Capitulo 14

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Mientras camino, las imágenes de los momentos compartidos con mi hermano Azaquiel se vienen a mi mente como un torbellino lleno de muchos momentos con él. Su risa, su forma de mirar el mundo, la manera en que siempre encontraba las palabras adecuadas para hablar de la gente sin tapujos. Pero ahora, lo que siempre me ha desagradado de él y su estupideces, ahora es algo que recuerdo con cariño.

El peso de la mochila se siente más pesado que antes, como si llevara sobre mis hombros no solo mis cosas, sino también la carga de la incertidumbre de lo que puede pasar.

No lo pienso negar. Siento mucho miedo de lo que pueda pasar más adelante. Me pregunto si realmente el brazalete es suficiente para protegerme a mi y a ellos. Pero, ¿qué puedo hacer yo, una simple tonta, frente a lo desconocido?

Mis pasos me llevan a un parque cercano, donde me siento en un banco solitario para relajarme antes de que me dé algo por la presión. El aire fresco acaricia mi rostro, pero no logra disipar el miedo, la angustia, y la tristeza que me envuelve. Miro a mi alrededor, observando a las personas que pasan, ajenas a mi dolor. Me gustaría ser como ellos, despreocupada y feliz, pero mi corazón sigue atrapado en un torbellino de emociones sin sentido.

Con cuidado saco de la mochila mi teléfono para revisar si hay mensajes, y quizás si Azaquiel ha escrito algo. Pero la pantalla permanece en silencio, y eso solo aumenta mi ansiedad al no saber nada de mi madre o de mi hermano menor. Cierro los ojos y respiro hondo, tratando de encontrar un poco de tranquilidad con este viejo método pero nada parece calmarme.

-¿Qué haría Azaquiel en mi lugar?-, me pregunto.

Aunque suele ser el ser más pedante que conozco, él siempre ha sido valiente, enfrentando todos los problemas en el que siempre lo meto. Tal vez pensar en "¿Que haría si yo fuera él" me dé algo más de fuerza aunque en estos momentos siento que mi corazón se acelera a gran velocidad como una locomotora loca.

Sabiendo que es inútil tranquilizarme así, me levanto del banco caminando nuevamente rumbo a la parada de buses para por lo menos ser de ayuda para ellos.

Estando dentro de mi mente recapitulando todo lo que ha pasado exhorta de mi realidad y sumida en la tristeza. Algo dentro de mi sabe que está dejando ir algo importante. Aunque no estoy consciente de ello, se que lo tengo en la punta de la lengua, sé que si llegó a conseguir esta pieza del rompecabezas puede que todo empiece a agarrar sentido. Sin embargo, por alguna extraña razón, mi mente parece haberla borrado por completo. Justo en el momento que parece que se me revelará por fin lo que tanto le he dado vuelta, el sonido de la corneta de un carro me saca de mis pensamientos; casi me atropellan por no estar atenta a lo que me rodea.

La angustia me empuja a salir corriendo de allí, dejando atrás la mirada inquisitiva de un vecino que, con su preocupación desmedida, me agarra de la mano en plena carrera y no cesa de interrogarme sobre mi bienestar. Su voz, cargada de una inquietud que me resulta casi insoportable que resuena en mi mente: "¿Estás bien? ¿Te pasa algo?". Esas preguntas, aunque bien intencionadas, solo logran intensificar la sensación de ansiedad que me invade el pecho.

Me doy cuenta por el reflejo de sus ojos de que, en mi rostro, se ha dibujado una expresión que no refleja mi estado habitual, y eso lo ha alertado.

Con el corazón acelerado, me suelto del agarre de mi vecino, que al ser una persona de edad se me hace fácil esto. Me dirijo con prisa hacia la pared del centro comercial, donde se encuentra la parada de autobuses.

Cada paso que doy pareciera un intento desesperado por escapar de la situación, por dejar atrás la preocupación ajena que me envuelve, pero eso no es tan fácil quitarse esta sensación tan fea de encima.

Al llegar, el bullicio del lugar me envuelve, pero no me detengo a observarlo para que mi ansiedad no empeore. En cuanto veo el primer autobús que se aproxima, una oleada de alivio me inunda y la sonrisa dibuja mi rostro. Sin pensarlo dos veces, me acerco y subo a bordo, sintiendo el aire fresco del interior como un refugio temporal.

Pago la tarifa con manos temblorosas, y busco un asiento en la mitad del vehículo, donde la multitud se siente un poco más distante. Me dejo caer en el asiento, sintiendo cómo la tensión en mis hombros comienza a desvanecerse lentamente. A través de la ventana, el paisaje se despliega ante mí, pero mi mente sigue atrapada en la vorágine de pensamientos que me persiguen. La vida sigue su curso, pero yo, en este momento, solo deseo perderme en el trayecto hacia el norte, lejos de las preguntas que me atormentan y de la imagen de mí misma que ya parece que no reconozco al verme en el reflejo del vidrio.

Dudosa de lo que puede haber dentro, examino el contenido de mi bolso para distraer mi mente y una oleada de nostalgia me envuelve al conseguirme con todo tipo de cosas que fueron parte de mi infancia. Recuerdo las veces que Fátima me repetía:

"En la cartera y en el bolso de una mujer siempre debe de tener las cosas más importantes para ella".

Gracias a eso es que siempre tengo mi mochila de "escapadas". El que siempre uso para irme varios días de casa y tener lo necesario para sobrevivir.

Ella solía decirme esto a cada rato, y ahora, al abrirlo, me doy cuenta que esa manía mia, también la tiene ella.

Las botellas de agua me recuerdan la importancia de mantenerme hidratada, especialmente en días calurosos como estos últimos. Las barras de chocolate y los dulces, aunque altos en azúcar, son un recordatorio de que a veces es necesario consentirse y disfrutar de pequeños placeres, además que me ayudaría a aguantar el hambre.

Mi teléfono, siempre presente, es una ventana al mundo, una herramienta que en caso de emergencia, pienso usarlo como de lugar. Los tres libros de conjuro de mi padre, cada uno con su propio color y su propia historia dentro; El libro negro, quizás sea para invocar seres misteriosos, o de lo más fuertes; el celeste, tal vez sea alguna guía ; y el rojo, debe ser el más viejo de todos por el oscuro de sus hojas.

A medida que sigo revisando la mochila, me doy cuenta de que cada cosa puede ser usada tan solo le tengo que sacar un buen uso como el caso de los libros. Es raro. Pero es como un microcosmos de mi vida, al ver cada objeto que me transporta a tiempo mejor hace que poco a poco la ansiedad y la tensión empiece a bajar.

Paso mi mano por el bolso para ver si consigo otra cosa de lo que no me he percatado, pasando mis dedos entre los libros, libretas y demas no logro ver nada que no haya visto antes. Con una sonrisa, cierro el bolso, sintiéndome un poco más segura. Antes de que el cierre llegase hasta el extremo al llamó mi atención. La luz que entra por la ventana iluminó algo de color amarillo haciendo que me cegara por momentos.

Al abrir de un solo golpe la mochila veo que no es anda menos que una carta que sin dudarlo, la saco para ver de que se podría tratar.

Un Cruel Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora