𝟖.

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Mía y yo íbamos agarradas de la mano en los asientos traseros. Por orden estricta de mi querido padre, Ezra nos acercaría a la fiesta. Situación que nos venía de lujo, ya que no pensamos antes en las consecuencias de quién nos acercaría a la fiesta. Antes de tiempo, mi padre ya había tomado la solución por mí. Esta vez, no me quejaría por haber pasado por alto, lo que yo quería primeramente.

No, cuando nos viene de perlas.

–Vaya cuerpecito que te hace el vestido, nena. Mi hermano te va a querer meter, hasta de lo que no tiene.

–¡MÍA!

Ezra, comenzó a toser gravemente y nos hecho una mirada de asombro por el retrovisor, apostaría que sus mejillas estarían más abochornadas que las mías propias. Dios mío, que vergüenza, ¿Y si se lo cuenta a mis padres?

–¡Lo siento, lo siento señor Ezra! – exclamó cohibida, la rojez en Mía acaparaba todo su perfecto y atiborrado maquillaje. – no quise decir eso, solo que a veces se me va un poquito... la pinza. –soltó una risita con pudor.

–Demasiado, diría yo. – apunté molesta. – como a Ezra se le ocurra contarlo me vas a meter en un grave problema con mis padres, les ha faltado prohibirme respirar. – le susurré al oído para que solo nosotras fuésemos testigos.

–Lo siento, de verdad, ha sido una imprudencia. – murmuró apenada, dándome un apretón de manos.

Negué con la cabeza dándolo por perdido, y me concentré en el cristal de mi derecha. La culpabilidad ganó a mi corazón, no quería arruinar la noche ni que Mía tomara algún tipo de molestia, contra mí. Pero ese comentario, en estos momentos estuvo fuera de lugar.

–Tened cuidado, señoritas y no bebáis mucho, dentro de tres horas vendré por vosotras.

Asentimos en respuesta, yo miré la hora en mi teléfono. Son las doce en punto y solo me habían dado tres horas de respiro, esto comenzaba a parecerse a un inhalador. El me daba oxígeno y mis padres me lo exprimían.

–¿Estás segura de volverte conmigo? – le pregunté insegura, no quería que por mi tajante horario se perdiese toda la fiesta.

– Sí, mi papá me dio como mucho tres horas también, así que, amiga tenemos el tiempo limitado.

Asentí conforme y me dediqué a mirarla de arriba abajo, Mía también estaba preciosa. Llevaba puesto un vestido pegado de color rojo a juego con mis labios, unas botas blancas bajitas y el pelo corto recogido en un tirante moñito. Su rostro estaba perfectamente maquillado, fundido en sombras claras y un perfecto delineado, vaya.

– Ese vestido te hace un tremendo culo ¡estás preciosa! – choqué juguetona hombro con hombro y ella sonrío coqueta.

–Lo sé, hoy estamos tremendas. Anda vamos y no perdamos más el tiempo como pasmarotes en la entrada.

Comenzamos a caminar hacia ella, y sonreí un poco apenada, ojalá yo tuviese la misma gran capacidad de Mía, para ser tan segura de sí misma y verse todos los días bonita. Aunque la alegría abundó mi corazón, he encontrado una amiga que no me es tóxica ni me avergüenza con comentarios horrorosos sobre mi cuerpo. Si no, todo lo contrario, me sube mucho más la autoestima y confianza en mí misma. Y chicas, una amiga así es un lujo, en mundo tan lleno de envidia, toxicidad y corazones negros.

Os aconsejo que, si tenéis alguna amiga por ese estilo, huyáis cuanto antes, que nunca dejéis de ser vosotras mismas y que améis cada pedacito de vuestro cuerpo que es perfecto en todas las medidas correctas, y que nadie os diga jamás lo contrario.

Al entrar, el aire apestaba alcohol, suprimí las ganas de taparme la nariz y echar la pota. Una mezcla de olor a tabaco y sudor, quedaba suspendido en el aire mediante pequeñas gotitas. La rubia me agarró con fuerza de la mano, empujando todo aquél presente en nuestro camino, nos acercamos a una especie de barrita pequeña, con todo tipo de alcohol. Anda que no se lo ha montado bien.

El caso de Brielle BakerWhere stories live. Discover now