, pena, impotencia, desesperación. Una montaña rusa de emociones.

- Vámonos a casa - puedo ver como le brillan los ojos conteniendo la emoción. Pasa su brazo por debajo de mis piernas, me sujeta la espalda y me levanta sin ningún esfuerzo.

Suspiro aguantando el dolor que llena todo mi cuerpo. Apoyo la cabeza sobre su hombro y cierro los ojos.

Hemos salido de aquí, pero sigo tan cansada...

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora