Capitulo 01

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Las gotas de la lluvia caen cada vez con más fuerza. Las nubes vuelan bajo, tan bajo que se están dejándose llevar por las fuertes corriente de aire de la misma tormenta. Estando en el cementerio, puedo obtener la vista a la ciudad que es la más hermosa que se pueda conseguir, sin dejar de ser doloroso para mí estar en este lugar tan místico y deprimente en estos momentos.

Todos los presentes estamos vestidos de negro por el luto de la muerte de mi padre, incluso el sacerdote, pero de él se entiende el porque está así, ya que los jesuitas usan un hábito de este color. Hay muchas personas aquí, los que fueron amigos de mi padre, todos su empleados, gente que lo conocían, amigos de la familia, y casi todo la ciudad está aquí llorándolo; papá era muy querido por todos y más que nunca maltrató a nadie, o por lo menos no con intención, haciéndose unas de las pocas personas más querido por todos aquí, incluso gente ajena a esta ciudad ha venido a despedirse de él por más que nunca llegaron tener un trato personal con papá.

El sacerdote sigue hablando, pero realmente ni me preocupa para nada escuchar lo que dice, con solo ver la escena de mi madre llorando sin consuelo después de hacerle la vida miserable a mi padre, es más que suficiente como para que mis intestino me pidan salir de ahí. Pero Johann... él está aquí, viendo como entierra a mi padre después de pasar tantos buenos tiempos juntos, ¿Cómo dejarlo aquí solo?, ¿Con lo destruido que está? Sería una completa traición hacerle esto a mi amado Johann y más en estos momentos, pero Fátima hace todo esto complicado para mí.

—...Y dale señor el descanso eterno y brille para él la luz eterna...—dice el sacerdote que preside la ceremonia cerrando así su misal para acabar con el rito, no sin antes llamar a unos de los monaguillos para rosear sobre la urna el agua que bendijo.

«Y dale señor el descanso eterno y brille para él la luz eterna» esa frase fue lo suficientemente contundente como para que terminara de romper en risas en pleno entierro. Las personas empezaron a mirarme de mala manera al ver como descaradamente daba esas risotadas y tan fuerte como siempre la suelo dar, ¡pero no es mi culpa! No es mi culpa que ese jesuita se le ocurriese decir esas palabras, y claro, como todos ven en mi padre un beato digno de estar encima de un altar, no digo que su reacción hacia mi sea de esa manera. Pero si supieran quien es él en realidad, ni siquiera se hubiese molestado en venir para acá, al contrario, se estuviesen lamentando dentro de sus hogares sellando las puertas y marcándola para que nadie pásese por la misma; pero como no soy nadie para arruinarle a esta gente su «ceremonia» prefiero que sigan haciendo «un show de lágrimas» antes de perderme lo que se vendrá para esta ciudad.

— ¿Cómo estás tan seguro de ello? ¿Acaso ha pensado en que pueda estar en otro lado fuera del cielo? ¿O es que usted viene de allá «del muuuuy arriba » y puede dar fe de ello, eh? ¿Acaso usted mismo lo ha visto ahí con sus alitas o qué?

Todos quedaron con las bocas abiertas y con los ojos bien abiertos como si estuviesen esperando que algún valiente dijese algo para romper el silencio que hay. Él no dice nada, solo sigue en lo suyo pero ahora en silencio y sin moverse mucho desde donde está, mientras que sus asistentes quedaron completamente nerviosos por la situación en la que los dejé; uno incluso deja caer el agua bendita en un tropiezo que terminó el tropezón por quemar a otros dos con el incienso que cargan los que están detrás. En conclusión, un desastre para ellos y diversión para mí, y para mi querido Johann que reía por lo bajo al verlos tan tanta torpeza por parte de todos. Con solo verlo reír por la incompetencia de los chicos me hizo sentir que ya cumplí con mi trabajo de hacerlo feliz aunque fuese por momento.

Pasa el tiempo inclemente. Pasa una hora, pasan dos. Pasan tres y pasan cuatro; la gente después que se fuese el jesuita se ponen en la labor de dejar unos recaudos encima de la tumba y alrededor de la lapida de mi padre: uno tulipanes, unas piedritas redondas, unas fotos donde aparecía él, unos pequeños homenajes, cartas creadas a manos, posters diciendo que lo extrañarían, carteles gigantes, flores de todos los colores, pequeño gesto de gratitud, y muchos peluches con cartas perfumadas que decían cuanto la gente lo quería... luego de eso, todos los que ayudaron y los invitados marchan en fila hasta la salida del lugar para poder marcharse; unos más quebrados que otros. Johann y yo chequeamos a lo lejos cada una de las cosas que le pusieron a papá para ver que le habían puesto y por supuesto esperando que todos se fuesen para asomarnos. Cuando ya solo quedábamos nosotros tres, nos acercamos a la lápida para ver más de cerca lo que había y si nos quedó algo sin observar.

Un Cruel Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora