04 | No la llames asi.

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Narra Robby

El sonido seco de mis golpes contra el saco de boxeo retumba en el patio interior de la casa, una sinfonía que ya se ha vuelto parte de mis días. Cada impacto envía una pequeña vibración por mis brazos, y puedo sentir el eco de mis propios latidos retumbando en mis oídos. Mis nudillos están rojos, el dolor sordo que recorre mis manos es casi reconfortante. Lo necesito. No es solo el ejercicio físico; es más que eso. Cada golpe, cada movimiento, es una manera de vaciar mi cabeza de todo lo que no puedo controlar.

El sudor me recorre la frente, cae por mis mejillas y empapa mi camiseta. El cansancio se acumula en mis músculos, pero eso no me detiene. No quiero detenerme. Sigo lanzando golpes, perfeccionando cada movimiento, repitiendo una y otra vez, como si al final de ese esfuerzo pudiera encontrar algo de paz. Este es mi escape, la única forma en la que puedo mantener todo en equilibrio, aunque sea por un momento.

Dejo que mis pensamientos se mezclen con el ritmo de mis puños contra el saco. Todo lo demás se desvanece. Por un instante, me permito no pensar en nada. Ni en lo que viene después, ni en lo que pasó antes.

Pero entonces, el ruido de un automóvil entrando en la entrada de la casa me saca de ese trance. Mis brazos se detienen, los puños suspendidos en el aire por un segundo antes de que baje las manos lentamente. Miro hacia la puerta del patio y escucho el motor apagarse. Miro el reloj en la pared, el segundero parece marcar cada instante con más fuerza de lo normal, cada tic resuena como un martillazo en mi mente. "Mierda", susurro para mí mismo, apenas un murmullo. No me he dado cuenta de cuánto tiempo ha pasado. Clark está a punto de llegar y yo aún no me he duchado.

Siento la prisa comenzar a instalarse en mi cuerpo. Camino hacia el banco de madera donde dejé una toalla, me la paso por el rostro con rapidez, intentando secar el sudor que ya ha empapado mi piel. El tejido áspero no hace mucho más que mover el sudor de un lugar a otro, pero es lo mejor que puedo hacer en este momento.

Debería haberme preparado mejor. Siempre pienso que tengo más tiempo, pero el reloj parece avanzar más rápido de lo que quiero. Clark no debería verme así, tan desordenado. Ella merece algo mejor. Un padre que no esté constantemente agotado por tratar de mantener todo junto. Mientras intento limpiar un poco más el sudor de mi cuello, mis pensamientos se llenan de imágenes de ella. Su risa, su cabello ondeando mientras corre hacia mí, esos ojos que siempre parecen iluminarse al verme.

Ese momento en el que, aunque sea por unos segundos, todo se siente bien.

Espero escuchar su risa, esos pasos pequeños corriendo hacia mí... pero en lugar de eso, veo la puerta principal abrirse con fuerza. Mara entra como un torbellino, su cara refleja puro enojo, está histérica. Confundido, dejo caer la toalla sobre mi hombro, frunciendo el ceño mientras escaneo la habitación.

No veo a Clark.

Solo la veo a Mara con el teléfono en su mano, el ceño fruncido y de muy mala cara.

— ¿Dónde está Clark? — Le pregunto, inquieto.

Mara suelta un bufido, sus ojos llameando con furia.

— La estúpida de Tory no la dejó venir. — Escupe las palabras con veneno.

Siento cómo mis músculos se tensan al instante, mi confusión dando paso al enojo. Frunzo el ceño aún más, mis manos apretando los puños.

— No la llames así. — Le advierto, con la voz baja pero firme.

Mara rueda los ojos, sin tomarse en serio mi advertencia.

— ¿En serio? ¿Aún la vas a defender? — Su tono es sarcástico— ¿Incluso cuando te prohíbe ver a tu propia hija?

Me acerco un paso más y le coloco una mano en el hombro, deteniéndola. Mis dedos se cierran con fuerza, pero no demasiado. No quiero lastimarla, pero mi paciencia está colgando de un hilo. La situación me sobrepasa, y lo único que quiero es entender qué demonios está pasando.

So Long Cobra Kai | KeenryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora