𝟏𝟑

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Nunca pensé en el día de mi muerte.

Quiero decir, no piensas en el día de tu muerte hasta que la tienes justo en frente de tus narices. Porque, ¿Quién piensa de hoy en día, en la llegada de la muerte? Nadie, al menos no lo suficiente, a todos nos da miedo la muerte y quién diga lo contrario, esta mintiendo. Es más fácil evadirla de nuestra mente, para poder vivir plenamente.

Nos da pavor pensar en ella, nos provoca terror saber cuál y cómo será el final de nuestra miserable existencia en este mundo.

Nunca os habéis preguntado, ¿Por qué nacemos, si vamos a morir? ¿Qué propósito tiene nuestra existencia en el planeta tierra?

He sobrevivido, dieciséis años de vida, ¿este era mi final? ¿Ya estoy en el camino de la muerte? He nacido, para ser el saco de boxeo de los demás, sin experimentar ningún buen momento en la vida, sin ningún recuerdo bonito que poder rememorar en mis últimos minutos y para acabar de esta manera, que patética. Quizás, ese era el destino de una persona normal, revivir recuerdos y vivencias normales en su lecho de muerte.

Sin embargo, yo no soy una persona que se considere corriente.

La vida es patética. Mi vida, lo es.

¿Alguien irá a mi entierro? ¿Irán a visitarme en mi lápida? ¿Fui lo suficiente buena persona como para que me recuerden? ¿Me llevaran flores?

Son las típicas preguntas, que se haría una persona cualquiera.

¿Yo? Jamás, había pensado en los posibles escenarios de mi muerte, hasta ahora. Y lo único que no puedo evitar cuestionarme, es, ¿Habrá rociado antes el servicio, con gasolina? ¿Productos inflamables? ¿Me torturará antes de incendiarme viva? ¿Ahora mismo, estaré recordándole a su hermana?

El demonio de ojos grises, vino a arrastrarme a su infierno de humo gris y fuego ardiente.

Tragué saliva, la garganta la noté árida, como si hubiese pasado días tirada en mitad de un desierto, sin gota de agua potable. Todo mi cuerpo, lo noté paralizado, no captaba la sangre circular por las venas, es como si estuviera seca, derretida en cenizas.

–¿Tú también quieres acabar quemada, Briana? – volvió a reformular la pregunta.

Negué repetidamente, mientras acurrucaba la espalda en la pared, estaba helada. Me deslicé, con lentitud hasta llegar al suelo de loza blanca. Pegué las rodillas a mi pecho, abrazándolas con mis dos brazos, la miré cautelosa, esperanzada, de que, en últimos momentos, retractara todo esto como una puta locura y me consintiera la vida.

Comenzó a reír. Si, comenzó a reírse a boca jarro en toda mi cara. Observé con sorpresa, el giro brutal, dado en sus emociones. ¿Ahora, estaba riéndose de mí?

Hipé.

–Mírate, eres tan patética. – Sacó una cajetilla y prosiguió a encenderse un cigarrillo. –Solo iba a encenderme esta mierda, cancerígena.

Volvió a guardar el mechero, acaparando toda mi atención. Ella volvió a soltar una risita, la miré y aprete más mis rodillas. Ahora mismo, tendría que verme como un cervatillo asustado, perdido en el bosque, acorralado por su cazador con tendencias de prenderlo en fuego para devorarlo. Y eso, en cierta manera, le divertía. De verdad, era patética.

No dejaba de observarme, atentamente, desde al otro lado de la habitación. Subida, al banquillo de madera, adoptando una posición chulesca, mientras echaba el humo por la comisura izquierda de su boca, que se perdía en el aire por la pequeña ventana, abierta. Esta, daba al campo inferior del instituto.

El caso de Brielle BakerWhere stories live. Discover now