Capitulo 04

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Con mi cara rígida y una expresión de desagrado, brotan de mis ojos lágrimas de sangre que siento que traspasan mi piel. Esto es una sensación que no he experimentado antes. ¿Es dolor? ¿O solo miedo de lo que pueda pasar? No lo sé, pero... tengo que ser más fuerte que este extraño sentimiento que me está abrumando.

—Te recuerdo que padre está muerto—le contesto con los dientes apretado y los ojos brillantes.

Intento sonar lo más neutra como me sea posible, pero... es muy notorio que mi voz se quiebra de tan solo recordar en su dolorosa muerte. Mi semblante cambia por completo a ver el portón que separa el mundo de los vivos, al de los que ya descansan en la paz eterna.

—Si Dakota, lo sé. ¿Sabéis el porqué te he traído hasta acá? —niego con la cabeza sin quitar mi vista del portón negro con la cara más lamentable que he puesto en mi vida — ¿Sabes el porqué yo te mostré el libro?

¿El libro? ¿Será que se refiere al de Anton Lavey? No entiendo lo que pasa aquí. Quisiera romper en llanto y solo estar sola, pero... ya soy una adulta, tengo que enfrentar lo que está pasando, además, que tengo que mostrarme valiente y fuerte para que no decaiga la alegría de Johann.

— ¿Vamos a entrar?—me interroga él acercando su rostro al mío con una sonrisa—... O ¿quieres seguir viendo el portón?

Sus palabras me sacaron de mis pensamientos. Gracias a él, ya no sigo ensimismada, su voz es lo que yo necesito oír para no quebrarme como una galleta en estos momentos.

Le entrego una media sonrisa en respuesta positiva y entramos sin más.

Burlando la cerradura del portón con un pequeño pasador que Johhan cargaba en su bolsillo del pantalón, se nos hizo fácil dejarlo así para cuando salgamos del cementerio, no tenemos que pasar por un proceso tedioso al volver a repetir la misma opción, con el riesgo que, así como entramos nosotros, cualquiera pueda entrar.

Nos dirigimos a lo más profundo del cementerio; el camino para llegar a la lápida de mi padre, se me hace por primera vez en mi vida, largo, demasiado largo el trayecto siendo esta la décima tercera vez en que hemos ido. Me imagino que debe de ser el hecho de que Johann y yo no nos hemos dirigido ni una sola palabra en ningún momento. Yo lo hacía por respeto y, él, él lo hacía por dolor.

Al llegar al lugar, nos sentamos al frente de la lápida y me puse a ver las nubes, como si mi padre pudiera bajar de los cielos a través de unas escaleras esponjosas.

— ¿Acaso piensas dormir para siempre? ¿No vas a despertar más, padre mío, sino, descansar eternamente de tu breve peregrinación por la tierra? ¿O volverás otra vez, y traerás contigo el alba vivificadora de la esperanza a este desventurado cuya existencia, desde que te fuiste, han oscurecidos las sombras más tenebrosas? ¡Cómo! ¿Sigues callado? ¿Callado para siempre? ¿Llora tu hija y no la escuchas? ¿Derraman amargas, abrasadoras lágrimas, y no haces caso de tu aflicción? ¿Estás desesperado y no abres los brazos y das refugio a su dolor? Entonces di ¿prefieres el pálido sudario a la calidad amistad que te brindaba tu hija y yo? ¿Es la sepultura un lecho más cálido que el tálamo del amor de tu esposa? ¿Acogen tus brazos mejor al espectro de la muerte que a tus pequeños?

Los lamentos que exhala Johann por mi padre, su único amigo y fiel compañero intentando recitar el lamento de Walter de No Despiertes a los Muertos de Polidori; así lloraba frenéticamente sobre su tumba en la tranquilidad de la medianoche, cuando el espíritu que preside la atmósfera turbulenta, envía sus legiones de monstruos de aires para que su sombra, al fluctuar con la luna sobre la tierra, envíen locos agitados pensamientos a desfilar sobre el pecho del pecador. Así se lamentaba bajo los altos tilos, junto a la sepultura de él, con la cabeza apoyada en la fría lápida llorando sin remedios.

Un Cruel Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora