05 | Es historia antigua

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Narra Tory

La habitación de Clark está en penumbra, iluminada apenas por la luz cálida de la lámpara de noche. Su cuerpo pequeño se hunde entre las sábanas, pero su rostro está bañado en lágrimas. Me duele verla así, y aunque no sé cómo consolarla, hago lo único que puedo: me siento al borde de su cama y seco sus mejillas húmedas con el pulgar, tratando de borrar su tristeza, al menos por un momento.

Nunca se como consolarla en estas situaciones; yo no tuve padre. No sé cuál es el sentimiento de extrañar a un padre, si tuve madre y llore demasiado cuando ella se fue; pero es diferente un padre. No puedo entender su dolor al estar separados, desde pequeña Astrid fue aferrada a su padre; y la entiendo, es uno de los mejores.

Pero no puedo hacer nada.

Suspiro, agotada. No sé si por el día que he tenido o por el peso de todo lo que llevo acumulando estos años. Sin pensarlo mucho, me recuesto a su lado. No me sorprende cuando Clark se aferra a mí como si fuera su ancla. Sus pequeños brazos rodean mi torso con fuerza, y su carita se esconde contra mi pecho. No dice nada; no necesita hacerlo. Cierra los ojos con fuerza, intentando encontrar consuelo en mi presencia, y yo me quedo quieta, acariciando su cabello para que sienta que estoy aquí, que no la voy a soltar.

Cuando nos mudamos a este apartamento, lo primero que hice fue ponerme a pintar esta habitación. Escogí los colores con cuidado, algo entre lavanda y un blanco suave, porque quería que Clark creciera en un espacio tranquilo, lleno de calma, algo que nunca tuve. Me prometí que no llenaría el lugar con juguetes innecesarios, cosas que terminarían olvidadas en un rincón, acumulando polvo.

Pero esa promesa duró poco. Johnny, el abuelo Johnny, comenzó a enviarle regalos apenas nació. Primero eran cosas pequeñas: un peluche, un rompecabezas. Pero con el tiempo se volvieron más y más frecuentes. Ahora, cada tanto, aparecen cajas en la puerta, llenas de muñecas, carritos, cosas que Clark ni siquiera había pedido.

Y luego estaba Robby. Cada vez que Clark iba a su casa, volvía con algo nuevo: un oso gigante, una bicicleta, incluso un set de pintura que nunca abrió. Nunca le reclamé por eso, nunca le pedí que dejara de hacerlo.

Tal vez porque no hablamos desde hace cinco años.

Acaricio el cabello de Clark, dejando que mi mente vague por recuerdos que intento enterrar. Me pregunto si algún día todo esto dejará de doler, si la ausencia de Robby será solo un vacío silencioso y no este nudo constante que amenaza con ahogarme. Pero por ahora, solo tengo a Astrid, y mientras su respiración se calma, prometo seguir aquí para ella, siempre.

Su rostro es tan pacifico cuando cierra sus pequeños ojos azulados, y me encanta la forma en la que su cabello rubio cae por su frente. Cuando era bebé creí que tendría rulos como los míos, pero al pasar el tiempo su cabello se fue alisando como el de Robby. Acaricie su mejilla con delicadeza, ella se removió alejándose un poco de mi.

Siempre cuando esta triste se aleja, o se aferra a lo más cercano.

Aveces me encanta llamarla Astrid. Hubiera deseado ponerle asi; pero decidi llamarle Clark en honor a mi madre.

Cuando Astrid tenía apenas un año, ya había desarrollado una necesidad de estar cerca de sus padres, de mí y de Robby. No podía dormir sin sentirnos cerca, sin que ambos estuviéramos en la misma habitación. Hubo una época, durante el Sekai Taikai, cuando esa necesidad se intensificó aún más de lo normal. Estaba claro que, para mantenernos unidos, no había otra opción que compartir habitación durante esas semanas. El estrés, la tensión, las competencias... todo eso nos absorbía, pero nada nos unía tanto como esa pequeña que se aferraba a nosotros.

Cuando Astrid tenía apenas un año, ya había desarrollado una necesidad casi física de estar cerca de sus padres. De mí y de Robby. No podía dormir si no sentía nuestra presencia, si no estábamos los dos en la misma habitación, lo más cerca posible. Al principio pensé que era una fase, una de esas que los niños pasan sin mayor trascendencia, pero con el tiempo me di cuenta de que no era algo que fuera a desaparecer. La pequeña quería estar en nuestro espacio, rodeada de la seguridad de su familia, y lo que más le preocupaba era la ausencia de cualquiera de nosotros. A veces era Robby quien tenía que quedarse a su lado mientras yo descansaba, otras veces, era yo quien la calmaba cuando sentía su llanto en medio de la noche, buscando la cercanía de un solo abrazo.

So Long Cobra Kai | KeenryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora