𝟏𝟒.

6 0 0
                                    


A mi alrededor siempre hay silencio, he crecido en él.

El vacío, para mi es sinónimo de silencio.

El silencio se transforma en vacío y este, te engulle en silencio. Como si te zambulleras en la nada. No hay ruido, nada hace ruido. Como un corazón sin sentimientos y un cerebro sin pensamientos. ¿Dónde quedan los pedazos de tu alma? En la nada. Frívola. En afonía.

Cerré los ojos, negro. También es sinónimo del silencio, todo está oscuro. Inexistente. Solo, sientes frío. Como cuando resbalas de un acantilado y caes en picado hasta aplastarte el cráneo contra las rocas puntiagudas, duras y heladas por la marea. Como cuando oyes el sonido sordo de la flecha del astuto cazador, atravesando el corazón endeble del animal. Como si dos manos heladas se cerraran alrededor de tu garganta, apretando con una fuerza que ahoga el grito en tu pecho y te deja atrapada en un abismo de desesperación, sin aire y sin salida. Sin vida.

Después, llega el silencio.

No me gusta, me asusta.

Me silba en cada ráfaga de viento, me persigue como un ser sobrenatural, navegando en la oscuridad. Una amenaza silenciosa, susurrándome que la muerte está ahí, inminente, reprochando mi alma.

La policía del pueblo y la ambulancia, ya se habían marchado hacía bastante rato, todo estaba despejado. A su vez, el aire se había vuelto denso, corrompido.

Llevamos más de media hora en la sala, y la tensión podría cortarse con un hacha, esa que siempre imagino que acabará conmigo en cuanto gire la esquina de algún callejón oscuro, encontrándome con la persona que más quiero mantener alejada de mí. Capucha negra. Ese maldito, estaba segura de que toda esta obra maniaca, fue producto de sus ansias de maldad y su deseo de hacer daño. La seguridad en mi razonamiento, me encogió los dedos de los pies y mi labio inferior tembló. ¿Pero por qué a la sirvienta? ¿Qué ganaba con esto? ¿Poder? ¿Respeto? ¿Infligir miedo?

Observé la mosca negra y gorda reposando en la mesa del comedor, mientras todos los miembros de mi familia estamos sentados a su alrededor, más tensos que una cuerda a punto de romperse. Sus alas zumbantes rompen el insípido silencio, trayendo consigo un sonido irritante que se siente como un eco en el aire cargado de tensión.

–¿Qué fue...lo que paso? – Me lancé a formular, mi voz tembló entre el miedo y una curiosidad inquebrantable.

Tres pares de ojos me observaban, casi al unísono, parpadeantes y atentos. Parecía que habían salido de una película de terror y se estaban dando cuenta de que lo que predicaba en la realidad, era aún más aterrador. No sabía que sentir en este momento; la culpa, la rabia y la comprensión brotaban y luchaban en mi corazón, como si cada emoción intentara florecer desde su propio árbol, esperando ver cuál emergía en mi rostro pálido.

La mirada preocupante de papá colapso en incertidumbre cuando chocó con mis ojos negros, expectantes de una respuesta. Sus cuerdas vocales no emitieron ninguna sílaba, solo se mantuvo negando en mi dirección. Su vista, ahora triste y llena de pánico, pasó a una pequeña niña de tirabuzones rubios y vestido azul. Parecía una de esas muñequitas de porcelana, creadas en la antigüedad.

Al ver esta imagen, el corazón se me estrujo de pena y culpa. Él no quería decir nada delante de ella, lo cual es de esperar, no debería haber vivido una escena tan cruel a tan corta edad. No tendría que haber visto nada.

Me es imposible no compararla con la pequeña Brielle de años atrás. ¿Qué habrá sentido ella cuando el fuego se apoderó de su frágil cuerpo? ¿Acaso alguien intentó ayudarla en ese momento? ¿Partió con la desgarradora sensación de haber sido abandonada a las puertas de la muerte? No puedo imaginarme si a ese desconocido le hubiera pasado por la mente repetir la misma tortuosa historia con mi hermana. La piel se me erizó y mi corazón gritó en protesta.

El caso de Brielle BakerWhere stories live. Discover now