𝟐.

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–Bien, niñas. ¿Qué os parece? –preguntó mi padre con cierta ilusión apegando a mi madre por la cintura.

Los dos sonreían alegremente esperando nuestra respuesta. Una respuesta buena, real y llena de entusiasmo.

De imagen, de familia perfecta.

Una barbaridad, me parece. Sin embargo...

–Es...perfecta. – Comenté simplemente.

–¡Y muy bonita! Es súper gigante, me siento como una princesa de cuento. –Suspiró mi hermana pequeña, embobada, girando sobre sí misma.

Asintieron satisfechos, de repente y a todos nos sobresaltó el tono de llamada de un teléfono móvil. Mi madre se disculpó y alejo para atender a ese desconocido/a.

–Bien, mientras vuestra madre atiende, vamos adelantando nosotros –dijo observándola con curiosidad.

Gesticulaba de una manera un poco alterada, pero no le di mucha importancia y seguí a los demás miembros de mi familia.

La gran verja de hierro negra, se abrió por completo dándonos la bienvenida a nuestro nuevo hogar. De la casa, salieron varios hombres refinados embutidos en traje para lo que supongo recoger nuestras maletas y demás cosas personales.

Ensimismada, analicé toda la mansión de cerca que se veía mucho más grande, acompañada de un jardín con la típica fuente tallada en él. Miré a los ojos de aquella gárgola tallada en piedra, una corriente de pánico atravesó mi espina dorsal. No me gustaban los ojos de esa gárgola. Transmitían algo extraño. ¿Pero quién demonios mandó a tallar eso aquí?

Elizabeth, correteaba todo el jardín, sonreí por qué me gustaba verla feliz y que una de las dos estuviese verdaderamente disfrutando de todo esto.

–Antes de tiempo, mande a unos cuantos diseñadores para que amoldaran la casa a nuestro gusto.

Dirás al vuestro, padre.

Seguimos el tour dentro de casa, y como dije todo está perfectamente bañado en lujo, oro blanco y piedra negra. Cuadros de arte abstracto al gusto de mamá, por supuesto.

Es fanática al arte. Cada rincón sembrado de grandes muebles, valijas con demasiado valor y por supuesto que no falte la lámpara araña de diamantes.

Absurdo, pero buen gusto.

Ya casi nada me impresionaba, estaba lo bastante acostumbrada a sus extravagantes decoraciones. Solo quería subir a mi habitación y descansar del largo día.

Mamá se acercaba, lo sabía por su chasquido contra la loza de sus finos tacones de aguja y su olor característico de perfume, Chanel.

–¿Todo bien, cariño?

–Fenomenal – respondió con una sonrisa. – Niñas, vamos quiero enseñaros vuestra habitación.

Subíamos la escalera cuando sentí una mirada arrolladora apuñalando mi espalda. Giré con rapidez, pero...no había nadie. Suspiré de alivio, pobre de mí subconsciente que piensa que me van a matar a todas horas.

Después de largos pasillos y varias habitaciones, papá se desvió con Elizabeth hacia su dormitorio, mientras yo entraba al mío con mi madre pisándome los talones.

Una habitación de 32 m2, completamente blanca, cama matrimonial y con cuarto de baño propio, más la decoración...debo de admitir que me sorprendió bastante, creía que mi madre no me conocía lo suficiente y os preguntaréis ¿Cómo no te va a conocer tu propia madre? Es la sensación que me provocaba cada vez que intentaba analizarla en lo más profundo de sus ojos. 

El caso de Brielle BakerWhere stories live. Discover now