Capítulo 3: Las Alas de la Desolación

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En el Cielo, las cosas no eran más sencillas. Lute, la actual líder de los exorcistas, había dejado de salir de la casa de Adam desde su muerte. Su dolor era tan profundo que cualquier intento de consuelo por parte de los demás ángeles se encontraba con su furia. En lugar de procesar su pena, Lute se volvía cada vez más iracunda y distante, aislándose del resto del Cielo.

Antes, temía y respetaba a Sera. Pero eso cambió después de descubrir dos verdades dolorosas: el pecador Sir Pentius había sido redimido y aceptado en el Cielo, lo que para Lute era un insulto. Y, más importante aún, durante una conversación entre sus hermanas exorcistas, escuchó rumores de que Adam, su líder caído, había sido utilizado como un peón para deshacerse de él. Ahora Lute lo entendía: Sera nunca lo valoró realmente. Esa traición fue lo que rompió su lealtad hacia Sera y el Cielo.

Lute se encontraba sola, sumida en sus pensamientos, cuando escuchó el bullicio de los ángeles a su alrededor. Algo estaba ocurriendo en el Infierno. Una plaga había surgido, y los rumores indicaban que una misteriosa mujer de alas negras estaba al frente de los infectados.

De repente, Sera la llamo y ella tuvo que ir frente a ella. Su rostro severo y frío no dejaba espacio para ningún tipo de simpatía.

—Lute, deja de lamentarte por Adam. Hay un problema en el Infierno que necesitamos resolver. Se ha visto a una mujer con alas negras liderando a los infectados, y queremos saber quién es —comenzó Sera, con el mismo tono autoritario de siempre—. Escoge a tres de tus exorcistas y mándalas. No podemos arriesgarnos a enviar a alguien de más alto rango, así que, si son enemigos, solo perderemos a ángeles prescindibles.

Lute apretó los puños, sintiendo cómo la ira crecía dentro de ella. Para Sera, las exorcistas eran desechables. No solo las usaba como carne de cañón, sino que lo decía sin ningún remordimiento. Antes de que Sera continuara, Lute respondió, con un tono gélido:

—No voy a escoger a nadie para esa misión.

Sera la miró con incredulidad, su paciencia colgando de un hilo.

—¿Qué estás diciendo, Lute? Esta es una orden directa —Sera levantó la voz, esperando que Lute recapacitara.

Lute, sin embargo, no se echó atrás. Sus ojos, antes llenos de respeto hacia Sera, ahora estaban vacíos de todo respeto.

—Voy a ir yo misma —sentenció Lute.

Sera parpadeó, sorprendida por lo que dijo. Durante unos segundos, pareció debatirse entre discutir con Lute o dejar que se fuera. Finalmente, optó por no decir nada más, limitándose a observarla con una mirada severa mientras Lute se marchaba.

Lute regresó a la casa que compartía con Adam. Se cambió en silencio, mientras los recuerdos del pasado la envolvían. Adam siempre fue diferente. Aunque rebelde e irrespetuoso, nunca trató a las exorcistas como Sera lo hacía. Para él, ellas no eran simples soldados; eran una familia. Las entrenaba, las ayudaba y les daba apodos. Era imposible no sonreír ante esos recuerdos, pero rápidamente volvió a poner una expresión seria. Si morir era su destino en esa misión, al menos se reuniría con sus hermanas y, quizás, con su querido Adam.

Un pensamiento inesperado cruzó su mente. ¿Querido Adam? Sacudió la cabeza, despejando esas ideas. No podía permitirse distracciones. Terminó de vestirse, ajustando su armadura y tomando su espada, antes de dirigirse hacia donde Sera la esperaba.

Cuando llegó, Sera ya estaba esperando junto al portal hacia el Infierno.

—Estoy lista —dijo Lute, con firmeza.

—Tienes treinta minutos. Si no logramos a saber de ti en ese tiempo, serás abandonada —respondió Sera, con su tono de siempre, sin mostrar emoción alguna.

Pecado Z: El AlzamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora