𝟏𝟔.

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𝐀𝐋𝐘𝐒𝐎𝐍

31 de octubre, 2013. La noche de Halloween.

Papá siempre nos contaba una historia de terror antes de salir a pedir caramelos. Se había convertido en una tradición; y toda noche de Halloween de cada año, cumplía sin falta su ceremonia. Nunca faltó a su palabra, a su inquebrantable lealtad. Era algo que me gustaba mucho de papá.

Agazapados debajo de una manta gruesa. Papá, alumbraba su rostro con una pequeña linterna a pilas. Dada las causalidades, siempre se fundía o empezaba a parpadear durante la historia, como si estuviera programada cuidadosamente para una noche como esta.

Sin embargo, papá era muy descuidado y malo en guardar secretos, en un momento de blasfemia en contra de la linterna que no llegaba a apagarse del todo o tintinear. Se reprochaba a sí mismo, su falta de ingenio. Así es, como supimos mi hermana gemela y yo. Nunca se lo dijimos, y la venda inocente e ilusionista de papá, no dejaba entrever que sus pequeñas hijas ya sabían de su pequeño secreto.

Yo siempre sonreía, me hacía gracia e ilusión como papá se esforzaba en meternos miedo para hacernos contener las ganas de salir en la noche de Halloween. Nunca le habían gustado estas noches. Sus palabras eran suaves y sutiles. "Es por vuestra seguridad, corazones. Las noches de Halloween pueden llegar a ser descuidadas." Nunca logró apaciguar nuestra energía y emoción. ¡También era la noche de nuestro cumpleaños!

Una semana antes; un viernes de lluvia. Matilde. La yaya pelirroja y la madre de papá.

Nos tiró de las orejas en un suave tirón y nos sentó con desdén al borde de la cama.

Decía que era hora de acatar órdenes de su hijo. A continuación, relató con voz áspera y vieja por los años, por qué nunca dejó a papá salir la noche de los monstruos. Como ella la llamaba.

La yaya narró con ansias el inquietante caso policial que conmocionó a Estados Unidos la noche de Halloween. Mis oídos se volvieron sordos ante cada detalle mordaz, olvidando en el momento su trémula voz. Lejana. Mis manos comenzaron a sudar, me las amasé en mi pequeña falda escolar que tanto me gustaba. Mi mente se teletransporto al colegio, mis amigos; pensar en un lugar que me hacía sentir segura y protegida.

Puede que así se desvanecieran las escenas imaginarias que ocupaban mi mente. Giraba la cabeza a la izquierda y la silueta de un hombre mayor al que le crujían los huesos del cuerpo se acercaba ante a mí con furia. Hacia la derecha, el rostro nauseabundo y agrietado del hombre me daba la bienvenida con barras de chocolate llenas de cianuro o caramelos de azúcar envenenados.

Cerré los ojos con mucha fuerza. Contuve los hipidos y temblé de ansias por salir de aquí. Me concentré en el sonido de la lluvia golpeando el cristal. La oscura e impaciente voz de la yaya, se metió en mi sentido y los ojos se me llenaron de lágrimas. Ella era mala, pero no conmigo. Y ahora estando Brielle, su comportamiento se volatilizaba, cruel y duro. Sus ojos pequeños y negros la hacían ver más tenebrosa, una mirada que prometía noche de pesadillas y días de llanto.

Analicé con tiento el rostro de mi hermana, que seguro estaba igual de aterrorizada que yo. Al igual que siempre, subestimé su comportamiento. Ella es fascinante. No le temía a nada. Observé con deleite como el perfil de su pequeño rostro se transformaba en placer o brillaba de asombro cuando resonaban palabras como: muerte; Halloween; asesinato; crimen.

La entonación de la yaya, subía más de tono. Más enfurecido. Pues, no estaba consiguiendo lo que quería. No en mi pequeña hermana Brielle que la observaba con malicia en medio de un caos de diversión.

El caso de Brielle BakerWhere stories live. Discover now